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Nota escrita por: Ricardo Monetta
domingo 17 de septiembre de 2023
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50 Aniversario del derrocamiento de Salvador Allende: Cuando un Revolucionario se convierte en Leyenda

El lunes 11 de este mes se cumplió medio siglo del infame Golpe de Estado contra uno de los Gobernantes más lúcidos, honestos y de mayores convicciones democráticas de toda América Latina. A lo largo de su vida, enseñó el camino de la constante militancia, la coherencia entre el pensar y el actuar, la confianza en el potencial transformador del pueblo y la esperanza en un nuevo mundo sin explotación social ni dominio imperial.

Allende sufrió derrotas porque en ellas se forjó su generación de la Izquierda Latinoamericana de mediados del siglo XX. Allende también experimentó victorias, aquellas que convocaron a multitudes plebeyas, campesinas y obreras, como su inédito triunfo electoral en 1970. Fue ideológicamente socialista, portando con orgullo en una mano la bandera roja de los trabajadores y en la otra la tricolor de su amado Chile. Supo conjugar la revolución con el nacionalismo en una sola enseña antiimperialista, porque «Chicho» Allende siempre fue contrario a la hegemonía del capitalismo de Estados Unidos. Trabajó durante décadas para ayudar a forjar el «sujeto» revolucionario chileno, convencido de que tanto los trabajadores como los habitantes de las ciudades eran parte integral. Para Allende, la organización del pueblo es la que va construyendo al protagonista de las transformaciones sociales. Ahí está el origen del planteamiento de avanzar en derechos y libertades, profundizando la democracia en una perspectiva socialista. Solía decir: «La historia es nuestra y la hacen los pueblos», y también: «La Revolución la hacen los pueblos, esencialmente los trabajadores».

Durante su Gobierno, 1970-1973, impulsó la organización autónoma de los trabajadores, de los sindicatos agrarios y los comités por la distribución de las tierras fiscales para la reforma de la propiedad urbana. Un perfil de la honestidad intelectual de su persona lo da el hecho de que tuvo que empeñar su casa para pagar la propaganda.

Desde la misma noche en que Allende obtuvo su victoria, un inolvidable 4 de septiembre de 1970, el presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, convocó a una reunión de urgencia en la Casa Blanca y dio la orden de «hacer todo lo que fuera necesario para impedir que Allende asumiera el cargo».

El 15 de septiembre, en una reunión en la Casa Blanca, el Director de la CIA, Richard Helms, anotó las instrucciones de Nixon para organizar un golpe de Estado en Chile. ¡Vos lo pedís, vos lo tenés!

El Presidente estadounidense, desaforado e irritado en grado extremo, dio a los presentes en la reunión -en la que estaba, por supuesto, el mentor del Plan Cóndor, Henry Kissinger, y el Fiscal General John Michel- solo 48 horas para elaborar un plan y US$ 70 millones de dólares para financiarlo, al mismo tiempo que se ordenaba a la Embajada en Chile que no se informara a nadie al respecto.

El detonante que precipitó el golpe fue la nacionalización del cobre chileno, que estaba en manos de corporaciones de Estados Unidos.

A 50 años de aquella reunión, los materiales desclasificados confirman que en ella se pusieron en marcha «algunos de los actos más infames en los anales de la política exterior de Estados Unidos». Allí se aseguraba que, para instigar el golpe, la CIA se encargó de proporcionar armas, dinero y seguros de vida a los militares chilenos que conspiraron contra el Gobierno de Allende. Incluso el asesinato del general Schneider, que se había opuesto al golpe, cuando se dirigía a su casa, o como hicieron detonar una bomba en el automóvil del General Prat en Buenos Aires o de la misma manera del Canciller Orlando Letelier en Washington cuando se dirigía a la ONU.

Como siempre en Latinoamérica, la alianza entre las fuerzas imperialistas y las oligarquías locales causó siempre las tragedias del asesinato de las democracias. Pero debió afrontar ese riesgo de que los partidos revolucionarios se transformen en organizaciones pasivas funcionales a los conservadurismos de las élites del poder real.

Y sobre todo, como en toda América, no basta el control constitucional del gobierno legítimo sobre los militares, porque como la experiencia chilena nos enseña de manera trágica, la oligarquía vulnera las leyes y la Constitución instaura dictaduras militares si están en riesgo sus privilegios. Por eso, las revoluciones democráticas deben ser pacíficas pero no indefensas y deben contar con el apoyo patriótico de las Fuerzas Armadas.

¿Acaso no tuvimos el ejemplo de 1955 con el bombardeo de la Casa Rosada, igual al bombardeo del Palacio de la Moneda con el fin de asesinar a Salvador Allende, al igual que cuando se quiso matar a Perón? ¿O es que la Historia no nos enseña nada, o es que no aprendemos porque nos faltan líderes de la talla de «Chicho» Allende?

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