Si jugamos el primer siglo de nuestra era por los relatos bíblicos (reales, imaginarios o distorsionados por la conveniencia), veremos siempre la misma dinámica. Por ejemplo, a Jesús lo condenó y crucificó el establishment político de una clase judía dominante en complicidad con el imperio de turno, o sea, el romano, ese mismo imperio que permitía libertad de expresión y libertad de religión, siempre y cuando esas ideas disidentes no cuestionasen la hegemonía política en la colonia gobernante. Con el surgimiento del cristianismo y el posterior declive del Imperio, la persecución y la intolerancia hacia los disidentes se incrementaron hasta el siglo IV. Tanto a Jesús como a otros «subversivos» de la época, desde los «zelotes» hasta los «sicari», ambos eran considerados «terroristas» por oponerse con violencia a la ocupación del imperio, con un cuestionamiento no violento al poder de los ricos y poderosos y a las injusticias sociales, algo muy común en los profetas bíblicos.
Lo mismo podemos decir de la ejecución política de Sócrates cuatro siglos antes, cuando su disidencia tocó los nervios más sensibles del poder de la democracia ateniense. A Sócrates se lo acusó de corromper a la juventud con cuestionamientos y dudas sobre los dioses dominantes. Entre los períodos de mayor intolerancia en Europa están aquellos donde el poder dominante fue cuestionado y amenazado. Quizá Europa irradie una imagen de civilización, paz y libertad. Pero la historia de su obsesiva violencia continua dice exactamente lo contrario. En la Edad Media, su fanatismo se tradujo en las cruzadas contra «el infiel» (o sea, el poder político e intelectual del momento: el mundo musulmán), atacado por la Inquisición, paradigma de la intolerancia a la disidencia y a la libertad de expresión. La brutalidad de esta policía ideológica (origen de la policía moderna y de las agencias secretas, como la CIA, NSA, MI5 y Mossad) tuvo diferentes momentos, y en todos los casos fue una respuesta del poder a las nuevas «amenazas» de opinión. Podemos citar desde la persecución de los cátaros y valdenses del siglo XII, la intolerancia del catolicismo español durante la llamada Reconquista (que contrastó con una mayor tolerancia del poder hegemónico por entonces, el mundo islámico, su principal enemigo), hasta la lucha contra los nuevos herejes, los protestantes, y su reforma subversiva del siglo XVI (se recomienda ver la película Cromwell).
A lo largo de los últimos cuatro siglos de la humanidad, los imperios más brutales, racistas, opresivos y genocidas han sido democracias. Democracias políticas y dictaduras económicas. Regímenes liberales enmarcados en una sola ideología, el capitalismo, y justificadas por múltiples ficciones estratégicas convertidas en dogmas, como el libre mercado y los derechos humanos. Lo mismo al tiempo que las mega compañías privadas, desde los primeros años del siglo XVII, como la East India, West India Company o la Virginia Company, todas saqueaban y masacraban millones de personas desde Asia hasta América, inoculando el racismo y la esclavitud racial y hereditaria; al mismo tiempo que imponían las peores formas de colonialismo conocidas en la historia, destruían sociedades prósperas a fuerza de drogas, cañón y de tarifas proteccionistas, al mismo tiempo que destruían la libertad de mercado, y sus maquinarias propagandísticas vendían su propio discurso sobre «el libre mercado», «la expansión de la civilización» en pro de la libertad y la democracia, junto a la lucha por la justicia y el orden para el progreso y la prosperidad de los pueblos. ¡Han pasado siglos y es el mismo discurso cínico, cruel y racista que «consumen» hoy por ingenuos terrícolas que metabolizan esa narrativa maniquea, que no tiene oposición en los que tenían y tienen el deber moral de mostrar la «cara oculta de la luna de la historia».
En los hechos también se daba una notable paradoja. Esas mismas brutales dictaduras mundiales, e incluso dictaduras nacionales como en el caso de EE. UU. esclavista, permiten a los ciudadanos, por una enmienda, criticar al gobierno en casos banales, pero cuando aparecen casos de delitos criminales, como la denuncia de Julian Assange por revelar los asesinatos en Afganistán, fue perseguido ferozmente hasta llegar a vivir 10 años en un cuarto de la embajada de Ecuador en Gran Bretaña.
Hobson lo describe bien; dice el filósofo: «Un poder imperial dominante, sin respuesta posible, sin temor real a perder realmente sus privilegios, no necesita la censura directa». Es más, la aceptación de la crítica marginal expondría sus bondades y tolerancia democrática. O sea, que son tolerantes y no caen en la censura directa cuando el dominio hegemónico no está en decadencia y en peligro de ser reemplazado por verdades inexorables.
Hay en el mundo actual un aspecto importante que es el «control del dogma», que viene luego de la demonización y descrédito del enemigo disidente, y lógicamente, como preparando el terreno para la intervención militar y para las guerras proxy que ya están en curso para tratar de eliminar a los que se oponen y aplastar cualquier cuestionamiento al dogma del poder. Eso es lo que pasa en la guerra de Medio Oriente, en la frontera Rusia-Ucrania. Los detentores del «viejo dogma dominante», sus líderes, tienen un «reloj de arena» en la concepción de la nueva historia que se mide en velocidad match.
Por eso, la dominación de más del 90 % de los mass media occidentales son funcionales, socios y cómplices de la «domesticación intelectual» de los ciudadanos, que atiborrados por los medios hegemónicos, son verdaderos «industriales de la saliva» porque no están programados para aceptar la nueva realidad histórica que está aconteciendo en el mundo.
Estamos rodeados de «fósiles ideológicos y narrativos». Es entonces cuando «la gente» repite: «Todos los extremos son malos». Se asume entonces que estamos en el centro y cualquier cambio radical es «extremista». Pero no es nada nuevo. Durante la esclavitud, los abolicionistas eran tratados como extremistas, que proponían el fin de la civilización, del orden divino de Dios y, detrás de Él, un mundo hegemónico que nunca termina de saquear, asesinar y someter…
Pero como dijo el gran escritor argentino Eduardo Mallea: Nada es para siempre, todo verdor perecerá…