En tiempos de guerras, exclusión y discursos de odio, su voz se alzó en defensa de los que no tienen voz. Luchó contra toda forma de descarte, predicó la dignidad de cada vida humana y recordó —desde el Evangelio pero también desde la razón— que los pueblos tienen derecho a la paz, a la autodeterminación, al desarrollo integral y a la libertad.

Su pensamiento y su práctica pastoral pueden inscribirse, con justicia, en la tradición humanista que reivindicamos desde este Centro: la de los próceres de la libertad sudamericana, como José Gervasio Artigas, quien también soñó con una patria grande, justa y federal, donde ningún hombre fuera más que otro. En Francisco reconocemos esa misma búsqueda de equidad, de justicia social, de comunidad política fundada en el bien común y no en la opresión del más fuerte.

Que su legado de amor, paz y servicio perdure en la historia. Que su voz —la de un pastor que caminó con su pueblo— siga iluminando los senderos de justicia y libertad que aún nos quedan por recorrer.