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Nota escrita por: Ricardo Monetta
jueves 30 de noviembre de 2023
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El Camino de la Servidumbre (Parte Uno)

Lamentablemente, la vorágine de los acontecimientos políticos y sociales que se producen tanto en el mundo como en nuestro país no nos permite, como sociedad, reflexionar sobre el cómo y el por qué ha pasado lo que sucedió en estos 40 años de democracia híbrida, insustancial, que, después de haber transitado el "desierto" de la dictadura, nos pareció haber recuperado el paraíso político del cual habíamos sido desterrados. Pero ninguna de las expresiones políticas que arribaron al poder dejó de presentar fracturas y fracasos profundos, entregando beneficios solo a una clase empresaria. Esa burguesía nacional, gracias a la corrupción indisimulada, provocó una destrucción real y simbólica con el gran objetivo neoliberal que se prolonga hasta el día de hoy, dividiendo a la fuerza opositora y enmascarando al enemigo real para confundir al ciudadano sin militancia ni encuadre partidario.

Desde hace 40 años, hemos asistido, con las excepciones del caso, a una verdadera estafa política. Los partidos mayoritarios, paridos desde la mediocridad política, cumplieron un rol fundamental en la configuración de la consolidación de un poder en las sombras que dejó a los gobernantes como partícipes necesarios de la concreción de un plan mayor que se abatía sobre toda América Latina: el poder de las Corporaciones.

Cada gobierno que fracasaba le entregaba la «antorcha olímpica» con el fuego sagrado de la reconstrucción del incendio que dejaban a la gestión siguiente. Por eso, para encantar a las mayorías, las corporaciones ordenan endulzar o mentir en las promesas electorales que esconden proyectos antipopulares (Menem, De la Rúa, Macri) y dejan el trabajo sucio, disfrazándose de «estadistas» para enmascarar la verdad y ocultar proyectos inconfesables.

La historia reciente de Argentina nos enfrenta a dos modelos resumidos en dos personajes de profunda gravitación que delinearon y terminaron en lo que hoy padecemos. Uno, Néstor, se hizo cargo del país después de la transición no traumática desde el 83 hasta el presente. Dejó una economía productiva en crecimiento, capacidad de compra de los asalariados, deuda externa ordenada con la expulsión del FMI, YPF recuperada, Fondo de Garantía de Sustentabilidad de los Jubilados, etc., dejando el poder con un 70 % de aprobación ciudadana.

Luego vino el tsunami Mauricio, y nos da cuenta de que los tiempos políticos están impregnados por un perfume de época en la región inconfundible. Cuando el pasado recupera esa esencia, la memoria genera la reconstrucción del esqueleto social de turno, en un país repleto de batallas inconclusas, donde los nuevos herederos de peleas viejas se presentan cíclicamente para terminar la balanza de la restauración conservadora.

Para imaginar el futuro (Castelli decía en 1812: «Si lo ves al futuro, decile que no venga») no hay que barajar hipótesis, alcanza con hacer una correcta lectura de las experiencias anteriores recientes: La dictadura primero y la década de la convertibilidad después dejaron una economía basada en la acumulación rentística financiera.

Pero, a diferencia de todas las experiencias anteriores, el Proceso fijó las reglas de juego para el futuro. La dependencia se había enraizado de tal manera que el regreso de la Democracia en 1983 fue tutelado por los centros financieros del poder, con el FMI y el Banco Mundial a la cabeza. O sea, elección de presidentes condicionados por el neoliberalismo para que el sistema se transforme en una costumbre protocolar.

El fruto de las dos fases del ensayo neoliberal perduró 20 años (1983-2003). En ese lapso, Domingo Felipe Cavallo, durante las presidencias de Menem y De la Rúa, profundizó «el camino de la servidumbre», iniciado por Martínez de Hoz. Un postgrado económico social, que dolarizó la economía nacional, con la convertibilidad, remató las empresas del Estado a precio vil. Lo poco que quedaba en pie de un país saqueado, lo que se había generado durante 150 años, se lo evaporó en menos de dos años.

Vuelta a reconstruir una nación quebrada económica y moralmente, que fue el período que va desde 2003 hasta 2015. Ni vale recordar a sus protagonistas para no irritar a una sociedad conservadora que bien disfrutó de todos los privilegios, a pesar de que tenían que compartir geografías con los herederos de «las patas en las fuentes».

El triunfo de Macri en el 2015 significó desempolvar la vieja derecha reaccionaria de la burguesía y de hipocresía de la clase media alta que no quería ser lo que era, porque su espíritu clasista le impedía tolerar el ascenso social. En esos años, el país retrocedió 40 años en apenas siete días.

