Con el punto de inflexión del disparo del primer misil intercontinental Oresnhy, capaz de llegar a cualquier parte del mundo a una velocidad de 10-12 Mach, se disiparon todo tipo de dudas sobre cuál sería el final de la guerra. Los mayores perdedores fueron la OTAN, Ucrania, la administración Biden y el lobby sionista del CIM.
Ahora llegamos a esta instancia. Después de que Donald Trump asumiera la presidencia, se propuso tratar de llegar a un acuerdo de paz, no porque sea un pacifista nato, sino porque se dio cuenta de que la guerra estaba perdida a manos de Rusia, y él tenía otras pretensiones más allá de heredar un país con un tremendo déficit fiscal. Su economía no se recuperaría si no tiene acceso a los recursos naturales y energéticos que poseen Rusia y la misma Ucrania, a quien le reclama US$ 500.000 millones de dólares de indemnización, a ser pagados con parte de la riqueza de su suelo, como lo son las tierras raras. Para que esto se produzca, es necesaria una serie de reuniones entre Donald Trump y Vladimir Putin. Ya el 12 de febrero mantuvieron una conversación de una hora y media por teléfono, luego de lo cual se sentarán a discutir cómo diseñar la nueva estrategia de «reparto» de lo que quede de Ucrania. Dando por hecho que las condiciones las pone Rusia como ganador de la contienda, reclamará la posesión de la región del Dombás, muy rica en litio y tierras raras, junto con yacimientos de hidrocarburos, además de la posesión de Crimea y Sebastopol como salida al mar.
Las autoridades ucranianas están preocupadas porque el líder ruso habló con Trump sin hacerlos parte de la conversación. Lo mismo ocurre con los soberbios y orgullosos europeos, que reclaman un lugar en las conversaciones de paz, cuando fueron ellos, a través de Boris Johnson “el etílico” británico, quienes viajaron explícitamente a Kiev en 2023 para sabotear un posible tratado de paz, porque Inglaterra estaba segura de ganar la guerra.
El ministro de Relaciones Exteriores, Serguéi Lavrov, comentó la reacción de estupor que se apoderó de los ucranianos y europeos, ya que cuando se dio inicio a la operación militar en 2022, por el hostigamiento de Ucrania contra el Dombás con 14.000 muertos civiles rusoparlantes, se acusó a Rusia de todos los pecados. “Cuando nadie escuchó nuestras advertencias sobre las verdaderas causas profundas y cuando varias veces seguidas se llegó a acuerdos sobre cómo salvar a Ucrania del golpe de Estado nazi, que fue financiado por Occidente, nadie reaccionó y no nos quedó más remedio que resolverlo nosotros mismos, porque representaba un problema existencial para nuestra nación”, afirmó Lavrov.
Además, Joe Biden y sus satélites han tirado por la borda todo intento de diálogo, desechando la diplomacia como método de llegar a un acuerdo. Occidente ha armado al régimen nazi de Kiev para destruir a Rusia, enviando especialistas para guiar misiles de largo alcance. «Ya pueden ver la cantidad de víctimas que causan los nazis ucranianos, que no soportan haber sido derrotados y humillados en la Segunda Guerra Mundial», agregó Lavrov. Por supuesto, dijo mucho más y también habló sobre la prensa occidental en general, que no les decía la verdad sobre lo que estaba ocurriendo en el campo de batalla.
Personalmente, les puedo asegurar que Putin nunca quiso responder a las agresiones de los ucro-nazis contra la población civil, porque él sabe y siente que Rusia nació en Kiev. «La Rus de Kiev» se llamaba hace siglos.
Lo cierto es que, si las conversaciones posteriores llegan a buen término, en tres meses se firmaría un acuerdo de paz. Primero, Putin y Trump se reunirían en Arabia Saudita o Qatar. Si todo sale bien, el final previsto es impresionante: la paz se firmaría, sin los europeos, el 9 de mayo de 2025, nada menos que coincidiendo con el aniversario de la Revolución Rusa, con un desfile militar en la Plaza Roja de Moscú.
1 comentario
Fernando
Excelente como siempre Ricardo, de lo mejor en periodismo.