Pero no es casual que el desconocimiento y/o la no identificación de los responsables centrales concretos de la crisis argentina, sino, por el contrario, la vuelta de un protagonismo de políticas de ultraderecha, vayan de la mano de la falta de veracidad de los argumentos presidenciales en su discurso para justificar el paquete de medidas.
Pero resulta que estas no van dirigidas contra las denunciadas «castas» enumeradas en la campaña, de las que él y su equipo han formado y forman parte, sino justamente contra quienes no son partícipes sino víctimas de los juegos de desequilibrios, privilegio, y malversaciones a que someten y someterán a un pueblo indefenso por su desconcierto democrático.
Veamos las mentiras: cuando hizo referencia a un Déficit del Tesoro del 5% del PBI, no puso en evidencia que el causal creciente del desequilibrio Fiscal es el Financiero. Porque la carga del NO investigado e inexplicado endeudamiento conlleva más de dos terceras partes del déficit público a lo largo del año pasado, y ha seguido creciente por los intereses, siendo un motivo original central el festival de endeudamiento y vaciamiento financiero que a lo largo de su gestión de solo dos años y medio en la Secretaría de Finanzas y la Presidencia del Banco Central, durante el gobierno de Macri, del «toto» Caputo, sentado ahora a la diestra del nuevo «emperador», como dueño de la economía. Si esto no es para una novela de Franz Kafka, yo soy un monje tibetano. ¿Y la memoria? En la Argentina no se consigue.
La mención presidencial menos explicada aún de un déficit del 10 % del Banco Central es de suponer que se refiere al desastre de endeudamiento «sin emisión» denominado eufemísticamente hasta ahora como «cuasi fiscal». Este fue puesto en marcha por Sturzenegger, a cargo del Banco Central macrista, con su invención de los títulos LEBAC, hoy reconvertidos en LELIQ y pases pasivos. Se trata de un globo especulativo sobre una deuda de $25 billones de pesos (que hoy serían US$30,000 millones de dólares a cotización oficial), que por lo que se anticipa pasaría a ser asumido por el Estado, o sea, todos nosotros, con un mayor endeudamiento a cargo del Tesoro. Es decir, más o menos lo mismo, pero con la perspectiva de ser garantizado y/o dolarizado con el patrimonio público. Y los responsables, bien gracias.
Otra mentira de Milei es la falsa referencia de que Argentina tendría la presión impositiva más alta del mundo. Si uno observa las estadísticas no objetables de la OCDE o el Banco Mundial, que ubican a la Argentina en un rango medio de carga fiscal, a pesar de que, sin considerar la existencia de una enorme diferencia entre el ingreso impositivo teórico y el real, por la evasión o elusión, de la fuga de capitales de la burguesía apátrida y teniendo en cuenta los gastos previsionales y sociales que incluso han sido más regresivos, como educación, salud y servicios esenciales, que en otros países no son garantizados como en el nuestro y que forman parte de las conquistas sociales que supimos conseguir, y que ahora se quieren anular.
También «el Gatito Mimoso» de las corporaciones y de los capitales extranjeros habla de la «falta de reserva del Banco Central y la confianza crediticia destruida». Sin considerar, por puro cinismo, que ese fundamento fue ejecutado por la misma élite que desataron los festivales financieros especulativos, que luego de un auge inicial han derivados en corridas, fuga de capitales, devaluaciones y socialización de costos a través de un mayor endeudamiento público.
El pueril argumento, solo válido para los inocentes ciudadanos de a pie, proclamado por la «casta» de periodistas ensobrados, acerca de la emisión monetaria desenfrenada, cuya falta de sustentación es evidente, no solo observando la información del Banco Central, sino también por no reconocer la permanente absorción de liquidez con bonos de alta rentabilidad garantizada para el sector financiero obligatoriamente, que ha sido motivo de una crónica escasez de crédito para el consumo y la actividad productiva.
Otra mentira fue la afirmación de la existencia de una crisis inflacionaria de 15,000%, cuya base nunca se explicó, a excepción de que se deba generar desde el propio gobierno con su pronosticada «estanflación» más inflación, y provocar el viejo argumento del recalentamiento de la demanda por el incremento del «gasto público» corriente, siendo que ambos venían descendiendo en los últimos meses del gobierno anterior.
Pero las más llamativas justificaciones presidenciales para encarar la «supuesta peor herencia de la historia» fueron las menciones a que el 50 % de la población está por debajo de la pobreza, el 10% de la población es indigente, y que a 5 millones de argentinos no les alcanza para comer, cuando, suponiendo la veracidad de esos asertos, las medidas propuestas en el DNU empeoran tremendamente esos indicadores. Lo que resulta increíble que una ostensible apología con tintes sacrificiales de índole religioso, de que hay que transitar por el «desierto» de las lágrimas y el sufrimiento por hambre, para que luego las fuerzas del cielo invocadas por Milei nos deposite en un paraíso terrenal jamás soñado.
¡Un sicólogo a la derecha por favor!