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martes 3 de diciembre de 2024
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Nota escrita por: Sergio Brodsky
martes 5 de noviembre de 2024
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Conversaciones sobre el fascismo psicotizante

Conversaremos sobre “eso”, no con “eso”, porque “eso” no conversa, eso destruye. “Eso” no es una idea, sino la negación de todas las ideas; el fascismo es la “herramienta del capitalismo en crisis” para salvar al capital y hacer que la crisis sea pagada por los trabajadores. Es un poder destructor que necesita construir enemigos para echarles las culpas, justificar los malestares sociales y las frustraciones, y crear chivos expiatorios a quienes eliminar. Promueve el odio que busca destruir las causas, siempre atribuidas a "los otros", para perturbar al yo de placer purificado. Así fue en 1931 con el fascismo argentino, que intentó salvar el orden oligárquico de la crisis del ‘29, el crack económico-financiero, con el primer golpe militar de carácter fascista. Es el que asesina a Severino Di Giovanni, un símbolo de la lucha antifascista, un anarquista libertario de verdad.

Esta escena, que describe magistralmente Roberto Arlt, transcurre en ese contexto, en el del espantoso fusilamiento de Di Giovanni:
“… Las balas han escrito las últimas palabras en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero martillea a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y de zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra. Veo cuatro muchachos pálidos, como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna de La Razón, Álvarez de Última Hora, Enrique González Tuñón de Crítica, y Gómez de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la Penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:

“Está prohibido reírse.”

“Está prohibido concurrir con zapatos de baile.”

La crónica de Roberto Arlt sobre el fusilamiento de Severino es tremenda. Contrasta la borrachera y la descompostura frente al obsceno espectáculo de la muerte, con la superficialidad de las risas. La palidez de la muerte choca con la crueldad de quienes salían del baile para ver el asesinato de un hombre. Es un signo de época, de ese fascismo psicotizante del que habla Roco Carbone. Uno de sus síntomas es la crueldad, la indiferencia o el goce ante el dolor ajeno, la normalización de lo atroz.

Hannah Arendt llamó a esa degradación moral la “banalidad del mal”, la naturalización del horror. Es la pérdida absoluta de sensibilidad, la incapacidad total para el pensamiento y la reflexión, decía la filósofa judío-alemana. Reflexionar incluye al “otro” y la banalidad del mal anestesia el pensamiento y embrutece, anulando el pensamiento crítico, la capacidad de escandalizarse, diría Fernando Ulloa. Sin pensamiento crítico, dejan de parecer siniestros e inconcebibles la represión feroz a jubilados y trabajadores, el hecho de que un millón de niños pasen hambre, que los maestros ganen por debajo del índice de pobreza; se vuelve indiferente que se retengan alimentos de los comedores donde esperan desesperados, o que familias enteras busquen entre los basureros para llenar la panza. Nada conmueve si no se dan medicamentos a enfermos terminales, ni si se dejan sin derechos a personas con discapacidades. Nada sorprende si se habla de la “libertad” para vender órganos o niños.

Incluso, como los espectadores del fusilamiento del anarquista, algunos ya empiezan a disfrutar los despidos de trabajadores; ya no asusta el propio sadismo porque siempre la culpa es del otro, que al deshumanizarse deja de ser un semejante y pierde toda empatía. ¿Para qué mencionar el desfinanciamiento de las universidades? Los jubilados, según el discurso fascista, “quieren romper el equilibrio fiscal”; los trabajadores no se manifiestan por desesperación, sino que buscan alterar el orden y responden a la manipulación de “sindicalistas mafiosos”. Siempre hay culpables a los que aniquilar, a quienes poner el último clavo en el cajón, metafóricamente, claro.

El fascismo confunde y enloquece mediante comunicaciones paradójicas, propias del “doble vínculo” como bien describe Carbone, con mensajes que se contradicen a sí mismos en distintos niveles: verbal, corporal, contextual. “En las escuelas se adoctrina a los alumnos”, dice Milei mientras él mismo transmite sus doctrinas a jóvenes que no soportan y se desmayan, momento en el cual les hace bullying. En el doble vínculo esquizofrenizante, descubierto por la antipsiquiatría, la condición es impedir la clarificación de mensajes contradictorios.

El presidente condena la violencia de género mientras desmantela el Ministerio de la Mujer y todos los dispositivos que protegen sus derechos y nada se aclara. Dice que “la casta va a pagar el ajuste” y enseguida el ajuste brutal recae sobre los débiles: trabajadores, docentes y jubilados. Es psicotizante el presidente, un “lanzallamas”; sus improperios, procacidades e insultos atroces queman como un dinosaurio a quienes aún intentan escucharlo.

De allí la referencia del libro de Carbone a Roberto Arlt: Lanzallamas, Milei y el fascismo psicotizante. Es que Los lanzallamas, que Arlt escribe en 1929 coincidentemente con la ejecución de Di Giovanni, es la continuación de Los siete locos, escrito cuando estalla la crisis de Wall Street en el ‘29, que inaugura la gran depresión y desarrolla el fascismo y el nazismo en el mundo, también en Argentina. “Al mundo le falta un tornillo”, podría ser otra gran referencia. Los siete locos son alucinados, fisurados por la ciudad devastada, que se asocian disociadamente para hacer una revolución fascista, liderados por el Astrólogo, un prominente psicópata.

Carbone encuentra allí resonancias evidentes, sobre todo hoy, cuando la política se lee en clave psi, con diagnósticos delirantes del presidente incluido. Trabajé treinta años con personas con padecimientos mentales y ninguno fue malo ni cruel; es un punto para orientarse. Además, ¿qué importa si Milei está “loco”? Es una trampa bien utilizada por las derechas, esa estrategia de reducir la política a la psicopatología del líder.

Es el argumento del primer libro de psiquiatría que se escribió en Argentina: Las neurosis de los hombres célebres, de Ramos Mejía. Allí analizaba las prácticas políticas desde las enfermedades mentales supuestas a los hombres célebres. Así, las medidas del gobierno de Rosas, enemigo número uno del autor, eran derivaciones de su “locura”, de un “cerebro lesionado”. El problema es que un personaje así se sostenga y la pregunta es quién lo sostiene, qué intereses lo sostienen, qué poder lo sostiene, además de ese enano fascista que agigantan las crisis, ese enano que banaliza el mal.

Estamos en una encrucijada de la que sólo saldremos entre todos, pensando, conversando, sin perder la alegría ni la capacidad de escándalo, y mucho menos el amor, la unidad y la ternura. Son todos condimentos políticos de los mejores. Por eso invitamos a una conversación igualitaria que dará Roco Carbone el jueves 7 de noviembre a las 19 horas en la sede de la UADER. El autor del libro Lanzallamas, Milei y el fascismo psicotizante nos brindará algunas ideas para reflexionar colectivamente y encontrar algunas claves para salir de esa locura que nos angustia y desespera, aquella orquestada con una sucesión de acciones terroríficas y siniestras que paralizan, precisamente, nuestra capacidad de pensar.

Allí nos encontraremos.

 

 

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