La directora del Refugio Municipal para los indigentes que sobreviven en las calles de Concordia dijo que aquellos con padecimientos mentales “se resisten” a ser alojados en el albergue.
Que el hospedaje sea voluntario no implica, a mi entender, que la opción sea dejarlos en las calles, expuestos a morir de frío. Nunca es la opción. Una de las opciones es trabajar, pacientemente, el vínculo con esas personas. Comprender los motivos de su rechazo, saber fehacientemente si disciernen cuál es la propuesta, sus motivos, para facilitar su ingreso, explicándoles y persuadiéndolos de sus beneficios. Otra forma más desagradable, pero necesaria para preservar sus vidas, es apelar (si sus padecimientos mentales, por confusión o indiscriminación, son las causas de su “resistencia”) a una internación involuntaria, fundándose en el artículo 20 de la Ley 26.657, Nacional de Salud Mental, que podrá ejecutarse “cuando a criterio del equipo de salud mediare situación de riesgo cierto e inminente para sí o para terceros”. En este caso, claramente, el riesgo cierto e inminente para la propia vida es la exposición, a causa de sus padecimientos, a temperaturas hipotérmicas, tan cierto que ya sucedió, hace unas semanas, en nuestra ciudad.
Es un trabajo complejo, un esfuerzo que los organismos del Estado deben asumir, pero que las personas sucumban a la ola polar, abandonados en las calles, no es opción. El único deber ético de la sociedad y sus gobiernos es proteger la vida.
Es un riesgo que la “resistencia” de las personas expulsadas a las calles sea entendida como un índice de su libertad, de una libertad, en este caso, para morir de frío. Es el tipo de libertad que Milei, en su acotada concepción de “salud mental”, desarrolló en una oportunidad cuando dijo que “los que se quieran drogar que se droguen, los que se quieran suicidar que se suiciden, son libres, pero que no lo hagan a cuenta del Estado”.
Es el concepto que tiene un gobierno que dice hacer “barrido y limpieza” cuando despide a miles de trabajadores que, a la tragedia de perder el trabajo, deben soportar ser tratados como basura. El permanecer en las calles con estas heladas representa un “dejarse morir”, no un deseo meditado, ejercido voluntariamente. Dejarlos allí, muriéndose de frío, no es opción. Es el tipo de libertad, “del carajo”, que conciben estos gobiernos. Es igual a la libertad de morirse de hambre. Esto también pasa por nuestras calles. Personas y familias revolviendo basura para comer.
Simultáneamente, un funcionario quiere bromatología para los alimentos de los feriantes del Parque Ferré. A veces es difícil saber dónde está la cordura y dónde la locura. La única libertad concebible debe ser la que surge de la ausencia de necesidad.
Hace poco un hombre “sin techo” murió de frío, según informaron los medios de comunicación, en las calles de Concordia, mientras los gobernantes discutían los nombres de las calles. Es una calamidad que no puede pasar sin escándalo.
El escándalo, dice Ulloa, es una respuesta sana ante la crueldad, la barbarie, la inhumanidad.
El escándalo de sobremorir en las calles ante la glacial indiferencia del Estado. Los gobernantes deben salir de las mezquindades a las que están abocados y buscar soluciones de fondo para estas personas, socialmente abandonadas. Mientras, no se las puede dejar, locas de frío, por las calles.