Es evidente que la presión de Washington, más que nada de Donald Trump, busca desactivar cualquier acto que empañe su asunción al poder, y de paso, erigirse como el gran pacificador en estos tiempos de guerra. Máxime teniendo en cuenta su participación con Vladimir Putin más temprano que tarde.
Con respecto al pacto, no es el primero que se firma. La historia nos dice que Israel firma acuerdos con los palestinos que le permiten conseguir lo que quieren y, a continuación, incumple las fases subsiguientes con cualquier pretexto construido. Este tipo de acciones se repite desde hace decenios, donde siempre se interrumpe la posibilidad de una paz definitiva. Luego aparecerán los motivos en algunas de las tres fases conocidas, provocando a los palestinos para continuar con su carrusel de muerte.
El Gabinete de Ministros de Israel, tanto Smotrich como Ben Gvir, había retrasado la votación de la propuesta de alto el fuego mientras se reanudaban los bombardeos, de tal manera que se asesinaron a 84 víctimas palestinas.
La mañana posterior al anuncio del alto el fuego, Benjamín Netanyahu acusó a Hamás de incumplir parcialmente el acuerdo «con el fin de conseguir concesiones de última hora». Hamás negó las acusaciones de Netanyahu y reafirmó el compromiso.
Ya hemos relatado en otra entrega las tres fases de que consta este armisticio temporal, en la que al final de la tercera fase «deberían» iniciarse las conversaciones para una paz definitiva. Pero parece que el gabinete israelí ya ha incumplido el acuerdo, ya que ha emitido un comunicado en el que rechaza la retirada de las tropas del corredor Filadelfia los primeros 42 días de tregua hasta nuevo aviso. Al tiempo, avisan que los palestinos intentan romper el acuerdo al exigir el retiro de las tropas.
A su vez, Egipto ha condenado la «toma» de sus pasos fronterizos por Israel. Incluso si los israelíes aceptaran hasta el final el acuerdo, las profundas desavenencias, y sobre todo los objetivos no alcanzados por Israel, amenazan con hacerlo fracasar. Hamás busca un alto el fuego permanente, pero la política israelí es inequívoca sobre su «derecho» a volver a implicarse militarmente.
No hay tampoco consenso sobre quién gobernaría Gaza. Israel ha dejado en claro que la permanencia de Hamás en el poder es inaceptable. Pero Hamás ganó las elecciones en 2006, si no me equivoco. Tampoco se menciona nada sobre la situación de la Agencia de la ONU para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA), ilegalizada solo por Israel, que proporciona la mayor parte de la ayuda humanitaria a los palestinos, el 95% de los cuales han sido desplazados a fuerza de bombardeos indiscriminados.
No hay acuerdo tampoco sobre la reconstrucción de Gaza, convertida en escombros. Y, por supuesto, ni hablar de la construcción de un Estado palestino independiente, como tendría que haber sido en 1948.
Por eso, la falsedad y la manipulación que acompaña esta ficción eran y son lamentablemente previsibles.
Los Acuerdos de Camp David, firmados en 1979 por el presidente egipcio Anwar el-Sadat y el primer ministro Menachem Begin, con la participación de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), sirvieron para normalizar las relaciones diplomáticas entre Israel y Egipto. Pero las fases posteriores, que incluían la promesa israelí de resolver la cuestión palestina con la participación de Jordania y Egipto, y permitir el autogobierno en Cisjordania y Gaza en cinco años, y acabar con la construcción de colonias israelíes en Cisjordania y Jerusalén, nunca pudieron ser cumplidas.
Para comprender la impunidad del Estado sionista de Israel tomemos otro ejemplo: los Acuerdos de Oslo, suscritos en 1993, en los que la OLP reconocía el derecho de Israel a existir, si Israel reconocía a su vez a la OLP. Ambos acuerdos nacieron «muertos».
Aún cuando Oslo II estipulaba que cualquier debate sobre los asentamientos judíos ilegales debía postergarse hasta las conversaciones sobre el «estatuto definitivo», momento en el que debía haberse completado la retirada militar israelí de la Cisjordania ocupada, Cisjordania se dividió en las zonas A, B, y C, y la Autoridad Palestina tiene autoridad limitada a las zonas A y B, mientras que Israel controla la zona C, o sea, más del 60% de Cisjordania.
