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miércoles 11 de diciembre de 2024
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Director: Claudio Gastaldi
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miércoles 11 de diciembre de 2024
Nota escrita por: Ricardo Monetta
jueves 17 de octubre de 2024
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El desencanto y la ilusión permanente

Cada vez que la desesperanza política recorre mi memoria, regreso a ciertas escenas, sentimientos y perspectivas, y retrocedo imaginariamente al 24 de mayo de 2003. Desde entonces, revivo la aventura de aquellos años felices de haber sido parte del proceso de reconstrucción de la democracia. Ese 24 de mayo de 2003, muchos de nosotros, con historias personales y con reflexiones ideológicas, teóricas, filosóficas y políticas, atravesadas por la experiencia militante, el sueño revolucionario o el sueño democrático, sentíamos que todo era demasiado oscuro, que a esa noche de mayo ya lejano le seguiría más noche.

Sin embargo, sucedió. Como en 2019, a pesar de las resistencias y rupturas que surgían desde el dispositivo económico y la brutal matriz de 25 años de neoliberalismo, del Consenso de Washington, y de la violencia social, política y verbal que tuvo su punto neurálgico en el terrorismo de Estado, no permitimos que impregnara completamente una cultura del individualismo que nos devoró en los últimos años del siglo XX. Nos llevó a tocar muy profundamente la vida democrática, donde descubrimos que el sueño de una democracia transformadora, que cambiara la vida de la sociedad después de la dictadura, corría el peligro de evaporarse. La democracia de los 80 y los 90 se convertía en un «pellejo vacío», y parecía que ya no seríamos testigos ni contemporáneos de un renacer de un espíritu transformador. Con la caída de Alfonsín, nuestros sueños e ideas parecían destinadas a convertirse en una escritura testimonial, y nosotros en arqueólogos de las ilusiones y la nostalgia de lo que ya no podíamos ser.

Por eso, en 2003 no nos dábamos cuenta de que habíamos entrado en una época en el país y la región que nunca hubiéramos esperado, con esa densidad, potencia y desafío que despertó el renacer de la democracia igualitaria. Después de la dictadura y la larga noche neoliberal, muchos pensaban que estábamos muertos, pero se encontraron de frente con un nuevo líder, Néstor, y luego con Cristina, que nos devolvieron la esperanza. La continua lucha fue el sustento de una nueva ilusión.

Surgió entonces un nuevo lenguaje en el debate militante, que nos obligaba a pensar y repensar cómo decir mucho con pocas palabras. Una de esas palabras fue «praxis». En los grandes debates de la historia moderna, la praxis y la autopsia de la realidad descarnada presidieron todas las acciones revolucionarias. Todo lo demás es un viaje en el tiempo de melancolía, un déjà vu que nos aleja de lo pragmático.

Por eso debemos volver a discutir las antiguas certezas para comprender las nuevas realidades, y establecer un puente entre ese mundo de dogmas oscuros y bibliotecas con las pasiones intelectuales. Esa cruel realidad seguía demandándonos porque era salvajemente injusta, desigual y violenta. Eso fue lo que vinieron a transformar primero Néstor y luego Cristina. Nos enseñaron que la historia no estaba clausurada, que no había un fin inamovible. Somos hijos del espíritu de esa época. Podemos discutirlo, cuestionarlo y también custodiar esos saberes amenazados.

Por eso creo que debemos recordar, no de forma simbólica, sino en pleno ejercicio de la memoria, para ser protagonistas de esta etapa trascendental de nuestra historia. No con una repetición dogmática, sino con la recuperación de los mismos ideales, adaptados a esta nueva etapa, comprendiendo y manteniendo la fidelidad de su esencia. Para poder transitar el camino de la praxis, del lenguaje, de la posibilidad del «foro romano», que es la plaza pública.

La única certeza que tenemos hoy es que hemos vuelto a recuperar la posibilidad de esa batalla política y cultural, que hasta hace poco parecía una utopía. Ese es nuestro lugar, y hasta allí tenemos que ir.

¿Y saben qué? ¡Amo a los que sueñan con utopías!

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