Sus inflamados discursos reflejan ambiciones de extender la influencia sobre tres naciones: Canadá, México y Groenlandia, esta última perteneciente a Dinamarca desde 1979. Por orden de aparición, hoy nos centraremos en una de las iniciativas más controvertidas de Donald Trump: cambiar la denominación del Golfo de México por «Golfo de América».
Los asertos temerarios de Trump no responden a un irredentismo personal, sino que forman parte de objetivos territoriales de larga data del neocolonialismo tanto demócrata como republicano. Esta visión expansionista está profundamente arraigada en el ADN del «destino manifiesto» que históricamente ha guiado a Estados Unidos.
La idea de renombrar el Golfo de México no es nueva. Fue lanzada hace 13 años en el Congreso de Misisipi mediante la enmienda legislativa BH 150, presentada por el demócrata Steve Holland. Según reportó Fox News, la propuesta fue congelada por razones desconocidas, pero ahora reaparece impulsada por necesidades estratégicas, especialmente relacionadas con el acceso a la inmensa cuenca petrolera ubicada en su mayoría frente a las costas de México.
Estados Unidos tiene cinco estados que colindan con el Golfo de México: Florida, Alabama, Misisipi, Luisiana y Texas. Por su parte, México también cuenta con cinco estados fronterizos con el Golfo: Tamaulipas, Veracruz, Tabasco, Campeche y Yucatán. El estado de Quintana Roo, aunque cercano, pertenece al Mar Caribe. Además, una pequeña parte de la isla de Cuba también limita con el Golfo, frente a Florida.
El interés de Estados Unidos en esta región tiene una base económica y estratégica. En el Golfo de México se encuentran vastos yacimientos de petróleo, lo que revive el concepto del geoestratega estadounidense-holandés Nicholas John Spykman, quien expresó: «El Golfo es el Mar Mediterráneo de Estados Unidos», un mare nostrum similar al del Imperio Romano, con una extensión de 1,55 millones de kilómetros cuadrados.
El impulso de Trump por renombrar el Golfo y reclamar mayor control sobre la región responde al retroceso del unipolarismo estadounidense frente al ascenso del nuevo orden mundial tripolar liderado por China, Rusia y Estados Unidos. Según la legislación estadounidense, esta nueva denominación podría justificar un mayor control sobre la totalidad del Golfo, bajo el pretexto de crear un «Lebensraum», un «espacio vital» alineado con los intereses estadounidenses, una idea similar a la que utilizó Hitler al invadir Polonia, desatando la Segunda Guerra Mundial.
La crisis energética global también juega un papel central. Con el precio del crudo oscilando entre los 70 y 80 dólares por barril, Trump busca reducirlo a 60 dólares, pero tanto Arabia Saudita como Rusia se oponen. Su objetivo es posicionar a Estados Unidos como el principal proveedor de gas y petróleo para Europa, pero a precios elevados. Por ello, Washington ha presionado a Zelenski para cerrar las válvulas del gas ruso hacia Europa, haciéndola dependiente de Estados Unidos.
La militarización de Estados Unidos y el despliegue de 1.500 soldados cerca de la frontera mexicana refuerzan las tensiones. Este movimiento es visto como una forma de extorsión hacia el gobierno mexicano, recordando los antecedentes históricos en los que Estados Unidos se apropió de seis estados mexicanos durante el siglo XIX. ¿Estamos ante la posibilidad de un nuevo frente bélico?
La comunidad internacional, como en otros conflictos, podría optar por mirar hacia otro lado, como lo hace en Gaza. Pero cabe recordar que la ambición territorial no es exclusiva de Trump. Este impulso expansionista está incrustado en un «darwinismo geopolítico» que abarca desde el «Gran Israel», pasando por el neo-otomanismo de Erdogan en Siria, hasta el mantra de «Make America Great Again» de Trump.
La historia, sin dudas, sigue escribiéndose con los mismos tintes de poder y dominación.