La tarea de la universidad es reconocer nuestra igualdad y garantizar con el conocimiento, nada menos que la libertad. Como en un juego de «espejos», hoy el perseguidor acusa al perseguido, y quien dice «verla», poseer una verdad revelada, adjudica al otro profesar un dogma en el seno de sus claustros.
¿Qué es lo que se juega cuando está en disputa la continuidad de la universidad, nada menos? ¿Por qué las convocatorias de los estudiantes y profesores fueron más masivas que las convocatorias políticas? Porque cuando hay algo que nos cobija y atraviesa, que pende de un hilo, no se puede reaccionar de otra manera que defensiva y pasionalmente.
Porque la vida de la universidad no solo es un «trabajo» entre docentes y alumnos, representado en la asimilación de conocimientos, sino que es una forma de vida para el futuro de la República. En un tiempo de esquizofrenia política, donde se sustrae el juicio crítico reflexivo, se eleva el peor de los fantasmas: la eliminación, la clausura, primero por el arancelamiento para alejarla de las clases populares, y luego por el fin del sistema universitario. En este escenario, hay que confrontar con quienes desestiman las razones o argumentos de los otros para tratar de convencerlos de que no solo tenemos razones, sino que son muy valiosas, porque lo que se «rifa» en ese ida y vuelta perverso que terminó en la ignominiosa Cámara de Diputados no solo es un sistema de creencias científicas universitarias, sino un sistema que desde la modernidad organiza la racionalidad y el ejercicio del pensamiento, que da forma a la institucionalidad del país y a la organización de la sociedad, recogiendo los frutos por ella devengados.
Esto les ocurre cuando se tiene en el poder a una verdadera «casta» desclasada, inepta, corrupta a cielo descubierto, que se ha visto ahogada financieramente y abandonada internacionalmente, obligada a ser «mendigos del poder financiero», dejando absolutamente desamparada a toda una ciudadanía y provocando un vacío de razonabilidad que solo se «llena» con más crueldad.
Lo que está en jaque no es solo la universidad, sino todo el sistema educativo junto a otros sistemas: de salud, de ciencia y de protección social. Y esto se complementa con la pérdida de derechos conquistados, mal o bien, a partir de años y años de trabajo y luchas universitarias. No se debe bajar la dignidad ni el deseo de seguir sosteniéndolos.
¿Cuál es el problema? ¿El déficit fiscal? Más de 190 países tienen distintos déficits fiscales y siguen funcionando y desarrollándose. Y la pregunta es: ¿los recursos son escasos o la redistribución es deficiente y malversada? En un país absolutamente desigual, donde pocos (los favorecidos por el gobierno) tienen mucho y muchos tienen cada vez menos, no parece haber un sistema de «escasez», sino de brutal injusticia.
Cuando se ataca ese resistido «saber», se atenta contra aquello que nos iguala en tanto seres humanos. Por eso muchos tienen vulnerabilidad en la exposición a los otros. Ese saber de la limitación de cada individuo aislado, de su carácter fragmentario, de su deuda histórica con quienes le antecedieron en el tiempo y de su complicidad responsable con los que están por venir. La tarea de la universidad para todos es también la de recordar ese saber: reconocer la igualdad en inteligencia y en dignidad. Además, muchos que asumen la precariedad es también una tarea de la universidad.
¿Por qué? Porque en una coyuntura que hace de la desigualdad un resultado ilegítimo de una competencia entre individuos.
Sin universidades para todos, sin derechos, sin saber, no hay libertad de pensamiento. Sin libertad de expresión, no hay sujetos autónomos, no hay democracia.
El problema es cuando no se quiere pensar o se deja de pensar. Cuando la resignación a lo maníaco se vuelve categoría de análisis que responde a la cerrazón de las minorías que durante mucho tiempo han hegemonizado el campo del análisis y también el de la construcción política.
Vivir no es un término que nunca debe usarse en sentido figurado. Vivir no es la «sombra» de la vida, pero a veces en el desasosiego se halla la fuerza de la esperanza o la ilusión de un retorno a lo que supimos vivir.
Nota: Milei no aprobó el ingreso a la UBA, tuvo que ir, lo mismo que Macri, a adquirirlo en una universidad privada. La ignorancia académica los iguala, lo mismo que la perversidad política. A las pruebas me remito.