Por. David Cufré (Página 12)
En medio del aturdimiento que produjo la primera semana de Javier Milei como presidente, muchos de sus votantes y defensores mediáticos arriesgan argumentos en busca de consuelo: «No había alternativa», «se están sincerando los precios, el dólar y la inflación reprimida» y «ahora tenemos que sufrir pero esta vez la solución será de fondo». De tanta ingenuidad casi que da ternura, salvo por los mercenarios que acompañan a conciencia la cruzada libertaria para el establecimiento de un nuevo orden social. «Cárcel o bala» es la idea fuerza del movimiento, como dijo el diputado José Luis Espert, para imponer a la Argentina un retroceso de más de cien años, antes de Yrigoyen, Perón y las conquistas que diferenciaron al país de otros de la región.
«La justicia social es un robo, porque cada vez que se reconoce un derecho alguien lo tiene que pagar», expone Milei en esa línea. Es lo mismo que cuestionó la Unión Industrial Argentina en 1933 cuando se decretó la jornada laboral de ocho horas o las cámaras empresariales en 1945 cuando se creó el aguinaldo.
«Eso del aguinaldo es un verdadero disparate, una rarísima medida económica; incomprensible por dónde se la mire. Nunca logré entender por qué ha sido homologada por todos los gobiernos posteriores. A mí me parece una barbaridad que una persona trabaje doce meses y se le paguen trece al final del año», opinaba Jorge Luis Borges sobre el derecho que impulsó Perón, en sintonía con los poderosos del capital.
Es una muestra de que siempre hay alternativa. Aguinaldo o no aguinaldo. Aumento del dólar del 118 por ciento o cualquier otro esquema, por ejemplo un desdoblamiento cambiario con impuesto extraordinario a los grandes exportadores y pacto social para balancear precios y salarios. Suponer que existe un solo plan es ridículo. Este es el plan de Milei y deberá ser evaluado por sus resultados, así como ocurrió con el plan del Frente de Todos.
A Néstor Kirchner le tocó asumir en 2003 con el país en default, con corralito y corralón, con el FMI presionando por un ajuste bestial como el que se intenta ahora, con pobreza y desempleo record, pero en lugar de amedrentar con amenazas de bala o cárcel subió salarios por decreto, impuso retenciones a las exportaciones y ordenó a la policía no llevar armas a las manifestaciones. Siempre hay alternativa, el punto es qué se busca hacer y qué se quiere lograr.
Los que tengan que morir
Milei creció como figura pública en la pandemia. Se convirtió en un titán de la libertad para contagiarse y odiador de las restricciones sanitarias que procuraban salvar vidas, en particular de los más vulnerables. Su referente, Jair Bolsonaro, postulaba en Brasil que mueran los que tengan que morir, lo mismo que su aliado Mauricio Macri y su ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. En ese entonces cortar la 9 de Julio no era cuestionable para la ultraderecha, que agitaba la rebelión popular contra las medidas de cuidado.
El rechazo al confinamiento obedecía a los sobrecostos que generaba para las empresas y por una posición doctrinaria de individualismo extremo. Es decir, Milei, Macri y compañía le querían cuidar el bolsillo a los empresarios, aunque los trabajadores se expusieran al contagio y al riesgo de hasta perder la vida, dejando en evidencia su orden de prioridades. Respecto del derecho a la decisión individual, lo defendían siempre y cuando fuera para someterse a las reglas que ellos intentaban establecer. Bolsonaro las impuso a sangre y fuego, con fosas comunes que aún persisten en su Brasil para pocos.
Con ese antecedente, suponer que el plan económico de Milei podía tener algún reparo por mandar a millones a la pobreza y la indigencia era poco probable. Ahora se demuestra que sigue en la misma línea. Las acusaciones a sus críticos por instalar, supuestamente, una campaña del miedo tardaron apenas 48 horas en disiparse, cuando Luis Caputo relanzó el plan que ya había probado con Macri entre 2016 y 2019.
La solución nunca puede ser agravar la crisis. Eso es agravar la crisis. Solución sería evitar la crisis, por si no se entendió. El argumento de que hay que soportar una inflación de 250 a 300 por ciento, con quita de subsidios, congelamiento de planes sociales, incremento de impuestos y bloqueo a la política de ingresos olvida un concepto moral básico: el «ordenamiento» de la economía tiene que ser con la gente adentro. De lo contrario, es solo montar una plataforma para que los más pudientes, los sectores concentrados de la economía, eleven sus ganancias de modo obsceno a costa del sufrimiento y la exclusión de millones.
No será transitorio
La versión de los libertarios de que este ajuste descomunal es transitorio choca con la historia y con el presente. En primer lugar, alcanza con repasar lo que dijeron otros economistas de la ortodoxia deshumanizada frente a la implementación de programas similares.
«Esto había que hacerlo. A diferencia de otros procesos políticos, fuimos muy explícitos durante la campaña, nadie puede decir que esto no lo propusimos como plataforma, y nos da la autoridad que de otra manera no hubiéramos tenido. Es algo estrictamente transitorio», manifestó Alfonso Prat Gay en marzo de 2016. «Había dos precios muy atrasados, el dólar y las tarifas, sin ordenar eso no podíamos ni acercarnos a las gateras. Sabemos que está afectando a la clase media pero hemos podido contener el impacto para los más humildes», completó. Como se sabe, no hubo nada temporal en esa política de Cambiemos, sino que fue una regla inquebrantable hasta el final.
Domingo Cavallo también aseguró que el ajuste de 2001 era transitorio. En julio de ese año, el entonces ministro de Economía declaró: «El objetivo impostergable es alcanzar el déficit cero. Vamos a controlar el gasto público para equilibrar las cuentas. Durante algún tiempo esto va a significar una reducción de salarios de los empleados públicos, pero es un mecanismo de ajuste transitorio».
En 1976, José Alfredo Martínez de Hoz prometió igualmente que el ajuste de la dictadura sería por un tiempo. «Medidas que aparentemente pueden ser impopulares al final son beneficiosas para la sociedad entera, porque destraban la economía, permiten su crecimiento y aseguran la mejor remuneración de los sectores sociales», manifestó. «En cuanto a los salarios -remató- transitoriamente hay que controlarlos para quebrar la espiral precios-salarios».
En junio de 1959, uno de los padres fundadores de la mentira del ajuste transitorio fue Alvaro Alsogaray, quien como ministro de Economía defendió su ajustazo con una promesa simple: «Hay que pasar el invierno».
Lo que ocurrió en todos esos casos fue lo mismo: el ajuste hundió a la economía, hubo menos actividad, cayó la recaudación y el recorte de gastos fue cada vez más profundo sin que jamás llegaran los resultados prometidos.
En el presente, el paquete de reformas estructurales que presentará esta semana el gobierno de Milei, con cambios en materia laboral, previsional e impositiva, dejan en evidencia que según su proyecto, el ajuste llega para quedarse. La resistencia social es lo único que le puede poner freno.