Director: Claudio Gastaldi
Concordia
domingo 8 de septiembre de 2024
Nota escrita por: Sergio Brodsky
domingo 21 de julio de 2024
domingo 21 de julio de 2024

Amistad y Adolescencia

Las seguridades de la infancia se terminan con la crisis de la adolescencia. La estabilidad y la identidad tambalean, ya no dependen del discurso de los padres, que les daban certezas; los progenitores mismos comienzan a verse agujereados, vacilantes, imprecisos, fallados. Esos dioses comienzan a tener pies de barro y entonces los adolescentes empiezan a sentirse solos y sin saber quiénes son, ni quiénes deben ser, los atraviesa el vacío. Los padres dejan de ser esos seres omnipresentes, omnisapientes, completos, que les daban tranquilidad. Ya el cuerpo deja de enclavarse en la paz de la niñez y comienza a ser presa de la turbulencia hormonal, aguijoneada por la pubertad, y la sexualidad pulsa como un gigante que hubiera estado dormido y despertara con furia.

La adolescencia es una crisis que exige la elaboración de duelos y angustias. Los tres duelos, las tres pérdidas a procesar, son por los padres de la infancia, el cuerpo de la infancia y el yo infantil. Es un momento acompañado por la tristeza y el desgarro de lo que ya no es. Pichon Rivière lo caracterizó como una “ansiedad depresiva”. En esa crisis que es tránsito de crecimiento, la angustia y las preocupaciones se orientan hacia lo nuevo, lo desconocido, la construcción de la nueva identidad, los padres, la sociedad, los amigos, la sexualidad, el futuro, cuya emoción predominante Rivière llamó “ansiedad paranoide o persecutoria”, porque es vivido como un ataque al yo desde el futuro.

El tema central de la adolescencia es la búsqueda de la identidad, es decir, responder a la pregunta ¿Quién soy? Ante el cambio permanente y a la vez, la necesidad de ser el mismo. Y, tal vez un poco avanzado en el proceso adolescente, ¿Quién quiero ser? Es decir, la búsqueda de una identidad vocacional. Es una ardua indagación porque vislumbra con desesperación que, como Heráclito, no se bañan dos veces en el mismo río y necesita aferrarse a una identidad tan estable como ilusoria.

El riesgo es andar el camino en soledad, es la despersonalización, la disolución psíquica, el vacío, por carecer de apoyos y tutelajes. Los adolescentes ensayan formas de ser, las fabrican en las redes, siguen mirándose horas al espejo, hasta que perciben que en sus nuevos amigos, también adolescentes, residirá el faro que iluminará esa senda oscura.

En la adolescencia, esa etapa que, como se dice, comienza con la biología (los cambios de la pubertad) y culmina con la cultura (con la autonomía e independencia), los pares reemplazan, como grupo de pertenencia y de referencia para la identificación e imitación, a los padres y a la familia. En ese contexto surge la amistad adolescente como uno de sus valores esenciales.

La idealización, el endiosamiento con que en la niñez eran investidos los padres, se transfiere en esa etapa al grupo de pares. Así, los amigos comienzan a dictar los intereses, los gustos, los códigos, las conductas adecuadas, los hábitos aceptados, la visión del mundo a la que se aliena, ya que da respuesta a la inquietud y la incertidumbre de saber quién es. Es además el espacio en el que procesan la crisis, las preguntas más profundas de la existencia. Es allí, y amparados en el grupo, donde se hacen verdaderos filósofos y se interrogan por los enigmas más acuciantes de la vida. Pero no es sólo metafísico el ejercicio, sino sumamente concreto, porque en su seno desfilan el sexo, el futuro, la ideología, la religión, el amor, la sociedad, la política, como cuestiones que ya los habitan como problemas. Y la amistad no es solo el escenario donde se tramitan esos dramas, sino uno de ellos.

La amistad cubre la existencia de los adolescentes y tiene, como la mayoría de sus sentimientos, un valor absoluto, propio de las experiencias iniciáticas. Se basa, como lo planteaba Aristóteles, en los rasgos que la presiden rígidamente, la semejanza. Los adolescentes exigen igualdad y total identificación a los amigos, bajo presión, en lo contrario, de ser expulsados. Paradójicamente, en ese espacio, poco a poco, irán singularizándose. La reciprocidad, ya que la amistad es un dar que pide recibir, en presencia y acompañamiento. Y por último, la confianza. En algunos casos vendrán las enormes decepciones, en las que las diferencias los distancien, los egoísmos los defrauden y las traiciones o las deslealtades los decepcionen. Cuando eso suceda nos recordará la frase paradójica del sabio que dijo “Oh amigos, no hay amigos”, queriendo significar que la amistad perfecta no existe en seres imperfectos y el sufrimiento experimentado es desgarrador y absoluto, porque es la primera vez que sucederá y entonces el dolor será abismal. Y allí tenemos que estar como adultos para sostenerlos.

Y a veces la amistad durará para siempre y constituirá una experiencia maravillosa de la vida. Y entre tanto en la adolescencia, la ternura, la nobleza, la lealtad, la entrega, el deseo sincero del bien del otro y, en definitiva, ese don gratuito de amor que es la amistad, enaltece en esa etapa, conmovedoramente, la condición humana.

La amistad en la adolescencia es una experiencia necesaria, es en ese período cuanto más cierta es la afirmación de Aristóteles para quien “no se puede vivir sin amigos”.

Es preocupante para la salud mental y emocional de los jóvenes la soledad, el aislamiento, el bullying. Es necesario desde las familias y la escuela procurar y estimular la vivencia de la amistad y sus valores. Es necesario acompañar a los chicos en la ambivalencia de su desarrollo, por la que tanto desean como temen crecer. Tenemos que saber acompañarlos en esos vaivenes en los que nos requieren como si fueran niños desamparados y casi en simultáneo nos rechazan plenos de una supuesta madurez. Nuestro deber ético como adultos es ayudarlos a construir un proyecto de vida, un horizonte concreto de esperanza en el que puedan realizarse y -como decía Edgar Morin- transmitirles el gusto por la vida. Cambiar el mundo inhabitable de hoy, del cual quieren exiliarse, ya sea abandonando la patria, o más trágicamente la vida.

El suicidio es hoy en la franja de la adolescencia-juventud entre los 15 y los 24 años, la segunda causa de muerte. Es así que tenemos que acompañarlos y sostenerlos en un tránsito tan complejo y penoso, facilitándoles crecer, soñar y vivir. Dentro de esas obligaciones que el Estado y la sociedad tienen, queda expresa y terminantemente prohibida la represión, la persecución y la cárcel para los niños y adolescentes, que solo mentes afiebradas pueden desear.

 

(Agradezco enormemente la colaboración, en la ilustración de esta nota, de un joven, extraordinario y talentoso amigo: muchas gracias, Elías Costen.)

 

 

  • Silvio Alejandro Alvarez

    Muy interesante, opino que los padres deben educar a sus hijos en la pluralidad de la realidad que vivimos. Para batallar contra el bullying y la indiferencia de los adolescentes hacia sus pares para prevenir un montón de situaciones evitables

  • Marina Guerrero

    Muy buen artículo!!! Totalmente de acuerdo. Debemos divulgarlo más a los padres en instituciones!!!