Y tenemos, por eso, los grandes medios subordinados al imperialismo, como The New York Times, The Washington Post o The Wall Street Journal, o las grandes cadenas de TV, a los que se suman los principales medios de los gobiernos vasallos, como O Globo en Brasil, El Mercurio en Chile, La Nación y Clarín en Argentina, y El País en Uruguay. Por supuesto, hay que sumarle las redes sociales con millones de usuarios cómplices, conscientes o inconscientes, de este aparato macabro. Casi cinco mil millones de personas al día se comunican por internet para indagar sobre múltiples situaciones. Este mundo farsante sirve de parque de diversiones del capitalismo y de sus «inquilinos». Esta aparatología es manejada por corporaciones del imperialismo occidental y aplica algoritmos como códigos o ecuaciones matemáticas para favorecer funciones repetibles usando sus plataformas. La red social logra así un alto nivel de manipulación y filtración, que favorece la adicción y deteriora las conductas de los usuarios. Las hace hasta ridículas y muchas veces hasta criminales. Afectan el desarrollo cognitivo más allá de las condiciones genéticas, más allá de la nutrición de cada uno, y crean un ambiente tóxico y, en casos, muy dañino para los internautas, especialmente niños. Todo esto dicho para los padres que no regulan el uso de estas tecnologías.
Si vamos al mundo en guerra del cual somos testigos, sabemos, o deberíamos saber, que el imperialismo anglo-sionista norteamericano ha cometido grandes crímenes contra los pueblos de África, Asia, Medio Oriente y América Latina. Crímenes históricos nunca saldados a pesar de la existencia de Naciones Unidas, una Corte Penal Internacional y cuanto tribunal se les ocurra. Nunca hubo un Núremberg para Franklin Delano Roosevelt por Hiroshima y Nagasaki; nunca hubo un juicio contra Pinochet porque la cancillería británica lo protegió de la justicia, ni tampoco para Stalin, ni para Pol Pot en Asia, ni para la OTAN por Yugoslavia, ni para Margaret Thatcher por el Crucero General Belgrano, etc. Así, nuestros pueblos siguen siendo golpeados y se reprime a sus intentos de liberación. Es que buena parte de nuestras élites latinoamericanas han sido educadas y lo son en universidades de países imperiales; incluso muchos de ellos han sido y son colaboradores de la CIA y del MI5. Muchos militares latinoamericanos son entrenados, en cuerpo y mente, en distintas bases del Norte, donde aprenden los mecanismos de tortura o acciones de contrainteligencia para luchar contra la insurgencia popular de sus países de origen.
No faltan los medios que tienen marca registrada y, casi con orgullo, se muestran defensores de una derecha extrema que roza el fascismo, como el mismísimo gobierno argentino de Milei, que, con una democracia de legitimidad electoral, somete al pueblo a una cruel dictadura económica, humillándose ante un nuevo gobernante como Donald Trump, que más racista y xenófobo no se consigue. Tanto Milei como Menem y Macri gozaron y gozan de una propaganda servil donde los periodistas vasallos los designan como héroes de la patria y salvadores de la economía. Y encima se presentan como «luchadores contra la corrupción», cuando las denuncias se les resbalan por los cuatro costados. Pero la propaganda se extiende, y hay que reconocer que ha sido tan efectiva que es aceptada por millones que viven una especie de esquizofrenia causada por la realidad diaria y el terrible «crimen social» expuesto al aire libre por una realidad que se agiganta cada día. Mientras las «agencias» del imperio crean una maraña de supuestas informaciones, mezcladas con las emociones que todavía despierta el fútbol o las series enlatadas del Norte donde siempre impera «la ley y el orden», me quedo más tranquilo.
Mientras tanto, los noticieros guionados crean una maraña de supuestas informaciones que excluyen palabras y frases particulares; por ejemplo, no se habla de «crisis» sino de «corrección» o «reestructuración». Tampoco se nombra el pánico, decadencia, socialismo, especulación inmobiliaria, agio, especulación financiera, dinero sucio o ilegal, como tampoco el Producto Interno Bruto, porque sería nombrarse a sí mismo, ¿o no?
También se habla mucho de «terrorismo» para designar a quienes el imperio les dicte el «mote» correspondiente.
Esto me recuerda al siglo XIX cuando la opulencia corrupta y la riqueza obtenida de ella se exponía en forma grotesca para legitimarla.
Es inútil; tenemos a gran parte del pueblo que le hace más caso al estómago que al cerebro: aquel te avisa cuando está vacío; el cerebro, no…