La coalición ultraderechista que gobierna Tel Aviv ha rechazado casi todas las negociaciones con la Resistencia Palestina en Gaza, por ejemplo. Ha desoído las recomendaciones de la ONU y de su aliado y financista, es decir, EE.UU, a los pedidos de «moderación», y ha ejercido una violencia extrema sobre la población civil palestina y libanesa, incluidos mujeres y niños. O sea que debe inferirse que busca desatar una guerra que involucre a la región y obligue a los EE. UU. a intervenir.
Cuando el pasado 27 de septiembre Israel asesinó a Hasán Nasralá en Beirut, el «Eje de la Resistencia» se convenció de que el gobierno derechista de Tel Aviv está decidido a todo o nada. Desde que, pocos días después, la fuerza aérea de Israel bombardeara las cercanías de la base rusa de Jmeimim en el norte de Siria, Rusia comparte la misma visión: convencida la OTAN de que la guerra en Ucrania está perdida, esta fuerza europea conjunta debe ser disuadida de trasladar el centro de sus esfuerzos hacia Asia Occidental. Por esta razón, la represalia iraní contra Israel del pasado 1 de octubre y sus advertencias sobre las respuestas que daría cualquier intento sionista por atacar sus instalaciones nucleares y/o petroleras, junto con las señales rusas de apoyo a Teherán mediante inteligencia y defensa electrónica, parecen haber disuadido, por ahora, a la Casa Blanca de seguir sosteniendo la aventura de Netanyahu.
El asesinato en Beirut del líder de Hizbolá, Hasán Nasralá, el viernes 27 de septiembre, destruyó el diálogo entre Israel y la Resistencia Libanesa que la Casa Blanca y Francia venían mediando para alcanzar un alto el fuego en la frontera de Israel con Líbano. El ministro de Asuntos Exteriores del Líbano, Abdalá Bou Habib, declaró en el programa «Amanpour and Company» de PBS, emitido por YouTube el 3 de octubre, que el primer ministro israelí ordenó desde Nueva York matar al líder de Hizbolá después de que este había aceptado la propuesta de alto el fuego. Netanyahu quería hacer fracasar el alto el fuego, pero también lo quisieron hacer los altos mandos de EE. UU., quienes le proporcionaron los datos de inteligencia para ubicar y asesinar a Nasralá.
Israel todavía no ha respondido a la represalia iraní del martes 1 de octubre por el asesinato del líder de Hizbolá y del general iraní Abas Nilforushan, asesor militar del Líbano. En represalia, más de 200 proyectiles, de los cuales cuatro fueron hipersónicos, cayeron en el aeropuerto de Nefatin, en el Neguev; la base de Tel Nof, a 20 km al sur de Tel Aviv; el cuartel del Mossad en Gillot, al norte de Tel Aviv; y las cercanías del cuartel de Ramat Hasharon, en el centro del país y principal campamento administrativo de la Fuerza de Defensa de Israel (Camp Moshe Dayán), héroe de la Guerra de los Seis Días.
Irán afirma que el 90% de sus misiles penetraron el sistema de defensa aérea de Israel, a pesar de la famosa Cúpula de Hierro y los sistemas antimisiles de EE. UU.
El 4 de octubre, el ayatolá Ali Jamenei, en su plegaria frente a una multitud en Teherán, defendió el ataque diciendo que era «legítimo y legal», y agregó que, si fuera necesario, Teherán lo repetiría. También mencionó que Irán no actuará apresuradamente para cumplir «con su deber» de confrontar a Israel. El alto mando de las fuerzas israelíes especuló con bombardear las instalaciones nucleares iraníes, pero Teherán le hizo saber que la represalia estaría al «mismo nivel». También se debatió si sería conveniente atacar las instalaciones petroleras en la costa del Golfo Pérsico. Fue entonces que Irán comunicó a EE. UU. que, en ese caso, atacaría todas las destilerías de Asia Occidental y bloquearía el Estrecho de Ormuz, por donde pasa el 35% del petróleo para Occidente y el mundo, desatando una crisis que haría explotar los precios, como en 1973.
El jueves 10 de octubre de 2024, los países del Golfo y los Emiratos Árabes Unidos presionaban a Washington para que Israel no atacara las instalaciones petrolíferas iraníes. También los Estados del Golfo y Arabia Saudita, que siempre fueron neutrales, se niegan a permitir que Israel sobrevuele sus espacios aéreos para cualquier ataque contra Irán. Al igual que Irak, que tampoco lo permitirá, Netanyahu debe, por ahora, reevaluar sus planes de bombardeo.
Es que, por primera vez en décadas, Israel se enfrenta a varias naciones en un conflicto «proxy», lo que hace difícil enfrentarse en varios frentes a la vez, y la capacidad militar de sus enemigos ha crecido enormemente, con una potencia nunca vista. Tanto es así que el Escudo o «Cúpula de Hierro» tiene que ser ayudado por baterías antimisiles de EE. UU., cuyo poder de neutralización es de 40 misiles cada una. Pero, por ejemplo, se cree que Hizbolá ha acumulado más de 120 mil misiles, a lo que hay que sumar los misiles hipersónicos de Irán, que a varias veces la velocidad del sonido pueden llegar desde Irán a Israel en 12 minutos.
En estas circunstancias, surge la pregunta inicial: ¿EE. UU. acompañará hasta el final la aventura de Israel, sabiendo que hay potencias en el mundo con un poder de fuego equivalente?