Es lo que prevalece en la clínica con adolescentes: la derivación del dolor en el cuerpo, sin tramitación psíquica, una voz muda que, ni siquiera en ocasiones, es patológica. Es el caso del tatuaje, inscripción en el cuerpo de un mensaje, de un decir imposible. Una vez, un joven detenido en el penal fue describiéndome cada uno de los tatuajes que casi cubrían su piel. Una lágrima fijaba, bajo sus párpados, la muerte de una hermanita; la palabra «MAMÁ» en su brazo remitía a su abandono, y así, la mayoría escribía en su carne su historia traumática. Esos duelos fugaces requerían una permanencia sólida.
La utilización del cuerpo como S.O.S. tiene, precisamente, todo un recorrido en la cárcel. Los tatuajes y las autolesiones han sido característicos del silencioso lenguaje tumbero, antes de trasladarse al mundo libre. Es notable que el uso de cortarse los brazos o coserse la boca sean formas de expresar su necesidad de ser escuchados; en los códigos carcelarios significa la necesidad de que “les den cabida” a sus reclamos. No otra cosa buscan, entre múltiples motivos, los jóvenes. Es el dolor que surge como un desgarro para el yo, el que intenta aplacarse. Así lo dicen incluso los chicos, que se lastiman con la secreta intención de “llamar la atención” y ser escuchados, además de atenuar el sufrimiento.
Una lógica parecida supone el consumo de drogas y alcohol. Freud decía que lo que hoy llamamos consumos problemáticos representa la intención de “supresión tóxica del dolor”, es decir, de anestesiarse y aplacar las penas. Asimismo, los fenómenos psicosomáticos —donde una gastritis, por ejemplo, aparece como la cifra de un decir imposible— la bulimia y la anorexia, y toda otra violencia que opere hacia el exterior (en la adolescencia las conductas agresivas, el bullying, etc.), o hacia la destrucción de sí mismo, de la que el suicidio es su extremo trágico.
Es la carencia de la palabra que pueda hablar del dolor, es la ausencia de otro que pueda escucharlo, en un contexto de múltiples determinaciones que se ubican dentro de sus causas. Así las cosas, nosotros (2) estimulamos en los jóvenes la expresión de sus emociones ante situaciones difíciles, el pedido de ayuda y en los adultos una escucha atenta y respetuosa, ya que los adolescentes suelen quejarse de la desestimación de padres, docentes o psicólogos de su sufrimiento, quedándose, muchas veces, sin interlocutores válidos.
Buscamos, ni más ni menos, recomponer una comunicación afectiva, material, cara a cara, que los celulares y tecnologías, y los borramientos de soportes humanos de la angustia, han confiscado y transformado, como dice Gabriela Dueñas, en “un mundo de soledades hipercomunicadas”. Es necesario recuperar la palabra y los vínculos, la interacción humana que posibilite una discriminación clara de los afectos, de las emociones y sentimientos, muchas veces confusos en los jóvenes. Es necesario facilitarles vías de escucha para que puedan dar palabras al dolor, que es el modo en que las experiencias traumáticas pueden encontrarse con la dimensión del sentido, para tramitarlas psíquicamente y superarlas.
Es lo que Shakespeare le hace decir a Ross cuando MacDuff, absolutamente consternado por la noticia del asesinato de su familia, lo conmina a hablar: “Dad palabras al dolor, el dolor que no se dice gime en el corazón hasta que lo rompe” (3). Y no es otro el fundamento de los dispositivos que, con “Lazos en red” de Concordia, intentamos ayudar a los adolescentes. En ese caso, existe en nuestra ciudad un “Taller de expresión para adolescentes”, coordinado por Verónica Bordagaray, que funciona según las premisas señaladas. Cualquier joven puede participar a través de distintas vías de la creatividad y el encuentro con los pares y su coordinadora, para sostener un decir simbolizante de sus experiencias.
Es mejor que explicarlo, dejar que ellos mismos narren el sentido que tiene el taller:
“Es un espacio donde podemos ser nosotros mismos, jugamos juegos y realizamos actividades que nos propone nuestra coordinadora. Podemos conocer adolescentes completamente distintos a nosotros, compartiendo cosas en común. Hacemos nuevas amistades y la pasamos re bien. Es un lugar en el que se puede olvidar una mala semana o un mal día. Un lugar en el que nos escuchamos entre todos, en el que se descubren personas nuevas, nuevas opiniones o ideas. En este taller lo que hacemos es expresarnos libremente, somos un grupo lindo, nos ayudamos entre todos con algún problema que tengamos y nos damos consejos de lo que necesitemos. Compartimos nuestros pensamientos, emociones o creatividad en un espacio seguro y abierto. Nuestro grupo se reúne semanalmente para realizar diversas formas de expresión artística o verbal, desde la escritura y el teatro, hasta la música y la pintura. Es un lugar para adolescentes donde cada uno puede ser uno mismo. Es un lugar de seguridad y contención, y mucho apoyo mutuo. Hablamos de nuestro día, de lo que hacemos, de las cosas que nos pasan, cómo nos sentimos y todo eso. Nos encontramos en la sede de la UADER Concordia”, dicen en un maravilloso video de difusión estos chicos plenos de talento, sensibilidad y creatividad.
(1) “Marcas en el cuerpo en niños y adolescentes”, Beatriz Janin, Editorial Noveduc.
(2) “Lazos en red”, red de vecinos voluntarios para la prevención del suicidio de Concordia.
(3) William Shakespeare, Macbeth.