En este marco general, el triunfo presidencial de Milei consagró como el primer presidente Libertario y anarco capitalista en el mundo, cuya trayectoria profesional y sus ideas demostraron los propósitos de superar al neoliberalismo tradicional, para avanzar en un nuevo nivel: La «desaparición» del Estado que comienza con un achicamiento radical, o sea la privatización de todo lo público, la completa liberación de mercados, ante todo del exterior, el desmontaje del sistema de impuestos, el cuestionamiento a cualquier redistribución de la riqueza, apropiarse del afán de justicia y atención estatal de la población, la sobrevalorización de la empresa privada como única proveedora de bienes y servicios, y lo que es terrible, la flexibilización laboral más profunda para favorecer a sus «patrones» y a los inversionistas y la refundación de la Democracia de los capitalistas, y para los capitalistas. Pero no se dan cuenta que el reformismo anarquista, por el hecho mismo de sacudir hasta sus cimientos a esta sociedad, burguesa al fin, apoltronada en su estatismo de no pensar en el verdadero progresismo, termina por ofrecerse al ajusticiamiento del más cruel neoliberalismo, y que puede así mismo, sin proponérselo, llegar a la antesala de la contrarrevolución doméstica.
Nuestra sociedad y menos la clase política, no supo advertir desde hace años, más precisamente de los 80, que el fenómeno de la ultraderecha estaba en ascenso, en una variante del proto fascismo que en Europa siempre está en estado larvario, y ahora es acompañado por las políticas neoconservadoras de EEUU, Inglaterra e Israel. También aprovechan las fuerzas de los últimos estertores de la globalización caracterizada por la mundialización de la ley del valor y la superexplotación de la fuerza del trabajo.
Estas maniobras se imponen de dos maneras o procesos diferentes: uno del fracaso y agotamiento de las políticas de los gobiernos auto titulados de progresistas, aunque no de izquierda (esta duerme la «siesta»), y sino de los golpes «blandos» perpetrados por las oligarquías y el imperialismo, como es el caso de Pedro Castillo en Perú, y contra Evo Morales en Bolivia. Por supuesto todo eso ocurre con la complicidad de una prensa infame, que a través de los nuevos medios de comunicación, que han reemplazado a los tradicionales, le han configurado un escenario ficticio a las sociedades que digieren con gusto de acuerdo a un prejuicio construido sobre el odio, el racismo y el fundamentalismo religioso.
Todavía en América Latina estamos siempre bajo el dominio de mecanismos perversos como lo es la dependencia constante de la deuda externa que condiciona cualquier intento progresista por más genuino que fuera para existir y trabajar solo para satisfacer los intereses de la usura internacional, sea de organismos privados o estatales. Pero en el caso nuestro la suerte de nuestro país estará dada por la velocidad de ejecución del programa libertario contra la capacidad de respuesta de dos elementos a saber: uno el de la Justicia, donde su axioma de «dar a cada uno lo suyo», será puesta a prueba, y la capacidad de tolerancia de una sociedad que tiene pavor de convertirse en un pueblo paria en su propio territorio.
¡¡Patria sí, colonia nunca!!