Aquel territorio del tiempo que, como dice el Indio Solari, “llegó hace rato”, porque es, en realidad, pura repetición mortífera de un pasado infame. La situación es tan grave en todos los sentidos, que varios colegios de Psicólogos del país y la FEPRA (Federación de Psicólogos de la República Argentina) repudiaron, en un comunicado, antes de las elecciones, los riesgos para la salud mental colectiva, del negacionismo de la Dictadura Militar, reconociendo las profundas secuelas que dejaron en los individuos y las comunidades e instaron a mantener viva la Memoria, la Justicia y la Verdad, en honor a las víctimas y sus familias.
El comunicado, que en ese momento emitió el Colegio de Psicólogos de la Provincia de Entre Ríos, continúa con el rechazo y la oposición a cualquier propuesta que amenace con retroceder en los avances alcanzados en términos de derechos humanos, inclusión y justicia social y los valores y principios democráticos que garantizan la convivencia social.
El documento llevó el título de “Sin derechos humanos no hay salud mental”, en tanto existe una honda contradicción, una repugnante paradoja, entre la promoción de la salud mental y la reivindicación de Dictaduras y autoritarismos, del secuestro, la tortura y la desaparición de personas, arrojándolas vivas desde los aviones al mar, el robo de los bebés, de la legitimación de la venta de órganos o –reflexione un poco sobre lo que sigue- la venta legal de niños, la venta libre de armas, el fomento del odio y la violencia, el individualismo extremo, la insensibilidad, la más dolorsa ausencia de empatía y la indiferencia frente al destino de los ciudadanos.
La salud mental por el contrario, tiene por núcleo, el amor, la ternura y la consolidación de vínculos solidarios entre los hombres, los seres vivos y su ambiente. Todas las formas del padecimiento psíquico son emergentes del Malestar en la cultura, de la ruptura de los lazos comunitarios, de los enlaces libidinales que nos unen, como semejantes, a través de las máximas Kantianas o cristianas de “amar al prójimo como a ti mismo”. Cuando esas relaciones se quiebran, el mundo se hace inhabitable y no hay bienestar colectivo posible. Tenemos demasiados ejemplos, en la historia universal como en la local, en la antigua como en la reciente.
El estallido social del 2001, como producto de la imposición “(consenso” de Washington) de un modelo neoliberal de mercado (que profundizaron las políticas de concentración del capital financiero de la Dictadura), con destrucción del tejido productivo y la consecuente desocupación masiva, la exclusión y la miseria, el individualismo extremo, derivaron en un crecimiento exponencial de padecimientos mentales y anímicos, de incremento de las adicciones, las depresiones, las enfermedades psicosomáticas, las más variadas perturbaciones y el aumento exponencial, de los suicidios.
Es precisamente en ese contexto de vulnerabilidad social, económica y cultural, de fragilidad de las subjetividades, que comencé a investigar, a partir de su incremento inusitado, el penoso fenómeno de las conductas autodestructivas.
La desesperación, la angustia y la soledad, producto de un sistema que vomitaba humanos, que los despreciaba, poniéndolos al límite de la subsistencia y el deshecho, era la sensación que los empujaba al abismo, independientemente de las vicisitudes subjetivas que adoptara cada historia particular, cada itinerario singular.
Ni siquiera en esos momentos llegó a formularse la idea cruel de que el suicidio fuera “un acto de libertad, una elección individual que, al igual que el consumo de drogas, cada individuo puede realizar si lo quiere, pero no a cuenta del Estado”. Contrariamente a esta afirmación burda, nacida de la ignorancia y la insensibilidad, lo que hemos verificado durante años, es que la presencia del Estado, en el desarrollo de políticas públicas y de programas concretos de prevención del suicidio, es un factor fundamental para la disminución de sus tasas. Esa investigación la he desarrollado en mi último libro “Experiencias sobre el suicidio” (Ediciones del Parque Tucumán), junto a la idea básica de que la salud y la salud mental, constituyen un derecho humano fundamental (ley 26.657), a la que todo ser humano debe tener acceso, y no una mercancía que se compra y se vende, accediendo cada cual a la salud que pueda pagar, tal como lo formula el liberalismo.
Así estamos, consternados, desconcertados, rabiosos. Pero como ha sucedido con otras pesadillas, el mal sueño pasará y tal vez, esta vez, aprendamos de la lección de la historia, para que no sea tragedia, ni farsa, sino inteligencia y memoria. Por ahora es aconsejable pensar y reflexionar, íntimamente y con otros, compartir angustias y contenerse, juntarse, asociarse, cultivar colectivos, no tener miedo, sino cuidados, y sostener, con inteligencia, contra viento y marea, una esperanza que, como dice Fromm, no es espera pasiva, sino una activa participación para transformar el mundo, siendo conscientes de sus fundamentos, de por qué, finalmente, esperamos, sentimos, cantamos, aquello que mejor que nadie, definen los poetas.
(1) Mario Benedetti
PORQUE CANTAMOS
Si cada hora vino con su muerte
Si el tiempo es una cueva de ladrones
Los aires ya no son tan buenos aires
La vida es nada más que un blanco móvil
Usted, preguntará porqué cantamos
Si los nuestros quedaron sin abrazo
La patria casi muerta de tristeza
Si el corazón del hombre se hizo añicos
Antes de que estallara la vergüenza,
Usted, preguntará porque cantamos
Cantamos porque el río está sonando
Y cuando suena el río suena el río
Cantamos porque el cruel no tiene nombre
Y en cambio tiene nombre su destino
Cantamos porque el niño y porque todos
Y porque algún futuro y porque el pueblo
Cantamos porque los sobrevivientes
Y nuestros muertos quieren que cantemos
Si fuimos lejos como un horizonte
Si aquí quedaron árboles y cielo
Si cada noche siempre era una ausencia
Y cada despertar un desencuentro
Usted, preguntará porqué cantamos
Cantamos porque llueve sobre el surco
Y somos militantes de la vida
Y porque no podemos ni queremos
Dejar que la canción se haga ceniza
Cantamos porque el grito no es bastante
Y no es bastante el llanto ni la bronca
Cantamos porque creemos en la gente
Y porque venceremos la derrota
Cantamos porque el sol nos reconoce
Y porque el campo huele a primavera
Y porque en este tallo en aquel fruto
Cada pregunta tiene su respuesta
MARIO BENEDETTI
pablo
A remar «…nos quieren tristes para que nos sintamos vencidos». A.J.