Este sería el marco conceptual sobre la historia que se ejerció sobre nuestro país, que increíblemente ha derivado en un país anárquico, totalitario, mitómano, cruel, etc. Hace pocos días, el director de este medio, Claudio Gastaldi, definió con crudeza una realidad en la que se pretendía imponer la política del desánimo, como si tuviéramos que aceptar todo lo que imponía un gobierno que, con la simple legitimidad del voto popular «prestado» en el ballotage, buscaba imponer una política neofascista, autoritaria, viciada de corrupción y en detrimento de los más vulnerables. Aquellos que se atreven a protestar sufren el castigo policial adoctrinado por la más impresentable y miserable ministra, Patricia Bullrich.
En esa saga, Gastaldi nos refriega en la cara que no somos un «país de mierda». Hemos dado una historia fascinante, marcada por la arbitrariedad, el militarismo político, la oligarquía apátrida, las luchas federales, y los gobiernos populares, derribados por la casta militar y la oligarquía. Esta historia desembocó en una constante lucha por nada menos que la justicia social y la independencia económica. Fueron muchos años de luchas compartidas en busca de ese ideal perdido, y todavía seguimos luchando, junto a esa gente que no cree estar en un país de «mierda», sino que lucha contra gobiernos y personas de esa naturaleza, abriendo mentes.
Desde hace un tiempo, me pregunté por qué la sociedad argentina regaló su consentimiento tácito a la dictadura de los 70, y por qué la toleró en un silencio que el tiempo tornó vergonzante. Casi siempre se llegaba a la misma explicación: aparecía que el factor miedo había jugado un papel fundamental. La casta militar había dejado en claro que, para sostener el orden que preservaba los privilegios de la oligarquía y de las corporaciones de EE.UU., era capaz de hacer cualquier cosa: censurarnos, apalearnos, proscribirnos, torturarnos, fusilarnos y hasta bombardearnos. Y nadie se atrevía a decir ni «mu».
Pero yo pensaba que lo que explicaba la apatía aparente, esa inacción frente al autoritarismo de un gobierno cuyas únicas credenciales eran la «fuerza bruta», era el hecho de que la dictadura se había tomado el trabajo de ocultar sus medidas más salvajes. Es decir, como sociedad nos habíamos «bancado» al régimen militar, como si esa dictadura hubiera sido apenas una más de la serie que conocimos, solo porque ignorábamos que se estaba secuestrando, violando, asesinando y haciendo desaparecer cadáveres en el mar, que luego vomitaba sus cuerpos en orillas lejanas. Entre ellos se encontraban adolescentes, monjas, curas militantes, amén de figuras excelsas en el campo profesional y cultural. Por eso, esa hipótesis le confería lógica a la docilidad de entonces. El miedo auténtico que inspiraban los milicos sugería prudencia. Temerles equivalía a ser realista (para algunos). Pero lo que explicaba el silencio ante el horror era el desconocimiento, la ignorancia respecto del genocidio que estaban llevando a cabo.
No hubo reacción expresa contra la criminalidad del régimen, porque el grueso de la sociedad no sabía el grado de perversidad de la dictadura (salvo las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo). No puede esperarse que alguien replique a una ofensa cuando no es consciente de haber sido ofendido.
Sin embargo, hoy, a casi medio siglo cronológico de distancia, la sociedad argentina que se renovó, aunque no por completo pues algunos sobrevivimos, se encuentra pensando que estamos en manos de otro «régimen». Una de las características de este nuevo régimen es que no hace ningún esfuerzo para enmascarar la tarea de destrucción que perpetra sobre el territorio, los gobiernos provinciales, y el bienestar de la sociedad en su conjunto. Muy por el contrario, exhibe su destrucción como una bandera. Se vanagloria de su eficacia destructiva del Estado al servicio del capital internacional.
Por supuesto, se entiende que este régimen y aquel otro no son lo mismo. Aquel fue producto de un golpe institucional contra la democracia, cuyo programa de fondo era volver a una Argentina para pocos, una aristocracia económica «de facto» rodeada por un mar de servidumbre en mansedumbre. En cambio, este régimen de hoy tuvo su origen en la formalidad democrática. Y si bien no tortura y asesina opositores por los medios creados y diseñados al efecto, el daño que está infligiendo a millones de vidas cotidianas ha convertido el país en un campo de batalla concreto y humillante, y por ende mensurable. Y su programa de fondo no lo disimula: la disolución de la Argentina como nación, como entidad política, cultural y social, para ser reemplazada por corporaciones que se van a aprovechar de la «balcanización» que se producirá con la ejecución del RIGI, fabricado por los más poderosos estudios jurídico-financieros de los «vendepatrias» de estirpe más rancia que supimos conseguir.
¿Acaso no es tan evidente? ¿Por qué no hay reacción social? La gente sigue moviéndose casi por inercia, como si lo que está ocurriendo fuera normal e inevitable, sin percibir que esto es una emergencia declarada y declamada, una circunstancia límite con decretos políticos que tienen el poder de una bomba que amplía su radio de devastación minuto a minuto. ¿Es que la sociedad sufriente no lo ve?
Ahora no se puede apelar a que no saben lo que pasa y por qué pasa. Si las formas que privilegia este régimen para arruinarnos la vida están a la vista. Se come menos y peor. Se educa menos y peor. Se sana menos y peor. Se vacuna menos, y veremos qué ocurre cuando llegue el dengue y no haya plata para las vacunas.
Hay menos trabajo. Se cierran decenas de pymes todos los días. La Nación, con este gobierno, aumentó la deuda externa en 68.000 millones de dólares. ¿Acaso no se han informado? ¿De qué sirven los ciudadanos zombis caminando, atrapados por la dependencia o esclavitud del celular, si ni siquiera saben dónde están parados o a qué atenerse? Me impresiona cómo volvimos a caer en la misma trampa del 2021. Todo está a la vista. La sociedad, en su conjunto, está aceptando sufrir cosas que no deberíamos sufrir. Esta vez no existe la excusa de 1976. Entonces no se sabía.
Hoy todo está a la vista. Ni el argentino más ingenuo cree que la cosa vaya a mejorar. Es cierto, las sociedades de los 70 luchábamos por otra cosa. Había un ideal genuino. Yo quería creer que en los 70 la sociedad fue cómplice del genocidio porque no sabía.
Ahora sabemos. Es inocultable. En este contexto, pasividad y consentimiento son complicidad.
un loco suelto
Estamos como estamos porque somos como somos y seguimos como seguimos. las cosas tienen un orden y ese es el orden de las cosas.
HUGO
Está claro que la gente voto por miedo, por miedo a que el kirchnerismo vuelva, no importó quien estaba enfrente, la cuestión fue librarse del kirchnerismo, Pero ya lo dijo Konrad Adenauer, «Argentina no se va a librar nunca del Peronismo»