Por Francisco Senegaglia (*)
Es verdad que el capitalismo en si mismo, no es bueno ni malo, es más bien la expresión material del sujeto político que lo habita, que es el liberalismo, que sí, constituye una amenaza social, en tanto para subsistir como sujeto político, necesita enajenar y empobrecer sistemáticamente comunidades enteras en función de sus intereses reproductivos. Su evangelio es la libertad. Una libertad concebida de forma estructural, casi como ligada al genoma e impuesta desde la gestación como un derecho preexistente a la vida misma. Lo cual es una falacia. En primer lugar, porque para que esto fuera real y/o estructural las condiciones de igualdad deberían estar garantizadas desde la gestación misma. Lo que es mas que una obviedad que la realidad se encarga de desmentir. Por lo tanto, solo serán libres, lo que nazcan con ciertas garantías para vivir en libertad y decidir desde sus oportunidades preestablecidas. Y a la mayoría desigual y desigualada se le asignará el lugar de no haber creído en el evangelio liberal, de no haber estado a la altura de creer en el Dios mercado. Con lo cual, el cielo liberal, es un cielo al que llegan hombres libres, que por sus méritos lo han conquistado y se lo merecen; mientras que el infierno de la pobreza y la desigualdad, es también merito de la inacción, de la falta de compromiso, de la desidia y la ignorancia. Los pobres van al infierno capitalista por propia elección. ¿En serio?
El problema se vuelve más patético, cuando al que le toca el infierno en el reparto de libertades, asume que se lo merece; peor aún, admira la virtud de los liberales acomodados en las butacas de primera que los lleva a la plenitud y la felicidad predicada. El virus corroe: ¿Qué hicimos mal? ¡la culpa es de los planeros! ¡No quieren trabajar! ¡chorros, corruptos! ¡casta!
¡Es posible que nos verdugueen así, y listo!
Como en cualquier neurosis, la culpa adviene por no satisfacer el ideal del yo, el deber ser, o el super yo social impuesto por el mercado liberal.
Asumir esta condición es desconocer los parámetros identitarios que nos han constituido, o dejarlos a la intemperie política, para que sean arrasados y recompuestos en función de intereses espurios que socavan silenciosamente el destino comunitario, igualitario o simplemente justo que debería advenir en una comunidad que construye destino en función de sentidos liberadores.
En la desesperación, el colectivo empobrecido frente a las puertas del infierno, escucha que es posible alguna suerte de redención, una oportunidad tal vez de quebrar el destino y retornar al camino del cielo. La máquina de guionar la realidad de la religión liberal que ya te avisó que estabas condenado, se conmueve y propone el purgatorio para los malos pecadores que no han sabido usar su libertad con plenitud. Hay que purgar los pecados comunitarios para estar mejor, es decir para salvarse. El virus ha tomado el cuerpo social.
La enajenación es un hecho. Y los sujetos sociales repiten como programados por la matrix liberal. ¡Nos lo merecemos! Es el esclavo del siglo XIX que se dice a si mismo: esta bien que me azoten porque derramé la leche sobre la mesa del amo. Claramente el esclavo esta enajenado del discurso “amo”. La cuestión es otra, la cuestión es la pregunta: ¿Por qué soy esclavo si somos todos iguales? La liberación puede adquirir un sentido en la medida que se corra ese discurso ordenador de la realidad parcializada por el interés del “amo”.
Cuando hablamos de identidad, hablamos de un sujeto sujetado a un significado. Ese significado determinará quién soy y cuales son mis posibles acciones y valores. Y por lo tanto decretará mi experiencia personal y colectiva. El significado que nos sujeta es frágil y voluble, y la artillería mediática del liberalismo contundente; consecuentemente la batalla está perdida antes de empezarla, salvo que desnudemos su mecanismo, expongamos sus intereses y denunciemos su perversión, lo cual es harto difícil en una comunidad alienada que ha asumido su condena. Y que la ha asumido en función que el relato identitario histórico es un relato de fracasos y frustraciones atribuidas a la vida del laburante, del cabecita, de la clase media, de los vagos y los pobres que no han sabido usufructuar con merito y voluntad un país tan rico, peor aún, que lo han puesto en manos de populismos que los roban y los usan…
Sin embargo, este país, nacido del latifundio y en connivencia con el imperio británico primero, y después de Yalta (1945) con el imperio yanqui, fue pensado y construido para que sea productor de materias primas y objeto constante de las políticas extractivistas. Ese es nuestro origen de nación, nacido de la magia mitrista. Y en el origen, esta el destino afirma Freud, la identidad podríamos decir parafraseándolo. Somos la granja de la reina como diría Scalabrini Ortiz, o ahora, el patio trasero del imperio yanqui. No podemos aspirar a otro destino. Sin sur global, no habría norte global. Manuel Ugarte afirmaba en 1905: existen los Estados Unidos del Norte, porque existen los Estados desunidos del Sur. ¡Punto para los imperios! Parece que nuestro origen colonial se nos ha vuelto ADN simbólico. Y al asumir el significado del “otro amo”, asumimos nuestra condición de colonizado. Freud subraya en ese librito impecable titulado: “Pegan a un niño”, lo siguiente: que el niño cuando es pegado piensa que se mando una macana, no que su padre es injusto… consuma el significado y asume la culpa. Hoy el pueblo votante se abraza a un desquiciado que afirma que va a dinamitar todo, y que lo esta haciendo, (salud, educación, salario, industria y sobre todo, futuro). Y el pueblo dobla -como el niño de Freud- la apuesta: ¡nos lo merecíamos!¡no podíamos seguir así! ¿así como?
