Director: Claudio Gastaldi
Concordia
lunes 16 de septiembre de 2024
Nota escrita por: Sergio Brodsky
domingo 14 de enero de 2024
domingo 14 de enero de 2024

El Titanic o la Sociedad de la Nieve

No sé si es válido comparar dos experiencias límites de supervivencia humana, ni cuáles serían los criterios legítimos de esa comparación, ni si este ejercicio, del modo que lo voy a hacer, no es demasiado superficial, dada la profundidad existencial de las mismas, pero mirando la nueva versión de la película “La sociedad de la nieve” (Dirigida por Juan Antonio Bayona), el Milagro o la tragedia-según se mire- de los pasajeros del avión que cayó en la Cordillera en 1972, excitó en mí el recuerdo de otros episodios del mismo tipo, aun con sus significativas diferencias: el atrapamiento de los mineros chilenos, y del hundimiento del barco que fue símbolo del orgullo y del progreso de la modernidad.

Las respuestas al desplome del Titanic, fueron un paradigma del egoísmo y del “sálvese quien pueda”, frente a una vivencia extrema de amenaza de perder la vida por el cataclismo causado por el choque del barco contra los témpanos. Una indudable expresión de aquello que Margaret Thatcher definió como “La muerte de la sociedad”. Es cierto que la discriminación social y económica era un dato inicial, en tanto la organización del barco se daba por diferencias de estamentos, de primera y tercera clase, y que incluso los botes estaban preparados para salvar a los primeros, pero también lo es que el modo de reacción a la catástrofe, llevaba una impronta ideológica, la de una exaltación del individuo y una ruptura de los lazos comunitarios.

Por el contrario, en los Andes, la reacción ante la tragedia que facilitó el “Milagro” de la supervivencia, fue una respuesta en la que la colectividad y la preservación de la vida del “otro”, superaron los intereses egoístas e individualistas. No se manifestó allí el pánico, el caos y la desintegración de los enlaces humanos, como cuando el barco se fue a pique en las heladas aguas del océano. En la Cordillera, el grupo de sobrevivientes, enterró a los muertos, curó a los heridos, se organizó para protegerse del frío y las inclemencias, se acompañó y contuvo con ternura, organizó las búsquedas y pactó en conjunto la decisión más dramática de todas: alimentarse de los cuerpos de los muertos para mantener la vida.

La sociedad de la nieve se edificó a partir del encumbramiento y tejido de lazos de amor, de amistad, de solidaridad y de cohesión humana, como suelo común para afrontar la desgracia. El “otro” no fue para ellos un riesgo para la propia vida, sino incluido, decididamente, como un semejante, como un “otro yo”, para cada uno de ellos. El más fuerte no utilizó allí su superioridad para salvarse, sino para ayudar a los otros. Estos lazos de cooperación, de elevación moral y de amistad, se sintetizaron en el conmovedor mensaje que, en su agonía escribió, en un pequeño papelito, Numa Turcatti, uno de los líderes y portavoces de estos valores y sentimientos trascendentes: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”, cita de Juan que remite a palabras de Jesús, poco antes de su crucifixión. La centralidad de esta cita, expresa la imposibilidad de quitar a estas experiencias de una honda espiritualidad, pues se conectan, necesariamente con los Misterios más graves de la vida.

Esta perspectiva que se eleva por todo instinto reflejo, se extiende a la preservación del valor sagrado de la Memoria de los muertos en la experiencia. Es que, en ella, se trató mucho más que del despliegue de un instinto de conservación, que de una situación límite pero humana, y que por tal, atañe a la dimensión de la dignidad. Sobre todo la de aquellos que dieron la vida por el “otro”.

Esa dimensión de honrar la Memoria, recuerda otra tragedia, provocada esta vez no por accidentes técnicos o la ferocidad de la naturaleza, sino por la Maldad del hombre: el nazismo.

Uno de los destacados sobrevivientes de esa experiencia, que testimonia sobre el horror, Víctor Frankl, destaca la nobleza de los que preservaron la decencia frente al horror, cuando refiere con honestidad que “los mejores de entre nosotros, no regresaron de los campos”, héroes anónimos por defender un compañero, o por ocupar un lugar de otro recluso en la fila, o por negarse a cumplir una orden de los SS para agredir a otra persona, o para dar un trozo de pan a un niño hambriento (Víctor Frankl “El hombre en busca del sentido” editorial Herder).

Un caso quizá paradigmático de la defensa de la dignidad, incluso sobre su propia vida, fue la de Korczak, el Doctor polaco que dirigía un orfanato en Varsovia. En 1942 deportaron a sus huérfanos (judíos) al campo de Treblinka, y a Korczak le ofrecieron la opción de quedarse. Desestimó la oferta y se subió al tren que los deportaba, con dos pequeños huérfanos en sus brazos mientras les contaba historias alegres. Lo mataron por su solidaridad con los huérfanos. Este gran hombre murió por no renunciar al sentido de su existencia, por no soportar el envilecimiento al que era empujado, por no concebir la vida sin la dignidad.

Estas experiencias de reacción frente al imperativo de la sobrevivencia, tienen en común la significación trascendente de la preservación de la vida del otro como un semejante, de la respetabilidad de su vida incluso, más allá de la propia, a través del empuje de una pulsión amorosa que excede el instinto de conservación de la vida en un sentido biológico, y que se manifiesta en la intransigente afirmación de la ternura, la solidaridad, la unidad y sobre todo, de la dignidad como basamentos de la conducta del hombre.

Hoy que vivimos acontecimientos trágicos, de destrucción de la dignidad de la vida de nuestro pueblo, en los que hombres perversos, representantes del Poder económico, insaciable y voraz en su codicia, quieren saquear las riquezas que son el fruto de los trabajadores, y que quieren empujarnos a un horizonte de hambre, miseria y muerte, que promueven la cultura del egoísmo y el sálvese quien pueda, de la depredación del más débil por el más fuerte, las experiencias precedentes, metáforas de las reacciones humanas frente a situaciones límites, nos convocan a reflexionar que las únicas respuestas posibles ante el inusitado atropello que intentan perpetrar, serán aquellas que afirmen una resistencia basada en la unidad, la solidaridad, la cooperación y la irrenunciable decisión de proteger y resguardar la dignidad de nuestra Patria y de nuestros hermanos.

  • Ya aburren con este caso, todos los años llaman de los canales al mismo tipo para que cuente lo mismo y ya hicieron varias versiones de esto, supongo que tanta repetición se devbe al status social de quienes lo padecieron puesto que varios otros sucesos de gran gfravedad también ocurrieron pero no se le dio la importancia que a este accidente.

  • Creería humildemente, que lo que no sirve es la esencia humana, siempre fue el uno por el otro, desde la edad de piedra. Y hoy con la inmunda in comunucacion, de medios, redes y lo que sea, se trasmite, todo lo malo lo negativo, no hay más programas de cultura de alegría, bibliotecas, todo es negativo, guerras, tiramos, asesinos, drogas, guerras y nada se respeta. Quizás sea los8.500 millones que somos y el sistema no.lo soporta, para la deshumanisacion que es una realidad.