Venía llorando torrencialmente, su rostro contraído por las lágrimas, reconcentrado de tal modo que ni advirtió mi presencia. Al punto que tuve que pararlo, tomando suavemente su brazo. “¿Qué te pasa?” Le dije y me frené bruscamente. Sollozando y limpiando sus lágrimas contra el puño de su campera gastada respondió: “Hace dos meses que empecé a trabajar en un gran comercio, pero ayer renuncié, no aguantaba más que me negreen y maltraten. Hoy fui a buscar los 90 mil pesos que me quedaron debiendo y me dijeron que no me los iban a dar”, dijo, gimiendo, con las lágrimas que saltaban, como peces voladores, de sus ojos de cielo. “Yo solo quería independizarme de mis padres”, completó.
Le dije que hiciera una denuncia al Ministerio de trabajo, aunque me arrepentí enseguida y solo atiné a darle un abrazo, que aceptó, aunque no nos conociéramos. El pibe se tranquilizó un poco y me dijo: “Muchas gracias señor, estoy un poco más aliviado”. Desde que miré largamente sus pasos alejarse, bajo la lluvia, no puedo sacarme de la cabeza ese episodio, porque no es lo mismo saber que estamos en una ciudad en la que hay más pobres que desocupados que encontrarse con chicos, con un pibe, llorando por las calles, su impotencia y su angustia. Pobrecito el pibe, pobrecito. La injusticia lo despertó de un cachetazo. ¿A dónde irá a buscar trabajo ahora?… Ahora que a las estructurales condiciones de explotación laboral se va a sumar un ajuste despiadado sobre la economía de los trabajadores.
A muchos, sin dudas, nos lastima la pobreza y el desempleo, pero creo que si no la entendemos como productos de la desigualdad social y económica, de la explotación laboral y de la concentración de la riqueza en pocas manos, no encontraremos las respuestas para nuestros gurises. Si pretendemos sostener la mentira liberal de que la pobreza es el fruto de la pereza, la ausencia de la cultura del trabajo y del mérito, idea que hace a los pobres, responsables de su pobreza, no encontraremos nunca una solución, sino que solo valoraremos un orden injusto.
Ese discurso falaz de la meritocracia, ideológico, clasista y discriminatorio, solo pretende justificar prácticas políticas de exclusión y pobreza. Esas que llevarán a una multiplicación interminable de pibes atrapados entre los callejones tormentosos de la amargura y la frustración.
Anoche, cuando escuchaba el decreto de “necesidad y urgencia” que destruye y arruina la vida de los trabajadores, volví a acordarme del pibe y en él, de todos los chicos de nuestro país. En la destrucción de todo proyecto de realización personal, de poder estudiar o trabajar con dignidad, del aborto de cualquier sueño, del fin de cualquier deseo de ser felices. Solo atiné a mirar al cielo y rogar que no baje los brazos y tenga las fuerzas para pelear por sus derechos y por los deseos y los sueños de su generación.
Claudio Gastaldi
Excelente relato Sergio