Mas bien parece en esto de que en el origen está el destino, un retorno a la compulsión a la repetición, una vuelta a tánatos, a la pulsión de muerte que paraliza la identidad en el pasado nefasto y se enamora masoquistamente de un destino de muerte. Y si es así, no alcanza con que la realidad pronto huela el azufre del infierno liberal, es necesario interpretar políticamente lo que circula no dicho. Visualizar la trampa identitaria que nos permita resignificarnos como comunidad. Desenmascarar el lazo siniestro de los constructores de sentido; de los mercenarios de discursos mediáticos, que se han vuelto oráculo de un gobierno conducido por los designios de un perro muerto que ahora decide sobre nuestras vidas y proyectos. Volver interdicta la locura, desentrañar las psicopatías de los dueños del poder y correr la neurosis masoquista a una neurosis saludable que más allá del malestar en la cultura nos permita construir sentidos comunitarios en base a la igualdad, la justicia social y consecuentemente garantizar una libertad en mas y menos para todos. Y el camino es preguntar y repreguntar a nuestro pueblo: ¿Quiénes son los dueños de los medios de producción en nuestro país? ¿Cuáles son sus principales exportaciones e importaciones? ¿Cuál es el vínculo entre los políticos gobernantes y la banca internacional? ¿Quiénes son los dueños de la tierra? ¿Quiénes forman los precios? Únicamente entendiendo el sistema socioeconómico que nos rodea y teniendo en cuenta las experiencias de todos los demás sujetos podremos comprender realmente lo que sucede. ¿Quién se beneficia con este desquicio? Como quien busca el móvil en un asesinato. Y visualizando lo que vivimos y comprendiendo las intenciones tal vez, algún nuevo significado pueda advenir para liberarnos y legitimar el deseo de querer vivir bien, trabajar y educar nuestros hijos en un marco de garantías y derechos hoy atropellados.
La autoridad y el sentido siguen proviniendo de la experiencia humana, de la experiencia social y comunitaria; el drama es a quien la comunidad le asigna el poder y la autoridad para ordenar la experiencia y explicar su devenir.
Simple, vemos como una vieja indefensa es objeto de golpes y maltratos, y la vemos desde el sillón de nuestra casa. ¿estamos desquiciados?
En “Tres ensayos sobre una teoría sexual”, Freud afirmaba que la perversión era el negativo de la neurosis, en el sentido de que el perverso actuaba lo que el neurótico pensaba. Mientras el neurótico creaba síntomas debido a la represión, el perverso llevaba al acto sus deseos. La consecuencia lógica no es la destrucción, es la “autodestrucción”, una suerte de elección determinada por la historicidad interpretada por el liberalismo, en palabras de Javier González Fraga: “les hicieron creer que podían tener un celular”, también: “un bebe que nace en la villa es como un animalito salvaje, no puede ser educado, tiene una marca en el cerebro” en palabras de diego Kravetz: “la cabeza del cartonero ya de por si es distinta al resto de los ciudadanos” En esta sociedad nos quieren convertir, el problema es cuando nuestra clase media sobre todo dice: ¡es verdad! ¡Y no entienden que también van por ellos! ¿Masoquismo moral?
El camino de la desalienación es complejo, pero es el único posible frente a la opresión material y simbólica. Construir nuevos significados, nuevas representaciones que nos devuelvan una identidad de sentido capaz de resistir los embates foráneos y del cipayismo local. Para eso necesitamos dos insumos esenciales: Libidinizar nuestro destino, es decir subrayar el significante “nuestro” y predicar: ¿en serio nos lo merecemos? Segundo, desautorizar al amo, desenmascararlo, mostrar su goce mortífero, su perversidad disfrazada. Desalojar la queja, para habitar la lucha en todas las pequeñas baldosas en que se desenvuelven nuestras vidas. La revolución de la conciencia se gesta en esas revoluciones mínimas, en esas interpretaciones chiquitas pero eficaces de la vida cotidiana donde todos debemos ser protagonistas. Si no lo hacemos, el liberalismo se convertirá rápidamente en el sepulturero de la patria.
(*) Psicoanalista, historiador, escritor.