Si llegara a ganar Kamala Harris, no extrañe que las denuncias por fraude lluevan sobre la Justicia Electoral de EE.UU. Y tampoco nos asombremos si hay un conato de «guerra civil», que está en forma latente desde las últimas elecciones. Esta guerra sería principalmente entre las élites dominantes, identificadas tanto por las que apoyan a Trump como por aquellas que patrocinan a Kamala Harris, dueñas del gigantesco aparato publicitario.
Lamentablemente, gane quien gane, el resultado final será el mismo para los palestinos, víctimas del primer genocidio televisado y difundido por las redes a pesar de la inmensa censura. Pero, como decía, dependiendo de quién gane, no será lo mismo para los europeos, y particularmente para los ucranianos y rusos.
Así están las cosas: la sociedad de EE.UU. está impregnada por la pulsión de la guerra en medio de un proceso de decadencia intelectual. Esta situación es impulsada por el «deep state» o «estado profundo», el gobierno paralelo secreto, organizado por los aparatos de seguridad e inteligencia, y respaldado por representantes de las principales corporaciones del complejo industrial-militar y financiero digital que manejan y dirigen la política exterior y de defensa de EE.UU., más allá de las apariencias democráticas que nos venden los medios de comunicación del mundo occidental. Pero debemos coincidir en que cualquiera que gane, si no logra frenar la decadencia, podría intentar aplicar un «capitalismo totalitario», ya que ambos promueven un modelo facilitado por la financiarización de la economía, basado en la extracción de la renta y el empobrecimiento de la mayoría. Esto no es nuevo, porque a comienzos del siglo, Sheldon Wolin describió como «totalitarismo invertido» una forma de dominación donde las instituciones democráticas se mantienen en apariencia, pero están vacías de contenido real, controladas en su totalidad por una élite económica parasitaria. O sea, un capitalismo rapaz donde la política se convierte en una farsa y los derechos democráticos son abolidos, lo cual coincide con la «demolición de la sociedad» en el marco de un capitalismo y un sistema político de «mafiosos».
Porque existe una línea de continuidad imperial, no de ruptura, entre las administraciones del «cuasi fascista Trump» (la misma Kamala Harris lo llamó así) y Joe Biden, cuya política exterior, al gusto de la extrema derecha y del neoconservadurismo norteamericano y promotora de los regímenes de extrema derecha proto-fascistas en Ucrania e Israel, está por poner al mundo más cerca de una verdadera tercera guerra mundial. En este contexto, a nadie se le escapa que hay una «guerra civil en ciernes», como decía precedentemente, dentro del capitalismo plutocrático, entre diferentes élites económicas financieras, que drenan los recursos de la sociedad para concentrarlos en pocas manos (¿cualquier semejanza con Argentina es pura coincidencia, o no?).
Kamala Harris es el rostro visible del poder corporativo del «ramo manufacturero y agrícola» que necesita estabilidad y un gobierno tecnocrático, pero que cuenta con el inmenso aval de BlackRock, Vanguard, State Street, que controlan una vasta porción de la economía mundial. También tiene apoyo de figuras clave de la tecnología y las finanzas como Reid Hoffman, creador de LinkedIn y consejero de Microsoft; Roger Altman, exfuncionario de Lehman Brothers (creadores de la estafa del 2008) y actual director del banco Evercore; y Reed Hastings, presidente de Netflix. Casi nada, ¡solo faltaba Don Corleone!
Esta saga continuará con las élites de apoyo a Trump.