«Aquel que mal camina, mal termina», solía repetir doña Ita cada vez que llegaban noticias de que algún descarriado del barrio había sido atrapado o lo habían pasado a mejor vida.
Había muchachos cuyos destinos trágicos estaban escritos en sus frentes desde el mismo día de su nacimiento. Otros eran como barriletes sin hilo, girando en torbellinos descontrolados e impredecibles. A veces, alguno lograba amainar a tiempo y redimirse. Con las chicas era peor, mucho peor. “Buenita o descarriada”, siempre subyugadas a la grandeza del macho, siempre al filo de convertirse en carnes para macerar o triturar, cuerpos para armar y desarmar, muñecas para jugar… estén vivas o muertas.
…
Era apenas una niña cuando su madre la retiraba del aula para desahogar sus penas con llantos desesperados, cargados de impotencia y desilusión hacia el padre que las abandonó. Y como si el abandono no fuera suficiente, a temprana edad también conoció la muerte que irrumpió como una inesperada visita que llega antes de tiempo. Era una jovencita cuando los amores truncos y las amistades peligrosas la condujeron hacia la noche sombría de las caricias más crueles. Era aún una tierna muchachita cuando sembraron en su seno la semilla sin pedirle permiso. Apenas una mujer cuando perdió las riendas de su destino, el carro y el caballo de su vida. Incapaz de cuidar ni de sí misma, sin poder reposar dos noches en la misma cama.
En lo más profundo de su ser, tal vez germinó la íntima convicción de que debió ser ella, y no su hermana, quien sucumbiera al gatillo de algún loco obsesionado y violento, como tantos que se cruzaron por su camino.
Quizás lo confirmó mientras veía su propia vida extinguirse en el reflejo de los ojos de pez de su brutal asesino.
Días pasaron sin que su ausencia fuera advertida.
Y ahora son muchos los que se animan a decir, como la anciana vecina, que el que mal camina, mal termina. Cierta sutileza para decir «se lo buscó» o «que cargue con las consecuencias».
Día tras día, presenciamos vidas que anuncian desenlaces trágicos. Un montón de inocencias arrebatadas en la más tierna infancia, vidas que titilan como débiles lucecitas, con el espíritu rajado como el cristal, que van mendigando amor y consumiéndose detrás de fantasías que acaricien sus corazones. Sumergidas en sombras tenebrosas, tratando de ocultar sus carencias, resguardándose tras muros de engaño para evadir la vergüenza y los dolores que carcomen sus mentes y sus cuerpos. Buscando desesperadamente un lugar en este vasto mundo, a merced de los monstruos.
Hay tantas víctimas ahí fuera, aguardando por un ángel antes de que sea demasiado tarde.
Fosforito
Alejandra
Excelente nota! Golpea el alma!!
Daniel
Exacto
Pregunto a las organizaciones que defienden los derechos de las mujeres porque los silencios ante la niña que denunció a un funcionario judicial de un aberrante delito sexual y de conocida familia judicial y HAY UN ASQUEROSO SILENCIO COMPLICE DEL CUAL ESAS ORGANIZACIONES Y DEMAS INSTITUCIONES SON CÓMPLICES. NUNCA TAN BIEN REPETIDA LA PALABRA.
IMPUNIDAD, PODER, SILENCIO…
SILENCIO: !ÉL MONSTURO ES EL PODER¡
SILENCIO A LA ESPERA DE OTRA MAS.