Por eso, todas las partes, especialmente Irán, eran conscientes de las repercusiones políticas que provocaría un ataque a Israel. Por lo tanto, no podía dejarse al azar que dicho ataque desencadenara un ciclo de ataques y contrataques cada vez más intensos, llevando a una guerra implacable en la que todos saldrían perdiendo. Según el Washington Post, previo al ataque iraní, hubo conversaciones con EE. UU. en las que se sugirió a Irán que, para evitar una reacción violenta e incontrolada del ya belicoso gobierno israelí, tomara represalias a través de fuerzas aliadas irregulares, como Hezbolá o los Hutíes.
Irán no habría aceptado esta propuesta, ya que el ataque terrorista israelí contra la sede diplomática iraní en Siria fue una afrenta directa que requería una respuesta directa de Irán. Era lógico que Israel y sus aliados se prepararan para el ataque iraní durante diez días. Washington mantuvo una comunicación constante con sus aliados y también intercambió mensajes con Irán a través de la Embajada Suiza en Teherán.
EE. UU. habría aceptado el ataque directo iraní sobre Israel a cambio de que Irán empleara «medios» que no causaran daños significativos en Israel. Irán habría aceptado este acuerdo, lo que significaba que emplearía drones y misiles de baja tecnología y fácilmente derribables para resolver el enfrentamiento sin caer en el abismo de una guerra total.
Así fue como ocurrió lo que ocurrió y por eso está sucediendo lo que está sucediendo. Irán llevó a cabo un espectacular ataque, filmado por todos, sobre territorio israelí, sin afectar ciudades ni áreas pobladas, no porque careciera del armamento necesario, sino porque esa era la condición esencial impuesta por EE. UU. para restringir las acciones de Israel. Puede parecer una trama de ficción política, pero así fue. La razón principal de este acuerdo insólito es la conciencia de que Israel (su gobierno, no el pueblo judío) está en manos de fundamentalistas ideológicos sionistas dispuestos a provocar una escalada nuclear en nombre de su «misión divina» de quedarse con el territorio de Gaza.
Solo EE. UU. tiene el poder para controlar a los dirigentes encabezados por Netanyahu en nombre de Yahvé. ¿Y cómo lo hace EE. UU.? Amenazando con recortar suministros militares vitales para continuar la guerra, ya que es el único que posee las fábricas de esos elementos cruciales. Para que esto sucediera, se supo que los aliados de Israel, EE. UU., Gran Bretaña, la OTAN y Jordania, tenían desplegados aviones suficientes para derribar los drones y misiles iraníes, ya que muchos de ellos debían atravesar los cielos de Siria y Jordania. Todos conocemos lo que ocurrió.
Por eso, como un gesto hacia su «socio» Israel, EE. UU. se apresuró a proclamar que Israel había «ganado» el desafío lanzado por Irán, argumentando que el 99% de los misiles y drones habían sido derribados por el «mítico» Escudo de Hierro que protege a Israel de sus vecinos. Y al proclamarse vencedor, se cerró el capítulo, y EE. UU. afirmó que no apoyaría ninguna respuesta contra Irán.
Dentro de este escenario de película de Hollywood, Joe Biden, como en un diálogo de casa, le pidió a Bibi Netanyahu que «tragara el sapo» y se olvidara de las represalias, por ahora, sí, por ahora, hasta que pasaran las elecciones en EE. UU.
Al día siguiente, John Kirby, portavoz del Consejo de Seguridad Nacional (una especie de Adorni estadounidense) afirmó que la decisión de cómo responder al ataque de Irán ahora dependía de Israel, pero enfatizó que el «Presidente Biden se había esforzado por evitar una guerra regional más amplia». En otras palabras, si Israel no «obedecía», quedaría solo, y poco podría hacer sin el apoyo financiero, militar e institucional de «el amigo americano», uno de los responsables de lo que está ocurriendo en Gaza.
¿Acaso Joe Biden y su equipo se volvieron proiraníes de repente? De ninguna manera. EE. UU. se encuentra atrapado en una encrucijada con desafíos colosales, lo que sume a la élite dirigente en una crisis sin precedentes en su historia. Por eso, para ubicar las piezas en perspectiva, es mejor ir por partes, empezando por lo más actual: el ataque iraní sobre Israel, un acto que marca un antes y un después en la historia de la región del petróleo. Por eso, las acciones no se toman en solitario ni a la ligera. Puede haber suicidas políticos, pero no al menos en Irán, donde no gobiernan los «Jefes solitarios», sino un consejo de Supremos con decisiones por unanimidad. Pero no en EE. UU. o Israel, donde el fundamentalismo supremacista está latente.
Continuará…