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jueves 21 de noviembre de 2024
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Nota escrita por: Sergio Brodsky
lunes 19 de febrero de 2024
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Piquete y Cacerola

En "El juguete rabioso" (1), Silvio Astier traiciona al rengo. En la escena final, el rengo le propone un robo. El rengo es un feriante, un miserable que sobrevive cuidando carros y puestos en el mercado. Lo siente un par, confía en él y por eso le propone violar la caja fuerte de un ingeniero. La sirvienta es cómplice. Astier, sin saber por qué, lo delata. Habla con el Ingeniero y lo advierte del plan. El rengo es apresado. El Ingeniero quiere recompensar a Silvio, pero este rechaza cualquier retribución. Contrariado, le pregunta por qué lo hizo. Astier no tiene motivaciones razonables, es solo una existencia lanzada a la maldad. Antes de salir de la oficina del Ingeniero, tropieza con la silla. Es la gran pregunta de esa excepcional novela. ¿Por qué Astier traiciona, gratuitamente, al Rengo?

Oscar Masotta (2) ensaya una respuesta compleja. Dice, para nuestra sorpresa, que esa decisión coincide con su necesidad de ser fiel a su pertenencia de clase, la clase media, que le da identidad, aquella que se define por su aspecto exterior -Astier había conseguido un trabajo de corredor de correo- por su vestimenta, su cuello y su corbata, sus modos medidos, su higiene, su forma de hablar, su apariencia en definitiva, se diferenciaba, más allá de sus simpatías y de cierta complicidad, de ese rengo grotesco, sucio, apestoso, vestido a jirones, un negro cabeza. Es que ese rechazo lo reafirma y distingue de quien no quiere ser.

Es en el momento en que el rengo le propone la complicidad en el delito que Astier entra en una crisis de identidad que se resuelve en delación.

Dice Masotta: «y si uno de los polos de esa personalidad doble (la de Astier) es el Rengo-un ladrón, un rufián, un humillado- comprenderemos claramente, cuál es el otro: la clase media, la clase cuya condición de supervivencia parece ser la confusión del valor de la persona con lo que exteriormente se ve de ella…Astier ha conseguido un empleo de corredor, y a pesar de su aspecto más o menos correcto, no se ha alejado mucho del filo de la miseria. Pero su aspecto basta, y de él se ha servido Arlt para hacernos sentir la diferencia de Astier con el Rengo, y para expresar el conflicto interior de una clase, o si se quiere de dos clases: la clase media y aquella que le oficia de horroroso espejo interior, el lumpenproletariado.» (2). Es en la necesidad de pertenencia a los valores de clase, de esa clase que vive de las apariencias, de la futilidad del no ser, en su desesperada pretensión de diferenciarse y desmarcarse de las clases bajas y parecerse a los sectores acomodados, que Astier se identifica con el Ingeniero, un profesional liberal, como paradigma de los valores de la decencia, el decoro, la defensa de la propiedad, aunque su acto de reivindicación suponga la maldad de la delación al rengo, asociándolo a la inmoralidad y la indecencia de los miserables.

Esta interpretación de Masotta, que supone el imperativo de la clase media de despreciar a los pobres para diferenciarse, se hace más nítida en los momentos sociales en que las crisis dejan al desnudo los velos de las apariencias.

En los fugaces momentos de la historia en los que las clases medias perciben, aterradas y desilusionadas, que no son los pobres, con sus planes, con sus abusos, vicios, haraganerías de sus vidas entretenidas y holgazanas, los culpables de sus desgracias, de las desdichas devenidas de mantener vagos con sus impuestos, en esos instantes, descubren la mentira y el prejuicio, y queda al desnudo, que ambos son víctimas de un Saqueo atroz, perpetrado por un Poder insospechado y desconcertante, porque proviene de quienes admiran, de los ricos y poderosos, de aquellos que son sus modelos ideales y de aspiración, los responsables del despojo. Y entonces, la clase media cae en la dolorosa aceptación de su error. Esa consciencia, esa desdichada admisión se prolonga, lamentablemente, hasta que las apariencias, nuevamente, vuelven a reordenar su consciencia discriminatoria.

Sucedió, por ejemplo, en el 2001, cuando el Poder económico financiero, aliado con los gobernantes, confiscó los depósitos de los ahorristas, estafa que llamaron, no sin cinismo, «Corralito», es decir, el robo simple y descarado de sus depósitos.

En esa efímera instancia, los caceroleros de la clase media salieron a las calles, aun con esa estética un poco más distinguida que la quema de gomas, a gritar, un poco avergonzados todavía, una consigna reveladora de la necesidad de una resistencia común, gritaban, a voz en cuello: «Piquete y cacerola, la lucha es una sola», en una impensable alianza de las víctimas de la rapiña.

Esa confluencia fue eficaz para la caída de un Régimen criminal que destruyó el tejido social y los sueños de las víctimas. Fueron juntos, como en fuente Ovejuna, «todos a la una», sin distinciones, los que acabaron con los ruines.

Hoy vivimos una situación similar, la de un gobierno autoritario, antidemocrático que está hundiendo nuevamente a la clase media y a los trabajadores, a través de un ajuste brutal. Está, otra vez, generando su peor pesadilla, la de caer en el abismo de la pobreza, de aquellos que consideraban culpables y que son enterrados, hoy, también, en el hambre y la desesperación.

Es un momento de crisis en esa consciencia de clase. Es una crisis aún negada, seguramente hasta que la realidad, traumatizante, desgarradora, inapelable, rompa todos las defensas y las fugas protectoras, como un tsunami que arrasa con todo.

Cabe aún el interrogante de si la clase media podrá vencer pruritos y apariencias, vergüenzas y pudores, para reconocer y decidir, nuevamente, que su suerte, su destino y su pervivencia, se atan, inexorablemente, a aquellos a los que ha despreciado, a aquellos que como ellos, son víctimas de un pillaje, a aquellos que como ellos, forman la sabia fundante del pueblo y de la Patria.

 

(1) Roberto Arlt «El juguete Rabioso» Salim Ediciones

(2) Oscar Masotta «Sexo y traición en Roberto Arlt Eterna cadencia editora.

 

 

 

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