Enseguida del golpe, el cuerpo de Eva fue secuestrado. Sucedió como lo predijo Walter Benjamin, que “ni siquiera los muertos estarán seguros si el enemigo vence”. Sin embargo, horrendas tragedias fueron sucediendo a los raptores. Es una enseñanza de que el odio destruye, no solo a quienes va dirigido, sino también a sus agentes.
Ha habido un intento de desaparecer y vejar, no solo su cuerpo, sino también su memoria, incluso en la literatura. Borges escribió, por ejemplo, “El simulacro” para rebajarla. Y no hay forma. Cada vez es peor, a cada muerte, un renacimiento. A pesar de la saña y la traición, “esa mujer” se empeña en volver y desafiar a los ricos. Ni prohibiciones, ni secuestros, ni vejaciones, ni traiciones la desaparecen, porque está en la conciencia popular.
En Concordia, reedición poco original de la estupidez, bajaron su cuadro. ¡Pobres! En una ciudad donde los indigentes mueren de frío y comen basura, Eva es frazada, es pan y abrigo, es amor y ternura.
Allí, donde la estulticia se empeña en borrar símbolos, “Esa mujer” vive en el corazón, en la lucha del pueblo, en la búsqueda de la felicidad y la justicia social.
Es memoria, indeleble, que ningún mediocre podrá borrar.