No es la primera vez que, en el marco del desfile de carrozas, ritual central de la fiesta de los estudiantes, ocurren hechos de violencia entre algunos estudiantes (no hay que generalizar ni involucrar a la mayoría, que desea una fiesta pacífica para disfrutar) y descalificaciones de las escuelas implicadas. Es probable que constituya un síntoma que haya que comprender y reflexionar entre todos. Es necesario para ello interrogarse qué estructuras pueden revelarse en estos acontecimientos tan penosos. Doy, más que nunca, una estricta y humilde opinión en este caso, pues carezco de mucha información y pretendo más bien compartir mis preocupaciones y preguntas al respecto que una explicación certera.
En primer lugar, la construcción y desfile de carrozas, tal vez el espacio que propicia el desarrollo más extraordinario de la creatividad, la socialización y el aprendizaje de los chicos en su paso por el secundario, es el ritual central solo de algunos estudiantes, es decir, de aquellos con recursos económicos que pueden solventar los altos costos de la actividad. Muchas escuelas no participan, estimo, que por esa razón, incluso más, algunas están con serias dificultades para sostener clases, debido entre otros motivos a graves problemas edilicios. Es una injusticia a la vista que hay que, al menos, señalar y en lo posible, reparar, pues la desigualdad, es en sí misma, violencia.
En segundo término, ¿esa exaltación de la rivalidad en algunos chicos tendrá algo que ver con la exacerbación de la competencia que propone el sistema educativo, en consonancia con el sistema social y que chicos, padres y docentes padecen? El sistema educativo promueve fuertemente la competencia como el logro deseable. Impulsa a los chicos a competir por las notas, por la bandera, por el cuadro de honor, en las llamadas olimpíadas matemáticas, en los torneos intercolegiales, por el triunfo de las carrozas, por la coronación de reyes y reinas (que también sería importante cuestionar, por su carácter de imposición de modelos hegemónicos de belleza y sus consecuencias), etc., en una lista inagotable. ¿Será que esa exasperación competitiva pueda contribuir a la violencia? No se observa el mismo entusiasmo del sistema por fomentar la solidaridad, la amistad y la cooperación entre pares (de las mismas u otras escuelas).
Cuando el vínculo interhumano está tramado por la competencia y la discriminación, el “otro” adquiere el carácter del enemigo, de una amenaza, a quien hay que vencer y ganar. La competitividad llevada al paroxismo produce alejamiento, separación, enemistad, extremo individualismo. Hay allí elementos de la guerra, donde el enemigo debe ser destruido y sus banderas (símbolos de su identidad) robadas. Solo el fuerte incentivo de la cooperación y la identificación con los mismos ideales humanos de solidaridad engendran lazos de amistad, de fraternidad y sororidad y superan los particularismos que dividen.
El estímulo a la desunión no es ingenuo, interesa al Poder para mantener su dominio. ¿No será la promoción por parte de una sociedad adulta y sus instituciones de una lucha frenética por vencer, de cualquier modo, que lleva a estos chicos a equivocarse en sus conductas destructivas?
De igual modo, ¿la fragmentación y segmentación de la identidad y el sentimiento cliché de pertenencia a una institución escolar, por encima de la afiliación más elevada, a su carácter de estudiantes, de pares que los asemeja, los familiariza, los emparenta, los sitúa en una condición de auténtica equivalencia, el hecho que se fomente una pertenencia basada en la identificación a un rasgo rígido y estereotipado que los identifica, muchas veces con trazos y atributos disvaliosos, contribuye a la construcción de identidades escolares lábiles que necesitan, como lo afirma la cita de Eco, de enemigos que la reafirmen? Tal vez un camino posible para restituir la paz, la generosidad y la ayuda recíproca entre los estudiantes que llegan a esos extremos pase por superar estas barreras que los separan, para encontrarse en los valores comunes que deben unirlos, como jóvenes igualados en su generación.
Creo que es necesario, también, reforzar el aprendizaje de los valores de la convivencia, la participación, el respeto y la tolerancia, es decir, dar un funcionamiento verdaderamente democrático a unas instituciones cimentadas en un verticalismo autoritario. La aplicación responsable y plena de los Acuerdos Escolares de Convivencia, que tan poca consideración han recibido, aun cuando se han postulado en la normativa como la “ley de la escuela”, puede aportar al logro de esos valores, en tanto promueve una ley que está por encima de todos los caprichos y que surge de una construcción participativa. La ley es siempre pacificadora de las pulsiones agresivas. Sería un buen homenaje al cumplimiento de los 40 años de la recuperación de una democracia, tan amenazada hoy por discursos destructivos, incendiarios e intolerantes, que habría que calibrar, asimismo, cuánto influye, en estos hechos de violencia social.
Trabajo mucho con jóvenes estudiantes, tanto en mi profesión como en “Lazos en red”, y creo que son aquellos que siguen siendo los que nos dan esperanza de crear un mundo mejor. Disfruto mucho de su frescura, su autenticidad, su inteligencia, su sensibilidad y su enorme potencial de solidaridad. Hace poquito, el 8 de septiembre realizamos con ellos (sus docentes y directivos), una jornada maravillosa y multitudinaria de “prevención del suicidio”, en una caminata y acto en el anfiteatro de la costanera, donde exhibieron sus más nobles valores, en paz y con inmenso amor, aquellos sentimientos que naturalmente anidan y que el sistema quiere torcer y entorpecer. Aquellos mismos valores, sentimientos e ideales que llevaron a los adolescentes de “la noche de los lápices”, prototipos de los estudiantes secundarios, a luchar por el boleto estudiantil, no por ellos, sino por sus compañeros de escasos recursos económicos, a trabajar solidariamente en las Villas Miserias, a jugarse la vida para conseguir la igualdad y la justicia social. Ojalá siga siendo el faro de los jóvenes de hoy. Confío en que es así en la mayoría de ellos, y eso da esperanza en el futuro.