Los rayos, los truenos y la tormenta parecen presagios, aunque no sabemos si anuncian el infierno y que la infamia dé el sendero, o que el sol finalmente hará su brillante aparición, para que la «fe deje de tambalearse en la oscuridad sin fin» (1). No lo sabemos. La incertidumbre es el horizonte en el que la angustia se multiplica.
Hoy es día de elecciones, es un día feliz, porque esa democracia asediada por las desigualdades, que supimos conseguir, esa que, aunque cojea, vale eternamente más que cualquier dictadura, como decía el Padre Andrés, se reafirma en su acto esencial y más significativo, aunque no el único, claro, las votaciones.
Ese acto que se ha hecho hábito y que renueva en su rito la felicidad de tener voz y voto, de participar activa y decisivamente en el rumbo y el destino que asuma nuestra vida en común. El ritual se renueva, las discusiones, los interrogantes, las interpelaciones, la definición del lugar del almuerzo y el horario para ir a votar, calculando la cantidad de gente, para hacer poca fila, un remanso y pegarse a la tele o a la radio para empezar a palpitar los resultados.
A la noche el estado de ánimo abrochado a los resultados, apoyar la cabeza contra la almohada, con una sonrisa que inaugura un sueño feliz, o con una inquietud de interminable darle vueltas a las sábanas para exorcizar los demonios.
Con todos los que hablamos esta semana, no hemos dialogado de otra cosa, se ha colado como despedida de esos encuentros, una recomendación entre cómplice y enigmática: «Adiós, elegí bien el domingo», y la silueta apenas despegada del humor leve, se aleja hacia un ignoto destino. El pedido es complejo porque tenemos la experiencia de que ninguna elección tiene garantías. Siempre optar es arriesgar, sin tener clara la decisión correcta. Decidir es fallar.
¿Qué será entonces, elegir bien?
Sartre dice que el hombre es lo que él se hace, es «el único que no solo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como se concibe después de la existencia, como se quiere después de este impulso hacia la existencia: el hombre no es otra cosa que lo que él se hace» (2). No respondiendo a una naturaleza esencialmente humana, cada hombre es el resultado de sus elecciones, está «condenado a ser libre». El hombre es su elección, es lo que elige ser, pero no solo individualmente (todo el tiempo elegimos, amigos, parejas, ideología, estudiar, trabajar, tener hijos, etc.), sino, y esa es su responsabilidad mayor, en cada acto de elección, elegimos al «Hombre», a la Humanidad entera, elegimos cómo queremos que sea el Hombre y la sociedad: «No hay ninguno de nuestros actos que al crear al hombre que queremos ser, no cree, al mismo tiempo una imagen del hombre, tal como consideramos que debe ser.
Elegir esto o aquello, es afirmar al mismo tiempo el valor de lo que elegimos, porque nunca podemos elegir mal; lo que elegimos es siempre el bien, y nada puede ser bueno para nosotros sin serlo para todos… al mismo tiempo que modelamos, esta imagen es valedera para todos y para nuestra época entera. Así, nuestra responsabilidad es mucho mayor de lo que podríamos suponer, porque compromete a la humanidad entera» (2).
El hombre es libre y se hace a sí mismo eligiéndose y eligiendo a la Humanidad. Es una responsabilidad no exenta de angustia: «El hombre es angustia, lo que significa que el hombre que se compromete, y que se da cuenta de que es no solo el que elige ser, sino también un legislador, que elige al mismo tiempo que a sí mismo a la humanidad entera, no puede escapar al sentimiento de su total y profunda responsabilidad» (2).
Tal vez «elegir bien» signifique no rehuir el peso de la responsabilidad y de la angustia, ser conscientes de que nuestra decisión nos trasciende, nos excede, compromete al otro, a todos. Es posible que sea asumir con compromiso, como un deber ético y ciudadano, la obligación de optar con madurez y seriedad. Elegir comprometiendo al conjunto es un pesado compromiso, que no admite levedades irritantes, intolerables. Elegir, votar, es un acto democrático profundo, aún más cuando las opciones puedan ser desalentadoras, pero no el único. La democracia que debemos honrar necesita mucho más de nuestra participación directa, cotidiana, empeñada en la resistencia a las desigualdades e injusticias, y en la construcción de una sociedad con oportunidades para todos. En esa visión, la responsabilidad política, el curso que adquiera nuestro destino, nos corresponde inexcusablemente, mucho más allá de a quienes deleguemos hoy, esa función de representarnos.
(1) «Tormenta» Tango de Enrique Santos Discépolo
(2) «El existencialismo es un humanismo» JP Sartre (Editorial Sur)