No estoy haciendo su defensa, no es eso lo que me importa, y mucho menos a quienes lo hicieron, claro que no. Sencillamente es curioso que alguien pudiera fijarse, en este momento, en él con cierta urgencia de despojo.
“El árbol tapa el bosque”, pensé. Es que si uno mira, cerquita del árbol, a pocos metros, ve manos y manitos revolviendo inmundicias, ramas secas extendidas en las puertas de los bancos pidiendo monedas, donde pasa la gente sin savia, con “esa extraña manera de estar muertos, aunque cualquiera diría que no lo están” (1).
Y claro que lo están de antes, ¿y eso qué importa? ¿No es también esa indigna discusión una manera de estarse muertos, impunemente muertos?
(1) César Vallejo
grado dos
cuatro sexagenarias y otras no tanto devenidas en arquineptas de dudoso moralismo burges nucleadas en el consejo asesor de patrimonio impulsadas por su odio al peronchaje las antes expuestas descargan su inutilidad sobre este árbol haciendo la vista gorda al daño in situ actualmente al palacio arruabarrena que se a dañado parte de la fachada por la puesta de andamios para su restauración.