El líder de la OLP, Yasser Arafat, renunció al derecho de los palestinos a regresar a sus tierras históricas que les fueron arrebatadas en 1948 cuando se constituyó el Estado de Israel, un derecho consagrado en la legislación internacional, marginando desde entonces a muchos palestinos, especialmente a los de Gaza, donde el 75% son refugiados o sus descendientes.
El político Edward Said calificó el acuerdo de Oslo como un «instrumento de rendición palestina, como un Versalles palestino», y calificó a Yasser Arafat como el Pétain de los palestinos, refiriéndose al mariscal Pétain que entregó Francia a Hitler.
La retirada militar israelí prevista en los acuerdos de Oslo nunca se produjo. Cuando se firmaron esos acuerdos había cerca de 250.000 colonos judíos en Cisjordania, mientras que en la actualidad superan los 700.000. El periodista Robert Fisk dijo que «Oslo fue una farsa, un truco para enredar a Arafat y a la OLP y que abandonaran todo lo que habían conquistado durante más de 25 años».
La historia inconclusa de los acuerdos continúa con la saga trágica en la que el primer ministro israelí, Isaac Rabin, fue asesinado por Yigal Amir, un estudiante de leyes de extrema derecha sionista, el 4 de noviembre de 1995, tras un mitin en apoyo del acuerdo.
Itamar Ben Gvir, en la actualidad ministro de Seguridad de Israel, era uno de los políticos derechistas que vertían amenazas sobre Rabin. La viuda de Rabin, Leah, culpó de la muerte de su marido a Netanyahu, quien junto con sus seguidores distribuía panfletos en los mítines políticos en los que se mostraba a Rabin con uniforme nazi.
Israel violó el acuerdo del alto el fuego de junio de 2008 con Hamás, auspiciado por Egipto, llamando cínicamente a los bombardeos «cortar el césped».
La operación «Plomo Fundido» (2008-2009), en la que Israel llevó a cabo un asalto terrestre y aéreo durante ¡22 días!, lanzó 1.000 toneladas de explosivos sobre Gaza, de los cuales 762 eran civiles y 300 niños. El historiador Avi Shlaim, que prestó servicio en el ejército israelí, escribió que «la brutalidad de los soldados israelíes está a la altura de su portavoz y su propaganda en un puñado de mentiras». No fue Hamás sino Israel quien rompió la tregua cuando asaltaron Gaza el 4 de noviembre y mataron a 6 hombres de Hamás, poniendo a la gente en contra de sus líderes.
Estos asaltos del ejército israelí fueron seguidos en 2018 por las protestas masivas de palestinos conocidas como la Gran Marcha del Retorno a lo largo de la barrera vallada de Gaza. Más de 266 palestinos fueron abatidos por francotiradores y más de 30.000 resultaron heridos.
En mayo de 2021, Israel mató a 265 palestinos en Gaza contra fieles de la mezquita de Al-Aqsa, en Jerusalén.
Luego llegamos al fatídico 23 de octubre de 2023, donde se produjeron las roturas de las barreras de seguridad, que eran mínimas, confesadas por el propio jefe del Shin Bet, el coronel al mando del departamento de seguridad interior, quien curiosamente había retirado la mayor parte de las defensas, lo que permitió a las fuerzas de Hamás atacar a los israelíes y secuestrar a más de 150 rehenes.
Esto era lo que necesitaba Netanyahu para desatar la infernal represión que, al día de hoy, suma más de 50.000 víctimas fatales, entre ellas más de 15.000 niños, en lo que se dio en llamar «Espada de Hierro». Pero hay que recordar que «el que a hierro mata, a hierro muere», dice el refrán.
Por eso, esta tregua simulada no es más que un impase impuesto por el Imperio, ya que antes de que termine, Israel seguirá con su plan de construcción del Gran Israel, aunque sea con la destrucción total de los legítimos dueños de la tierra arrasada.