La transferencia de recursos regresiva comenzó con la eliminación de las retenciones al campo (derechos de exportación que aplican 72 países). Fue entonces que el complejo exportador aportó menos de un dólar por cada 5 que recibió del Estado. La eliminación de las retenciones agrarias significó dejar en manos de la vieja «Mesa de enlace» 30 mil millones de pesos a un dólar de 9,80. Por si fuera poco en resignación de recursos, el macrismo le perdonó en 2016 a las compañías eléctricas $16.000 millones de deuda que tenían con Camesa. Eso sí, subieron las tarifas casi el 4000%, y por si fuera poco, la apertura indiscriminada de las importaciones supuso la firma de pena de muerte a la industria nacional, con el cierre de 4.500 pymes que nutrían a las grandes fábricas. Se estaba preparando «el camino de la servidumbre» para el golpe final: Cuando ya no había más que privatizar y los números estaban en rojo bermellón, hubo que ir a entregarse a los brazos del pulpo depredador más grande de la historia mundial de Occidente; el Fondo Monetario Internacional.

Para sostener sin sobresaltos el cimbronazo de los cambios, Prat Gay prometió a mediados de diciembre de 2015, el ingreso en enero de 2016 de préstamos que oscilarían entre 15 y 25 millones de dólares. Un consorcio de Bancos amigos, por supuesto, encabezado por el JP Morgan, el segundo «hogar» del entonces ministro y del Secretario de Finanzas (el Messi de las finanzas) Luis «Toto» Caputo, se encargaría de todo. Completaban la foto familiar, el HSBC (el Banco de peor fama en el mundo), el City Bank, Deutsche Bank y Goldman Sachs, uno de los principales responsables de la crisis de las hipotecas subprime de EEUU que tuvo repercusión mundial dejando a centenares de miles de ciudadanos de EEUU y Europa en la calle, arrastrando a decenas de bancos en una crisis que todavía no se terminó de saldar.

El regreso de la deuda externa en nuestro país marcó rápidamente dos hechos: hipotecar con un «asiento contable» a dos o tres generaciones de argentinos, y convalidar la herencia positiva que significó reestructurar y pagar la fiesta del neoliberalismo entre 1976 y 2021.

Cuando Prat Gay anunció la caída del cepo, fue un fetiche de la campaña electoral de Cambiemos que caló muy hondo en las aspiraciones sociales de la clase media. El cinismo del discurso oficial mostró la caída del cepo como el regreso de la «libertad». Fue entonces que, con la excusa de «nobles» medidas a medida del hombre común, las Corporaciones iniciaron la nueva multiplicación de dólares para volver a alimentar la fuga de capitales, siempre proporcional a la toma de deuda. Siempre el dogma de Cambiemos en materia económica tuvo sabor a una obra del músico Johann Sebastian Bach: «Apertura, toma de deuda, Tocata y Fuga» (de capitales). Siempre fue y será así.

La matriz ideológica de la restauración conservadora quedaba una vez más en vidriera para aquellos que veían una oveja cuando hablaba en realidad el lobo: así fue como miles de familias millonarias fueron favorecidas a costa de más de cuarenta millones de argentinos. En enero de 2017, más de 200 mil empresas quedaron habilitadas para acceder a los beneficios de la Ley Pyme, o sea, un crédito para poder pagar su entierro.

Hago un paréntesis para contar algo que me dijo el propio Alfonsín después de haber salido del poder (poseo las fotos y la grabación), textualmente me dijo cómo actuaba el «imperio», que ya le había soltado la mano; «Meses antes del golpe de 1966, David Rockefeller se reunió en Bs.As. con el Presidente Arturo Illia, un monumento a la honestidad, donde el Banquero yanqui, que quería radicar el Chase Manhattan Bank en Argentina, le sugirió a Don Arturo algunos cambios en la Ley de Bancos, para flexibilizar las condiciones de desembarco en nuestro país. El Dr. Illia le preguntó a Rockefeller qué pensaría si un banquero argentino le exigiera al Pte. de los EEUU que cambie la Ley de la Reserva Federal para invertir en ese país». Antes de escuchar la respuesta, Illia le dijo al intérprete: «Dígale al Sr. Rockefeller que esta audiencia ha terminado»… Tres meses más tarde un golpe de Estado derrocó al Pte. Illia; Rockefeller radicó ahora sí el Chase Bank, y Onganía, servil como todos los militares de los golpes de estado, reformó la Ley de Bancos, para cumplir los deseos del Imperio.

El menemismo y la Alianza gobernaron una década con la estampita de Martínez de Hoz en el bolsillo. Y Macri es su nuevo alumno desde 2015 con un lastre hasta el día de hoy. Y es la Ley 21.526 de Entidades Financieras, que son parte de las reglas de juego que condicionan desde 1977, el accionar del poder Político. Esta ley es la Biblia de un país co-gobernado por los Bancos, donde varios centenares de entidades financieras, entre privadas, públicas, cooperativas, cajas de crédito y compañías financieras.

El sueño de libertad que motoriza la Democracia teórica fue confiscado por las corporaciones financieras. Y el templo sagrado de la usura internacional, el FMI, a los que se les ha sumado los «fondos buitres» como los grandes Fondos de Inversión.

Para que ello ocurra es necesario como partícipes necesarios los «traidores» disfrazados de políticos de la Democracia. Así se van construyendo los «Caminos de la Servidumbre»…

 

 

 

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