Después de propinarnos cientos de cuentos y leyendas, consagradas por estruendosas risotadas, Juanita, la Jefa, me pregunta, preocupada, por qué los jóvenes votan a Milei, como si yo lo supiera. Perpleja, reflexiona si no se dan cuenta de todo lo que les va a sacar, dice, la educación, la salud, el trabajo. «No saben nada», insiste, «de lo que fue el 2001, de lo que hizo Cavallo, al que este personaje admira, o la otra» -así dice-, que los ajustó a los jubilados, que les sacó el 13%, es que no saben nada?», me inquiere ya a esta altura. Y concluye, angustiada, que tenemos la obligación de contarles, a nuestros hijos, a nuestros nietos, lo que pasó, nuestra historia, porque parecen hipnotizados con un tipo que propone cosas horrendas, siniestras, en el sentido estricto que le dio Freud, pienso yo, a este término, aquello superado, espeluznante, que debía quedar sepultado, y que reaparece a plena luz, como en una obra de terror. La reivindicación del genocidio es un ejemplo del escenario perverso que pretenden reinstalar.
Pagamos la cuenta y a la jovencita que nos atendió, le sustraen la propina. Nos indignamos y volvemos a hacer la vaquita. Nos preguntamos, con Juanita, ¿cuánto cobrará?, ¿estará en negro?, ¿cómo la tratarán, si, desde el vamos, se le quedan con la propina?
Y pensamos cuántos pibes sin trabajo, sin horizontes, sin otra posibilidad que el yugo de la explotación y el maltrato laboral, aquí, en Concordia y en el país. Aguantando esa ignominia del desprecio, del negreo, de la explotación alienante. Nos interrogamos si esa realidad tan angustiosa y desesperante es la que los empuja, si realmente es el caso, a que los jóvenes lo voten.
Sin embargo, el tipo dice, explícitamente, desvergonzadamente, que un trabajador negreado, explotado, es libre, puede elegir, por ejemplo, morirse de hambre si quiere. Esa es la libertad que pregona, en lugar de trabajar en condiciones esclavas. De veras lo dice.
Los jóvenes están decepcionados, tal vez desorientados, pero no desesperanzados. Es en esa etapa de la vida en la que la indignación, la pasión y el deseo de transformación social de las injusticias corren como un río caudaloso por sus venas torrentosas. Es por eso que, encausados nuevamente en sus ideales, más temprano que tarde, retomarán las banderas que dibujaron los chicos de “La noche de los lápices” e imaginarán, con ellos, otra patria, libre, justa, solidaria.
Es como dice Juanita, hay que hablar con los chicos y contarles lo que nos pasó y ayudarlos a encontrar otros caminos. Ayudarlos a reflexionar, sin subestimarlos, porque son lúcidos, frescos, inteligentes. Aquellos que reivindican una guerra tropiezan con el vergonzoso hecho de que la libraron, cobardes sin cura, contra chicos de 15 años que querían el boleto estudiantil, menos para ellos que para los de escasos recursos, como lo decía Claudia Falcone, y para los chicos de las generaciones siguientes.
¿Qué guerra se justifica masacrando adolescentes en campos de concentración, secuestrándolos, torturándolos, asesinándolos, desapareciéndolos?
Ayer se cumplieron 47 años del inicio de “La noche de los lápices”, del secuestro ilegal perpetrado por el Estado terrorista, de adolescentes valientes y valiosos que, en un contexto en el que la revolución parecía posible, pusieron su temprana vida al cumplimiento de sus ideales de justicia social, de un mundo mejor, con igualdad de oportunidades, de la construcción de un hombre nuevo, íntegro y solidario. Una generación maravillosa, exterminada, aniquilada por aquellos que la derecha aún, desbocada, impúdicamente, intenta reivindicar, apelando a las falacias y las mentiras históricas.
En este contexto acuciante, angustioso y confuso, deben volver a ser el faro que guíe a nuestros jóvenes, y a nosotros mismos. Recuperar su coraje, su inteligencia, su fuerza y sus ideales es el desafío grave de la hora, para abrir un horizonte posible, utópico, de realización de todos, de construcción solidaria de nuestra patria.
Leticia
En esta época, tan confusa, donde se trata de olvidar la historia, donde se reinvindica lo que durante muchos años dijimos NUNCA MÁS, cumplen una papel muy importante los docentes. Especialmente los docentes de secundarios, porque muchos de sus alumnos ya votan y algunos confundidos por no conocer la verdadera historia de nuestro país, votan mal. Votan a un falso profeta, que sólo les ofrece espejitos de colores.