El educador, en palabras de Hannah Arendt, tiene la misión de mediar entre el niño y el mundo, de manera de permitir que esos niños se integren al mundo, reduciendo el riesgo de rechazo natural entre ambos. El educador, es el responsable mediador y va a determinar la manera y expectativas de sostenimiento en el entramado social. El docente, es un ser humano (entre otros humanos) que ha podido acceder por la profesión, la cultura y, como consecuencia de ella, por la sociedad, a la manera de cómo los estudiantes ven el mundo, de las distintas perspectivas con que lo interpretan. Pero, además también les enseña otras formas de mirar, a ponerse otros anteojos, a ver aquello que aún no han podido identificar. De ahí su gran responsabilidad.
¿Cómo asumimos los educadores dicha responsabilidad? ¿Estamos preparados para tomar el lugar que nos corresponde en la gran trama social? ¿Nos preparamos de manera tal para crear conciencia, entre nosotros mismos, de la importancia del rol? ¿Estamos conscientes de todo lo que implica nuestro trabajo con los alumnos? ¿Sabemos, cuándo ingresamos a esta profesión, de todo lo que se trata? ¿Qué hacemos para responder a estos interrogantes? ¿Estamos acompañados o trabajamos en soledad en una tarea que por momentos nos desborda? ¿Alguien que no conozca o esté alejado de la profesión, sabe de lo desgarradora que puede ser, en muchas ocasiones, nuestra responsabilidad?
Los profesores y maestros siempre hemos cumplido múltiples funciones, mientras transcurre (o intentamos que transcurra) el proceso de aprendizaje. Desde los mecanismos tradicionales de enseñanza, en los que el maestro era quien sabía y quien decidía la suerte de los estudiantes, hemos pasado a trasformar, mutar, nuestro rol en diversos momentos del día (los laborables y además en los otros, ante la urgencia). Nos hemos tenido que bajar del estrado para aprender con nuestros estudiantes, a la vez que los ayudamos. Los niños, niñas y jóvenes también se sienten solos, tristes y corren el riesgo de deprimirse. Todavía no controlan ni saben gestionar sus emociones, están descubriendo el mundo y no todos tienen las mismas oportunidades y capacidades. Allí, aunque muchos lo ignoren, también estamos presentes, colocando el cuerpo y tramitando nuestras propias emociones (como podemos).
No existen procesos de aprendizajes verdaderos sin emociones ni afectos, sin empatía y comprensión por los problemas y dificultades del otro. Los estudiantes no afianzan sus aprendizajes, sus competencias si no están asociadas a momentos y estados de ánimo que marquen afectivamente.
Solo los docentes podemos dar cuenta de que nuestra labor va mucho más allá de enseñar las prescripciones curriculares y tiene que ver no solo con el rol en un entramado social cada vez más hostil, sino también con el compromiso con la persona que hay detrás de cada alumno, en una interacción cercana y cordial. Es ahí donde se juega toda la relación pedagógica, no solo la de los sujetos que están dentro del aula, sino en la institución escolar completa, y, además, como debería ser, con las instituciones que asumen el compromiso de acompañar, interesadas en su quehacer. En ocasiones, demasiadas tal vez, estas últimas, para que no sea tan solo proclama, deberían asumirse como política y como red que respalda, acompaña y contiene a los docentes, quienes – de igual modo que todos- debemos aprender a enfrentar los problemas y hacernos de herramientas para dar respuestas, desde el lugar asignado en el contexto social, para visualizar los caminos a seguir, considerando un estado emocional que permita rescatar de la segregación a otros seres humanos (nuestros estudiantes) y, en consecuencia, intervenir activa y poderosamente en los procesos traumáticos que enfrentan.
¿Cómo hacer todo esto en la soledad que nos dejan las supuestas redes, cuando necesitamos de modo apremiante un tejido de contención en situaciones sumamente desbordantes? ¿Dónde están? ¿Solo predomina un discurso políticamente correcto y no existe en la práctica y en el momento necesario ese entramado, al parecer solamente en forma de elocución, entre organizaciones del Estado que, ante la urgencia reclamada, están ausentes?
En un mundo cada vez más vacío de espíritu, frente a una realidad cada vez más hostil en solidaridad y compromiso con los demás, en un sistema educativo extraviado en el individualismo, nuestro llamado es a rescatar al ser humano que está detrás de cada niño, niña o joven, y devolverle el control singular sobre su existencia, por sobre todo el emocional.
Pero solos, no podemos.
Tekoá. Cooperativa de Trabajo para la Educación. Ltda.