En este neoliberalismo del siglo XXI, se han conjugado todos los sectores ultraliberal, económicamente ultra liberal, políticamente autoritario y moralmente conservador. Conjuga de manera extraña una pulsión de ensañamiento contra sus adversarios políticos nunca vista en la historia política argentina. Exhibe un punitivismo casi absoluto para los que no adhieren a sus posturas. Propone absoluta libertad de mercado, disposición al sacrificio de la población y castigo hacia los «beneficiarios» del despilfarro del Estado, y a los controles intervencionistas, una extrema hostilidad hacia marginales, «morochos», diversidades, migrantes de piel curtida.
Para que esto fuera posible resultaron determinantes factores estrechamente vinculados: la complicidad de los medios y la virtualización de todas las prácticas y los vínculos sociales a través del delirio emocional. También existen voceros de un partido centenario rasgándose las vestiduras y ofreciéndose como verdaderos escudos humanos para proteger el patrimonio mal habido de los más ricos, trabajadores informales militando el triunfo de quienes prometen mayor precarización laboral (sic), jóvenes desamparados enarbolando propuestas que auguran una mayor desolación, víctimas de la violencia sectaria exigiendo mano dura contra quienes se cayeron del sistema, casi un desfile de «descamisados» al grito de «la vida por Galperín». Hace apenas una década, semejante distopía hubiese resultado inimaginable, aunque algunos de sus contornos habían comenzado a insinuarse tras el triunfo parlamentario de las multinacionales agroexportadoras del 2008.
Quizá el elemento más novedoso de nuestra derecha vernácula, cuya anécdota más ilustrativa, la quema del parquet para hacer asado, sea su renovado afán por la ignorancia y el deseo de no saber, por el desvarío y el frenesí reaccionario, una turba enloquecida y ávida de lawfare y ficción mediática, el «circo sin pan» de este tiempo huérfano de prosa, de palabra política, de verdadera palabra…! Esta ultraderecha trae consigo una neolengua que consagra la victoria definitiva de la fórmula hueca, del eslogan estridente, o sea la imagen arcaica vaciada de tiempo y de memoria. Orden, fuego y destrucción, como únicas recetas para liberar al país de las «hordas kirchneristas» (sic), paradójicamente sentenciadas por haber protagonizado «los años felices». Del negacionismo a la reivindicación del genocidio, del «curro de los derechos humanos», a la furia ordenancista de meter bala como único argumento.
También la derecha se ocupó de defender, justificar o encubrir a través de la colonización de la Justicia, las ganancias siderales y las rentas extraordinarias de los grandes empresarios que fugaron hace apenas cuatro años US$ 27.693 millones de dólares a los paraísos fiscales donde está depositada el 40 % del PBI. Una descomunal transferencia de recursos cuyas consecuencias inevitables fueron y son: precarización del trabajo y la demolición de los salarios. Pero lo verdaderamente sorprendente y paradójico de este despropósito es que al cabo de esta depredación y de semejante saqueo, sus beneficiarios lograron canalizar electoralmente esas mismas frustraciones e insatisfacciones que ellos mismos habían propiciado, aprovechándose del exilio de la memoria de nuestro pueblo.
A su vez, endeudado, saboteado, golpeado por la pandemia, la guerra y la sequía, aturdido por la avidez arrolladora del gran capital, el gobierno popular no pudo o no supo evitar que la balanza se inclinara en favor de una clase oligárquica que le declaró la guerra luego de acaparar todas las armas a saber: los monopolios mediáticos, el obsceno Poder Judicial, las «cloacas» o redes sociales, los diversos mecanismos de extorsión económica, la complicidad del sistema financiero, y el explícito servilismo de la oposición política. Esta alianza tan potente produjo millones de almas solitarias e hiperconectadas virtualmente, creando burbujas cognitivas, lenguajes empobrecidos, imágenes incendiarias, horcas y guillotinas, cárcel y persecuciones y, sobre todas las cosas, un «enemigo interno» responsable de todos los males, culpable como decía anteriormente, de un imperdonable como muy cercano en el tiempo de un estado de bienestar. Así y solo así, en estas condiciones desoladoras, quienes serán arrasados por el extremo dentado de la motosierra, se preparan para poder elegir, a quienes manipulan el mango desde hace siglos. El genocidio de los 70, el menemato de los 90 y su continuismo delarruista y el macrismo explícito, heredero de todos ellos, pueden dar cuenta de este espanto de uno u otro modo.
Repito lo dicho en notas anteriores: «A los tibios, los vomitan las urnas».