Director: Claudio Gastaldi
Concordia
domingo 8 de septiembre de 2024
Nota escrita por: Tekoá Cooperativa
domingo 22 de octubre de 2023
domingo 22 de octubre de 2023

No soy de aquí ni soy de allá

"No basta con hablar de paz; uno debe creer en ella" Eleanor Roosevelt

Lo triste de la guerra no es quienes participan, sino a quienes se hace participar. Durante siglos las guerras se dirimían en campos de batallas, quienes iban a ella lo hacían voluntariamente -aunque ya sabemos que la libertad de elegir nunca es total, y que los accesos a la voluntad son intrincados, no es el interés de analizar aquí- pero la guerra evolucionó, no para mejor sino para peor, desde que la modernidad pudo producir cada vez armas más letales, no se esmeró en afinar la puntería hacia blancos materiales salvaguardando vidas, sino que las armas se mejoraron para que sean de destrucción “masiva”, dentro del concepto no se distingue entre lo material, lo humano, lo natural. Todo vale. Ya ni siquiera se justifican con lo que se llamó “efectos colaterales”

Desde este lugar del mundo, tal vez la única forma de contribuir a la paz, sea, no solo ser neutral, sino intentar entender el proceso histórico y su complejidad para que, además, se pueda aprender que ante los conflictos no existen blancos y negros, sino una multiplicidad de grises; que no se trata de buenos o malos, se trata de resolución pacífica de conflictos, que no es lo mismo que ausencia de conflictos

La analista Natalia Pettinari explica “El conflicto entre Israel y Palestina cumplió 76 años. Lleva más de dos tercios de siglo de enfrentamientos entre ambos bandos. Comenzó luego de la decisión en 1947, de la recién naciente Naciones Unidas, de partir a Palestina en dos Estados: uno árabe y otro judío. El día después de la resolución comenzaron las hostilidades entre ambas comunidades. Pasaron muchas guerras desde entonces: la primera de 1948, la de Suez de 1956, la de los Seis días de 1967 y la de Yom Kippur de 1973. También se dieron varios intentos para lograr la paz. Esa que hoy parece imposible.

Un momento clave de insinuación de esa concordia fueron los Acuerdos de Oslo de 1993. Generaron tanta esperanza, que al año siguiente el lider palestino Yaser Arafat y su homólogo israeli, Itzjak Rabin recibieron el premio Nobel de la Paz, junto con Shimón Peres, el entonces canciller israelí. Hace 30 años, los palestinos reconocieron de manera explícita “el derecho del Estado de Israel a existir en paz y seguridad”. A cambio, el gobierno israelí reconoció a la Organización para la liberación de Palestina (OLP) “como el representante del pueblo palestino”. Todo parecía encaminarse entonces, pero no.

Probablemente porque ambos bandos interpretaron estos acuerdos de manera diferente. Los palestinos pensaron que eran una garantía para crear un Estado independiente en el mediano plazo en Cisjordania, la Franja de Gaza y eventualmente poder establecer su capital en Jerusalén Este. Pero los israelíes no tenían esto en mente. Jamás iban a renunciar a la parte oriental de Jerusalén. Y la idea de retirarse eventualmente de estos territorios, era para liberarse al menos por un tiempo, de la ingobernable Franja de Gaza.

Si bien el apoyo de estos acuerdos fue masivo, porque el deseo de paz era masivo, tuvo sus opositores. ¿Adivinen quiénes fueron? En Israel lo desaprobaron los partidos de derecha, liderados por Ariel Sharon y Benjamín Netanyahu. Sí, el mismo que hoy gobierna Israel. Y entre los palestinos, el rechazo estuvo de parte de los movimientos islámicos y algunos grupos de izquierda. Sí, se opuso el Movimiento de Resistencia Islámica Hamas, el mismo partido que hoy dirige la Franja de Gaza.

Desde 2007, aunque son un mismo pueblo, los palestinos tienen diferentes gobiernos según el territorio en el que viven: Cisjordania o la Franja de Gaza. Con la muerte de su histórico líder, Jaser Arafat en 2004, comenzó a gestarse una crisis de liderazgo político dentro de la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Ésta fue establecida en 1994, conforme a los Acuerdos de Oslo entre la OLP y el gobierno de Israel. El principal partido político Al Fatah, liderado por Mahmoud Abás, no supo, ni sabe cómo salir de la misma. Hace 16 años, desde que Hamas ganó las elecciones para gobernar la Franja de Gaza, que no se llevan a cabo comicios.

El objetivo principal de Hamas, a diferencia de la ANP, es la liberación de la Franja de Gaza, destruir Israel y sustituirlo por un Estado islámico. En su lucha, el grupo ha empleado tácticas muy violentas, como ataques con cohetes y atentados suicidas. La ofensiva sobre Israel de hace una semana, mostró lo descarnados e inhumanos que pueden llegar a ser sus métodos.

Por el lado israelí, las crisis también existen. En diciembre de 2022, cuando Netanyahu consiguió asegurarse nuevamente el puesto más alto, ya era el primer ministro que más tiempo llevaba en el cargo. Asumió con una imagen muy debilitada, con varios procesos de corrupción en su contra, aunque logró afianzarse en el poder aliándose con una coalición de partidos de ultraderecha y ultraortodoxos.

