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martes 3 de diciembre de 2024
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Nota escrita por: Ricardo Monetta
domingo 16 de junio de 2024
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El oro y el barro: La República Perdida

Estamos transitando una de las semanas más oscuras de la historia política de nuestro país. La sensación cuando se mira en derredor es la de estar viviendo una ficción distópica. Nos metieron en una película futurista post-apocalíptica en la que apenas se reconoce el paisaje urbano luego de un caos "nuclear" que supuso una sesión del Congreso donde se fraguó el destino del país. Hay algo que no coincide. No se termina de reconocer el triunfo de lo más absurdo proveniente de seres que juraron por Dios y por la Patria responder a las convicciones que supuestamente tenían por objeto el bienestar de lo "colectivo", o sea, el pueblo mismo.

Pareciera que, como ciudadanos y como dirigentes, olvidamos que somos la memoria que tenemos. Sin memoria no existimos y sin conciencia nacional quizá no merezcamos existir.

Cuando titulo «El oro y el barro», es porque muchas civilizaciones, con la argamasa del barro y la arena, se construyeron civilizaciones enteras, hasta que la codicia por el «oro» construyó otro poder que fue el imperio de las riquezas.

Y ya desde el Imperio Romano, las traiciones y las conspiraciones estuvieron a la orden del día, culminando con el asesinato de Julio César en las escalinatas del mismo Senado, que le hizo proferir la frase «¿Tú también, Brutus?», al reconocer a uno de los conspiradores. Ahora, en la sesión del miércoles pasado, en el lodazal del «barro traicionero» de las oficinas del Senado, se urdió la trama donde dos protagonistas provenientes del Litoral, los Senadores Edgardo Kueider y Camau Espínola, conformaron una dupla con votos decisorios para que se consuma la conspiración a favor de la entrega de la soberanía económica del país y la reducción a la servidumbre de la clase trabajadora. De nada sirven las explicaciones de Kueider de que él pensó como entrerriano para favorecer a su provincia. Hay que recordarle al Senador que primero está la Patria, luego la República, luego el Estado, y por último las Provincias.

Además, no puede explicar el senador cómo es que en su declaración jurada al asumir tenía un patrimonio de solo un poco más de $5 millones de pesos. Y cómo es que ahora es propietario de una empresa que tendría a su nombre varias unidades o departamentos en un edificio de lujo vinculados a empresarios detenidos por corrupción tras revelarse un esquema de sobornos multimillonarios a funcionarios destinados a asegurar contratos para la empresa de los implicados.

Por si esto fuera poco, el Senador Kueider, que fue pasado de la Secretaría de Bordet a ser candidato a Senador a dedo, se apartó del bloque oficialista debilitándolo y canjeó su voto para la Ley de Bases por favores personales, entre los que se cuenta el nombramiento de su hijo, Facundo Darío Kueider, con categoría A3 (más de un millón y pico por mes) en el Bloque Unión Federal que él mismo integra, pero al servicio del Senador Carlos Espínola, su cómplice en la votación a favor del oficialismo. Y por último, con la justificación de hacer creer mediante un «proyecto» de Decreto la creación de tres puestos en el Directorio de Salto Grande destinados para Entre Ríos, cuando en realidad, como lo denunció el Director de Diario Junio, las autoridades han venido siendo puestas hace más de 14 años.

Hay quienes cuentan en los pasillos del Senado que también estaría negociando la impunidad del exgobernador Bordet en sonadas causas judiciales que los tendrían comprometidos a ambos. Es decir, que nada ha cambiado. En un raudo vuelo por la historia de la corrupción política, la famosa «Banelco» de la época de la Alianza, por la cual renunció Chacho Álvarez, sigue teniendo vigencia en la triste historia política.

La pregunta es: ¿Por qué somos así los ciudadanos de nuestro país?

«La masa de los seres humanos abdica de su voluntad, deja hacer, deja que se aten los nudos que luego solo la espada puede cortar, deja promulgar leyes que después solo la revuelta popular podrá derogar, deja subir al poder que luego solo un motín podrá derrocar» escribió Antonio Gramsci.

 

 

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