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Nota escrita por: Ricardo Monetta
viernes 11 de octubre de 2024
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12 de Octubre de 1492: ¿El Descubrimiento de América o el Comienzo de la Globalización del Saqueo?

La historia, poder, gusta de educarnos en la obediencia de quien la escribe, inculcándonos desde pequeños la idea madre de que las cosas fueron así siempre, y así deberían seguir. En ese marco conceptual, una de las preocupaciones primarias fue que nos quedara bien en claro que Colón descubrió América en 1492, y que a partir de ese "venturoso" 12 de octubre, la superioridad, la religiosidad y la inteligencia de los españoles no tuvieron más que aflorar para que todos los pueblos que entraban en contacto los considerasen dioses dignos de sumisión. Se nos presenta a estas "sociedades originarias" como zoológicas, hablando de sus costumbres bárbaras, poco afectos al trabajo (de esclavo), y solo se les hace justicia cuando se los declara ignorantes de la "propiedad privada" (elemento fundante del capitalismo), aunque para la historia oficial eso no es una virtud, sino un defecto. Lo que avala groseramente el despojo salvaje cometido por los invasores contra las posesiones de esos pueblos originarios.

Como diría el genial Eduardo Galeano: «Cuando ellos llegaron, traían una Biblia y la espada, y nos dieron la Biblia, y nos mandaron a cerrar los ojos; cuando los abrimos, nosotros teníamos la Biblia, y ellos tenían la tierra». Porque cuando ellos roban se llama conquista, civilización y ocupación del área civilizada. En cambio, cuando los invadidos se defienden, se trata de «salvajes malones», los que ahora serían terroristas. La historia se repite, solo cambian los actores. En ese entonces hubo centenares de rebeliones en toda América, desde Yucatán hasta la Patagonia. Estas rebeliones no difundidas constituyen antecedentes insoslayables para reconstruir la oposición al régimen colonial.

A medida que pasan los años, muchos se preguntan si es necesario seguir considerando a la Corona Española (porque todavía tienen monarquía) como la Madre Patria. Pero, ¿de qué «madre patria» estamos hablando? ¿De una madre adoptiva, apropiadora, depredadora, con supresión de identidad? ¿Acaso no se ejerció la fuerza coercitiva y la negación de sus orígenes a los «naturales» que aquí habitaban en paz y armonía? Pero cuidado, no puedo dejar de reconocer que la Corona Española aprobó al fin y al cabo, mediante leyes nuevas, que sus «nuevos hijos» de esta parte del mundo eran «seres humanos», pero que quedaban en guarda a los españoles residentes en la nueva colonia. ¡Qué tal!

Se afirma que el título de propiedad de las Indias estaba escrito en la Santa Biblia y estaba firmado por el supremo Hacedor (?). Esto está en los archivos secretos del Vaticano, donde hay documentos que nos pueden ayudar a esclarecer muchos interrogantes acerca del descubrimiento del Nuevo Mundo.

Como ciencia y religión estaban íntimamente ligadas, los científicos de aquellas épocas hacían parte del clero; para colmo, la Inquisición se había establecido hacía poco en el reino. Primaban los argumentos religiosos para poner en duda el proyecto de Colón, que además se autoproclamó «instrumento de Dios». Los europeos del siglo IV se sentían el centro del mundo, y las cosas empezaban a existir a partir del momento en que ellos las descubrían. Pese a la oposición clerical, la avaricia triunfó y tuvieron que darle su voto de confianza. Ese viaje representaba un interés político y comercial de primer orden, pues en aquel tiempo las coronas europeas se disputaban el dominio de los mares y las tierras por descubrir. Recordemos cuál fue el mandato que le otorgaron los Reyes Católicos al firmar las Capitulaciones de Santa Fe: «Descubre nuevos caminos y serás nuestro almirante, serás virrey y gobernador de cuanto descubras, así como tus hijos y tus descendientes». Sus biógrafos intentan ensalzar su figura: «Hombre de profunda religiosidad y piedad», lo compararon con Ulises, como si fuera un apóstol de Jesucristo. Tan es así que en 1851 el Papa fundamentalista y ultraconservador Pío IX estaba decidido a abrir un proceso de beatificación del almirante como embajador de Dios.

En 1892, el Papa León XIII proclamó la encíclica Quarto Abeunte Saeculo, con el argumento de que, con su descubrimiento, permitió la evangelización de medio planeta. Lo que ignoraron los santos oficios fue que la ambición de Colón lo llevó a ser traficante de esclavos, y que en un viaje posterior envió una flota de cuatro carabelas al mando de Antonio de Torres, un cargamento de 550 esclavos indios para venderlos al mejor postor en la península. Las niñas entre 10 y catorce años eran las más cotizadas. ¡Vade retro!

Para España, el descubrimiento del Nuevo Mundo fue una fuente inagotable de riqueza extraída de las formas más despiadadas que se tengan memoria de esa época. Para los «amerindios», fue una tragedia que ponía fin a posesiones legítimas y vidas organizadas, incluso con mayor conocimiento científico que los europeos, como las civilizaciones inca, mayas y aztecas. A cambio de presuntas civilizaciones que les traían, podemos decir que entre 1502 y 1660 los saqueadores modernos se llevaron a España más de 200 mil kg de oro y 16 millones de kg de plata. Si aplicamos un módico interés del valor de esa riqueza al querer devolverlo, al precio actual, sería de US$ 484 billones de dólares. En tres siglos de conquistas, dejaron un saldo de 80 millones de muertos.

Cada reino otorgaba una patente de «corso» a conquistadores, y se reservaban la mayor parte del botín de guerra. Pero de alguna manera había que legalizar jurídicamente el robo de tierras y riquezas, por lo que el Papa de Roma dictaminó que «el Nuevo Mundo se hallaba deshabitado y que, por lo tanto, los legítimos propietarios eran los cristianos. Como el poder viene de Dios, este ha decidido que el propietario de esas tierras y el subsuelo (oro y plata) es su heredero directo: el Rey de España».

Por eso, la «modernidad» en Occidente surge a partir de la invasión del continente americano, y Cristóbal Colón (que terminó preso por esclavista) se erigió como un pionero globalizador. Es que el lenguaje, ayer como hoy, en los imperialistas, está plagado de eufemismos: no se dice invadir sino tomar posesión; no se dice ladrón ni usurpador, sino adelantado; no se dice genocida, sino capitán o general; no se dice resiliente, sino terrorista, etc.

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