Al igual que Abás, “Bibi” -como lo llaman cariñosamente aquellos que lo quieren, o burlonamente aquellos que no- ha perdido cada vez más el respaldo dentro de su país. Desde la asunción de su último período, se repiten las manifestaciones en contra de sus políticas internas. Principalmente, la de una controvertida reforma judicial que hace desconfiar del mantenimiento del equilibrio de poderes de un Estado democrático.

En relación a Palestina, las políticas de Israel fueron girando cada vez más a fortalecer los asentamientos en territorio cisjordano. En febrero de 2023, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, denunció una vez más que “las continuas actividades de colonización de Israel ponen en peligro la viabilidad de la solución de dos Estados”. La presidencia del Consejo expresó su oposición a la expansión de los asentamientos, la confiscación de tierras palestinas y la demolición de viviendas.

Mientras tanto, las condiciones de vida dentro de la Franja de Gaza fueron comparadas por Human Rights Watch con “una prisión al aire libre” que la hacen inhabitable. La densidad poblacional por kilómetro cuadrado es una de las más altas del mundo. El bloqueo que sostiene Israel, le ha impedido el desarrollo de cualquier tipo de comercio. Naciones Unidas calcula que ocho de cada diez habitantes viven bajo el umbral de la pobreza. El 80 por ciento de su población subsiste gracias a la ayuda humanitaria. ¿El Israel de Bibi pensaba que esto no iba a tener un costo?

Con dificultades internas y prometiendo “restaurar la seguridad” en el país actuando en “todos los frentes”, el primer ministro se olvidó, en esta retórica de repudio a la violencia, de la necesidad de abrir el debate. Israel necesita discutir sobre la necesidad de dar una salida estatal al pueblo palestino. En cambio, en vez de buscar algún tipo de entendimiento con los palestinos, Netanhayu buscó acuerdos de paz con otros Estados árabes como por ejemplo Arabia Saudita. ¿Esto no iba a tener un costo tampoco?”

¿El conflicto es político, es geopolítico, es económico o es religioso? ¿Cuál es el meollo de la cuestión? Dentro de los grises que lo componen uno es crucial y tiene que ver con los orígenes mismo de la humanidad organizada y sedentaria. En el centro de la disputa está Jerusalén

En la web de CNN en español se explica que “Según lo establecido por las Naciones Unidas, Jerusalén es una entidad separada, sometida a un régimen internacional especial. Sin embargo, la Guerra Árabe-Israelí de 1948 dejó a Jerusalén dividida en dos: Jerusalén Oeste, bajo control de Israel, y Jerusalén Oriental, controlada por Jordania. Israel declaró toda Jerusalén como su capital, lo que terminó por desatar el conflicto.

Uno de los puntos más controversiales en Jerusalén es la mezquita de al-Aqsa, también denominada Al Haram Al Sharif por la comunidad musulmana. Este templo es el tercer lugar más sagrado del islam y se encuentra junto al más sagrado para la comunidad judía, el Monte del Templo.

Según consigna la Enciclopedia Britannica, el Monte del Templo y el Muro Occidental (Muro de los Lamentos) adyacente fueron utilizados como lugar de peregrinación. Durante la Guerra de los Seis Días, en 1967, Israel ocupó Jerusalén Oriental y su Ciudad Vieja, que había sido parte de Jordania. Luego, Israel se anexó Jerusalén Oriental, pero la plaza quedó bajo la custodia de un fideicomiso islámico.

Posteriormente, la conflictividad escaló a raíz de las restricciones de acceso para los musulmanes, así como por las excavaciones israelíes y los consiguientes desalojos de palestinos, lo que aumentó aún más la alarma de estos últimos con respecto al que consideran su lugar más sagrado.

La ubicación de la mezquita al-Aqsa también es parte del problema: se encuentra en el sector oriental de Jerusalén, en la Ciudad Vieja, que según indica la comunidad internacional, está bajo ocupación israelí.

De acuerdo con el statu quo, quien custodia el lugar es Jordania, pero Jerusalén Oriental está controlada por la policía israelí.”

La realidad es que la crueldad de la guerra está en plena destrucción masiva, los intereses en juego, sin dudas son mezquinos, de uno y otro lado; sin interés común será imposible una paz duradera. Mientras la humanidad se degrada en formas cada vez más despiadadas y sanguinarias en nombre de la dominación del más fuerte. El más fuerte ya no solo es quien tiene más poder de fuego, sino también quien causa más daño emocional. La pregunta es ¿Cuál es el límite?

 

Lic. Verónica López

Tekoá Cooperativa de trabajo para la educación

 

  • Korea del Centro

    No menciona en ningún momento la palabra “justicia”. Y tampoco habla del gran jugador externo que es Estados Unidos, quién permite a Israel cometer todo tipo de atrocidades. Entonces, ¿es posible la paz, sin justicia para los palestinos? ¿es posible la paz, sin que los norteamericanos tomen siempre posición del lado israelí?