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Nota escrita por: Tekoá Cooperativa
domingo 17 de septiembre de 2023
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Para que los lápices sigan escribiendo en defensa de la educación pública

“Frente a la historia, la memoria colectiva tiene un deber de primer orden, el de enseñar e instruir a quienes no tuvieron la experiencia de determinados acontecimientos…” Malio Blanco, en vv.aa.: Claves de la memoria

El 16 de septiembre de 1976 la policía de Camps[1], secuestró, torturó y desapareció a jóvenes estudiantes de secundaria de la Escuela Normal Nº 3 de la ciudad de La Plata.

Lo que se nombra como «Noche de los lápices» se conoció en 1986 cuando, en el transcurso del Juicio a las Juntas Militares, dejó al descubierto otra de las atrocidades cometidas por la dictadura.

“La noche de los lápices tuvo la virtud de romper con la historia oficial. […] en el año 1986 si bien se sabía de los secuestros de niños […] toda la polémica para fundamentar las leyes de impunidad […] era que en realidad eran todos subversivos. Lo que hay en La noche de los lápices es la demostración del crimen de Estado contra adolescentes” (Seoane, 2007)

En 1998, en la provincia de Bs As, reivindicando la lucha de esos jóvenes, se instituye el “Día de los derechos del estudiante secundario”, porque el único hecho del que pudieron ser acusados para tan atroz acción, fue el reclamo realizado por el boleto estudiantil en el transporte, ante el Ministerio de Obras Públicas.

La conmemoración del 16 de septiembre como el Día de los Derechos del Estudiante Secundario no solo sirve para recordar a aquellos jóvenes y su sacrificio, sino también para inspirar a nuevas generaciones en la lucha por la justicia social y la educación pública, en momentos en que necesitamos tener más memoria, dentro de la incertidumbre generalizada y un panorama político que exhibe propuestas, dicen, irracionales.

Dentro de algunas de ellas, se cuestiona cómo se financia el sistema educativo y, con ello, aparece la idea de voucher[2]. En educación, refiere a un sistema de subsidio a la educación en base a la demanda. El beneficio que traería este sistema sería que las familias tendrían la libertad de elegir la escuela que deseen. La contrapartida, es la existencia, permanencia o cierre de escuelas, que pasarían a depender de esa demanda familiar.

Muchos opinan que es una idea disparatada, pues el financiamiento del sistema educativo en nuestro país proviene de cada Estado Provincial y la aplicación, sería casi un imposible.

Pero esas ideas, y otras tan disparatadas, han prendido fuertemente en gran parte de la sociedad, seducida por propuestas, consideradas como absurdas por otra parte de ella.

Cuando los disparates en la práctica despierten en reclamos sociales, corremos un gran riesgo: no será solo el reclamo de un boleto estudiantil.

Sabemos que hoy la educación no está en su mejor momento, pero puede estar peor. No puede haber silencio pedagógico en las aulas sobre estos temas, la escuela no es una isla. Los problemas de la sociedad y la discusión donde se juega, entre otros, el futuro de la educación pública puede darse dentro de un sano equilibrio entre tendencias y afinidades, para tratar de formar personas con pensamiento crítico, conocimiento y habilidades relevantes para sus vidas y bienestar.

El descreimiento en candidatos que prometen y no cumplen, superó todo lo pensado e inadvertido en el sistema democrático: “Qué importa lo que dice; igual no lo va a hacer” ¿Pero… y si lo hace?

Entonces, debemos trabajar en ello. El involucramiento debe acompañarnos para mejorar cada ámbito que habitemos, superando la indiferencia que quiere instalarse para con la realidad del otro que está al lado y, la escuela, es uno de ellos.

 

Tekoá. Cooperativa de Trabajo para la Educación Ltda.

 

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