Lo mismo para el trabajo, como transformación, como acto creativo y sublimatorio del hombre, a eso se refería Freud explícitamente, incluso, en una nota al pie de su “Malestar en la cultura”. No al trabajo como yugo, como tedio, como expresión de la explotación del hombre por el hombre; esa forma crea neurosis, padecimiento mental.
La salud mental es un “estado de bienestar biopsicosocial y no solo ausencia de enfermedad”, dice la O.M.S, destacando la positividad del concepto, es decir, no solo no estar enfermo. Yo diría que es la búsqueda de bienestar a través de la satisfacción de las necesidades, una búsqueda que siempre es colectiva.
La salud mental de una comunidad se define por el modo en que satisface sus necesidades. El ejemplo del trabajo que poníamos recién lo ejemplifica. Puede ser salud o enfermedad, según la organización social de las necesidades humanas. Es además afrontamiento de conflictos, es adaptación activa a la realidad, tal como lo planteaba Pichón Riviere, el proceso de transformar el mundo transformándose, aprendizaje permanente de la realidad.
Y es, la salud mental, un derecho, tal como lo define la ley nacional de salud mental 26.657, no una mercancía, como quieren quienes atacan la normativa, un privilegio para pocos que pueden pagarla. En eso consiste la lucha, en defender la salud como un derecho humano básico. Ante tanta destrucción y privatización de los derechos que se ciernen en el horizonte.
En el día mundial de la salud mental, nos encontraremos hoy—los encuentros son siempre coherentes con esta dimensión— a reflexionar sobre el suicidio, una de las máximas expresiones del malestar. Será a las 20:30 en la biblioteca Serebrinsky, Urquiza 721, en la presentación del libro “Experiencias sobre el suicidio”. Todos invitados.