Lejos de la impunidad declarada en los últimos 70 años, el Capitalismo en su fase neoliberal muestra sus tremendas grietas, pero lo hace de una manera que no deja de expresar la malignidad de su astucia. Allí donde la manipulación de las informaciones y la proliferación de noticias que preanuncian el advenimiento del caos no tienen otro cometido estratégico que multiplicar el terror paralizante y desesperanzador en las mismas sociedades asoladas por la llegada de la crisis apocalíptica originada por el mismo neoliberalismo incubado en el sello del capitalismo más cruel de la Historia. Ahora pretende erigirse como el salvador universal, maquillando su fracaso absoluto a través de guerras absurdas que suenan como «cruzadas libertarias» de las democracias en supuesta defensa de la democracia.
El miedo social, lejos de habilitar experiencias libertarias, populares y emancipatorias, tiene por fin el de «abrirles» la puerta a las peores soluciones. No debemos olvidar que la «convertibilidad» de Cavallo nació de las brutales consecuencias de una hiperinflación. El daño que dejó en el país ha sido dramático: destrucción del aparato productivo, crecimiento de la desigualdad, concentración de la riqueza cada vez en menos manos, aumento de la pobreza, desguace del Estado, eliminación de los derechos sociales, fragmentación social, apropiación especulativa de los Fondos Jubilatorios (AFJP), desempleo y otras plagas más que dejaron a Argentina en bancarrota económica, política, social e institucional.
Ese escenario fantasmagórico es el que sobrevuela en las mentes de algunos memoriosos del 2001, si es que algunas fuerzas reaccionarias llegan al poder. Remontar esa caída libre, casi al abismo de la disolución como República, costó mucho esfuerzo combinado con una voluntad política decidida a enfrentar las estructuras del «poder real». El mismo poder que se benefició con la inflación igual que ahora, solo que el Poder nominal de este presente llega casi tarde a un incendio que empezó hace ocho años atrás. No olvidar nuestra propia experiencia como pueblo es un modo de aprender con espíritu crítico la estrategia de shock que buscan imprimir los adalides del «libre mercado», el autoritarismo del orden, con la complicidad del «establishment» que parasita el país casi desde su origen. Solo que ahora se disfrazan de corporaciones productivas.
La crisis económica que se despliega con especial virulencia no solo en Argentina, sino que es una crisis sistémica a nivel mundial, no parece estar cediendo. Por el contrario, el absurdo de la guerra por no perder hegemonía en la decadencia del «Imperio», sumado al advenimiento de la crisis climática por desidia o por no dejar de saquear la Naturaleza de tal manera que ya el hemisferio Norte está sufriendo en carne propia el estropicio de los procesos extractivistas sin medida, nos hacen ser pesimistas acerca de la finitud de la vida en un planeta saqueado desde la Revolución industrial en el siglo XVII hasta ahora, sin ninguna contemplación por los demás habitantes de la Raza que se dice Humana.
Sin embargo, más allá de la complejidad de la situación que escapa a una aprehensión acabada de sus implicancias, lo que también aparece como un rasgo típico de este contexto opaco es el aprovechamiento que el capitalismo concentrado, especulativo y financiero hace al expandirse la lógica del miedo y del shock traumático que se derrama sobre poblaciones desconcertadas y en estado de pánico ante lo que no comprenden y que se asemeja más a una tormenta desencadenada por los dioses dormidos que por la acción de hombres de carne y hueso que manejan a discreción los resortes de la vida económica y política de sus sociedades.
Eludiendo la dimensión política no se hace otra cosa que profundizar la incapacidad «social» de cuestionar el modelo económico que, centrado en la más feroz de las especulaciones, viene determinando la marcha de los «mercados». No solo en Argentina, sino a nivel mundial. Por eso es necesario no solo la puesta en cuestión del neoliberalismo, sino acompañando esta crítica, la recuperación y la revitalización de la política, asociada a una reconstrucción del Estado como un instrumento básico a la hora de disputar hegemonía.
Hubo poblaciones que durante décadas desaprendieron, o no supieron defender, a ritmo acelerado, lo que significa el Estado como agente regulador y como instrumento de protección de la ciudadanía, y en especial de los sectores más débiles o vulnerables, ante el avance sistemático de las corporaciones privadas que en pos de la rentabilidad y maximización de la tasa de ganancia, arremeten contra los intereses colectivos y contra la propia «cosa pública», amplificando las supuestas bondades de las estructuras privadas y privatizadoras del capitalismo.
¿Pregunto: es que es necesario llegar a un punto límite de privación de lo más elemental de las instituciones de la Democracia para «mendigar» luego, la llegada de algún «mesías» que nos rescate de las fauces de estos «Minotauros» de la política que nos llevarán a las «cuevas del Averno» si no reaccionamos como seres reflexivos?
Sabemos que como argentinos de sentido democrático tenemos un desafío, plagado de peligros, cuyo signo distintivo no es otro que el dogmatismo fascista recubierto de una pátina democrática. Es ahí donde las disputas por el relato de la historia presente pueden conducir, si no apelamos a la inteligencia, a la estrechez de mira y al reduccionismo histórico, como si no hubiésemos sufrido la historia reciente. De todas maneras, vale la pena pagar el precio de ese riesgo, que incluye la discusión, para nada saldada de la verdad histórica y de las «aduanas» que se levantan para garantizar que se protejan los saberes acumulados en más de 200 años de Historia.
No estoy apelando a una politización de la Historia. Sino que hay que luchar para mostrar y respaldar a la verdad histórica, y no la que relatan los medios en una colonización cultural cognitiva que le hizo y le hace mucho daño al hombre «de a pie», cansado de tanta des-historización del cuerpo social de nuestra República.