En el desarrollo disparatado del concepto de libertad, en tanto se entiende de un modo descontextualizado, Javier Milei ha llegado a los extremos de concebir, dentro de sus ideas, políticas de legalización de la comercialización de órganos. El supuesto fundamento es que cada individuo es libre de hacer con su cuerpo lo que quiere. No entra en el análisis de este absurdo y siniestro planteamiento que nadie ofertaría vender un pedazo de su cuerpo si no se encuentra en un estado de desesperación, por lo que el supuesto acto de libertad se transforma en uno de descomunal injusticia, producto de la desigualdad económica y social. De ese modo, los pobres y miserables sacrificarían sus órganos para sobrevivir, en beneficio de aquellos que puedan, por su posición económica, adquirirlos. Es increíble estar planteando estas cuestiones, pero el desquicio en el que hemos caído así lo impone. En el mismo cínico, falaz y estúpido razonamiento, planteó que si un peón de campo trabaja 14 horas en negro, eso no es un acto de explotación laboral, sino también de esa libertad que avanza como un terremoto en el peor de los sentidos. Según su razonamiento, bien podría elegir morirse de hambre. Es toda una cuestión de libre elección.
En la misma espantosa línea, leo que dijo en La Nación Más: «Si tú quieres suicidarte, hazlo, pero no pidas que otro pague la cuenta.» Agregó (según el portal «Política Argentina» del 16/08/23) que el consumo de drogas y el suicidio son acciones individuales, en las cuales el Estado y el sistema judicial no deben intervenir. Entonces, «quien quiera drogarse o suicidarse puede hacerlo sin asistencia del Estado, porque cada individuo decide qué hacer con su vida». Estas declaraciones, de por sí repugnantes e ignorantes, deben aclararse debido a la significación que ha adquirido el autor de las mismas. Además, la atención de los individuos en situación de riesgo de suicidio es una conducta ética y legalmente establecida por la Ley 27.130, nacional de prevención del suicidio. Los intentos de autoeliminación no constituyen actos de libertad; en general, son momentos de un sufrimiento intolerable y de desesperación que empujan a los individuos a esas conductas autodestructivas.
Además, en muchos casos, quienes intentan el suicidio no desean morir, sino liberarse de ese dolor insoportable, por lo que las intervenciones tendientes a su protección y abordaje, en el sentido de ofrecer otras vías de tratamiento a la angustia, pueden disminuir el riesgo de quitarse la vida, lo que constituye estrategias de prevención de las cuales el Estado, mal que le pese, es responsable. También es verificable que muchas personas, después de ese instante de desespero y ya contenidas terapéuticamente, tienen una actitud crítica frente a su conducta y se preguntan cómo pudieron llegar a ese punto, dando clara cuenta de que no se trata de una decisión lúcida y derivada de la libertad de la conciencia.
Por último, quienes aspiramos a vivir en una sociedad en la que predomine la solidaridad y la empatía por el dolor del otro, la ternura y el amor en las relaciones humanas, no podemos sino repudiar estas posiciones que expresan una extremada crueldad.