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jueves 21 de noviembre de 2024
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Nota escrita por: Ricardo Monetta
martes 13 de febrero de 2024
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El discreto desencanto de la pequeña burguesía progresista

Como muchas veces en la historia política de nuestro país, frente a las derrotas ideológicas y políticas de larga duración que conllevan procesos de fragmentación social crecientes, la pequeña burguesía progresista, como consecuencia de las medidas económicas del gobierno de Milei, se torna retraída en sus obsesiones y frustraciones, y su discurso político se ahoga en la supuesta supremacía moral de pertenencia. 

Estas clases medias altas, que hacen de su progresismo un «bien cultural» legitimado, que luego traducen en mejorar sus posesiones objetivas, reproducen, por lo tanto, su «clase» para diferenciarse de los pobres que ahora tendrán que convivir con ellos. El «progresismo», en política, es el monopolio de la sensibilidad social. Por lo tanto, este gobierno se autoexcluye de esta sensibilidad por la intensa deshumanización de la que hace gala en cada decisión, ya sea económica como política.

Siempre fue que todo camino a las instituciones del Estado, ya sea en lo laboral y los privilegios sociales, estuvo asfaltado de «buenas intenciones». Eso sí, el trabajo material de ese camino lo hacían los «negros desclasados». Ahora muchos de la pequeña burguesía comenzarán también a trabajar ese «camino» donde el privilegio burgués no se tiene en cuenta.

En cuanto a la supremacía social de las «clases medias progresistas», se puede inferir que existe un proceso de secularización de larga duración donde una clase que ya no puede legitimarse por «orden divino» o de élite cambia su justificación de ser en una «razón cultural superior».

Los modos de legitimación social actuales imposibilitan pensar sin decir: «el sistema nos permitió estar donde estamos y ustedes se pudrirán donde nacieron». Este proceso de secularización no elimina por cierto elementos centrales de la tradición «occidental y cristiana»: la idea de que la acción social esconde una verdad que los sentidos ocultan. Quienes asumen la potestad de indicar cuál es esa estructura del mundo son los mismos que hacen de su saber una soberbia de clase que corresponde a su posición objetiva en la sociedad.

En el siglo XIX, el gran punto fue «la raza», en el siglo XX, «la clase», y en el siglo XXI, aparentemente, «el género». En este marco, el discurso demagógico sobre la pobreza y los réditos civilizatorios y políticos de la cultura, para constituirse como clase, son perfectos para establecer una clase social media, que nunca había dejado de crecer en Argentina, aunque se la vapulee económicamente y socialmente y que trajo la pérdida de una identidad proletaria, obrera, trabajadora, popular o cualquier otra identidad marcada por el trabajo y que unifica mayorías y que constituye un fenómeno, no solo local, sino global y que es parte del triunfo postrero del capítulo.

Por si fuera necesario aclarar que no se refiere a las izquierdas, a las derechas, a los peronismos, o marxismos. El Progresismo es una matriz ideológica que puede existir dentro de esos campos ideológicos porque son una perspectiva pequeño burguesa de supuesta supremacía moral.

Nunca los discursos se construyen por su contenido. Lo que determina a una ideología es su enunciación, sus relaciones de posibilidad, su estructura de poder, su acumulación social. Fuera de las neurosis de las clases medias progresistas, hay un sistema que en su irracionalidad, en su destrucción inmediata, y en la colonización de su subjetividad, le es imposible su propia identificación de clase media seudo progresista.

Hay una disociación general entre su discurso de radicalidad ideológica total, casi reaccionaria y su nula extensión social. Es lógico que en este marco, las supuestas clases progresistas se comporten ajenas a un patrón cultural general y más dependientes de sus sistemas de legitimidad. Las clases medias progresistas no poseen como objetivo de representación a las clases populares. Son el centro y el fin de todas sus proyecciones ideológicas.

El capitalismo hoy produce atomización radical. Toda ideología que promueva el fraccionamiento, el individualismo en términos objetivos, no hace ningún movimiento disruptivo de la opresión social. Solo reproduce la lógica del capital. De hecho, mientras el capitalismo y el neoliberalismo se siguen reproduciendo y saqueando el mundo, el hambre y la pobreza a través de la desigualdad imperan.

Mientras todo eso sucede, las clases medias progresistas hacen de su «indignación moral» un capital cultural a exhibir, que no deja de ser rentable a los dueños de los «mercados» y de los medios de producción.

Por eso los argentinos, cualquiera que sea su condición de clase, deben saber que el capitalismo y el neoliberalismo, con su cuota de fascismo larvado, son como un tigre de neurosis que hace ver enemigos por todos lados donde no comulguen con sus «rugidos». Por eso, en este escenario fantasmagórico, las clases medias tienen el monopolio de la sensibilidad social. Hoy «el otro» importa más que nunca. No dejemos que se ahoguen en esa supuesta supremacía social.

Es hora de la resistencia colectiva organizada. Será justicia.

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