En el caso de Tabita (nombre arameo, una lengua muerta, nada es casual en su historia), necesita escribir dos autobiografías: «Secretos de familia» y «Los cuervos de la memoria», movida por la urgencia de apalabrar tanto trauma familiar.
El carácter público y publicado de sus obras es una necesidad interna de lo que necesita contar y a la situación esencial de lo que necesita elaborar. Es que la historia familiar que la sofoca, sus vivencias más íntimas y espeluznantes, ha transitado por la dimensión de lo público, de una intimidad expuesta. El suicidio de su bisabuelo poeta, la perversidad de su abuelo Polo, el secuestro y la desaparición de su madre Pirí. Una «saga» la de «Los Lugones», en los que cada generación ofrece un personaje trágico para el drama de la historia argentina.
Leopoldo Lugones, considerado el gran poeta nacional, «el dueño de todas las palabras» para Borges, tuvo una enorme incidencia en la literatura y la política argentina entre la primera y tercera década del siglo XX. Fue virando desde una militancia apasionada en el socialismo hasta francas posiciones fascistas. Tanto que auguró «la hora de la espada» y terminó escribiendo el bando del primer golpe militar en 1930, discurso modelo para la justificación de las interrupciones del orden democrático en el siglo XX.
Leopoldo Lugones apoyó sin fisuras el gobierno que inauguró la década infame, más allá de la decepción de no haber conseguido los cargos a los que aspiraba, por sus ofrendas y sacrificadas obsecuencias. Uriburu le dio el cargo de Director de la Biblioteca Nacional y de la policía política a su hijo Leopoldo (h), apodado Polo. Tal vez circunstancias que fueron prefigurando su destino, porque en la Biblioteca conoció a María Emilia Cadelago, una estudiante mucho más joven que él, y porque el poder que adquirió Polo en la policía fascista, terminó destruyéndolo. Con María Emilia inició un romance apasionado, que ni siquiera pudo moderar, o matizar, su «elogio» de la fidelidad, escrito poco tiempo antes, en el que se postulaba como el marido más fiel de Buenos Aires. Sin embargo, fue la oposición de su hijo «policía», quien amenazó a su padre y a la familia de su amante, con enviarlos a la cárcel o al manicomio, si no terminaban la relación, lo que condicionó sus amarguras y depresiones progresivas. Y tenía poder para concretarlo. Ambas circunstancias, tener que tomar distancia de su amada, terminar con el romance y la insoportable violencia de su hijo, al que llamaba «el esbirro», junto al rechazo y aislamiento, del que poco a poco iban dando muestra sus amigos por sus posiciones autoritarias, fueron configurando un escenario que lo fue encerrando, hasta su final, el suicidio en un descanso en el Tigre que, nada es casual, se llamaba «El tropiezo».
Era la década del 30, la década infame, la década de los suicidios. Pocos meses antes se había quitado la vida su amigo Horacio Quiroga, poco tiempo después Alfonsina Storni. El hijo de Leopoldo y a la postre abuelo de Tabita, Polo Lugones, fue el siniestro inventor e introductor de la picana eléctrica, para torturar enemigos políticos. En ese momento, anarquistas y militantes de Irigoyen.
A la ocurrencia de enemistarse e intentar allanar el diario «Crítica», Natalio Botana le respondió con una caricatura de tapa, en la que aparecía como un monstruo, bajo un título por demás elocuente: «El torturador Lugones». Finalmente se suicidó, igual que su padre e igual que su hijo (Alejandro, hermano de Tabita) en el año 1972.
«Cuatro generaciones, cuatro suicidios», reflexiona Tabita cuando habla de su familia y analiza la historia de su madre. Es que Pirí Lugones, intelectual y militante, fue en realidad, secuestrada por la Dictadura Cívico-Militar y eclesiástica, y torturada con el «invento» perverso de su propio padre. «Ustedes no saben nada, torturador era mi viejo», dicen que les decía a los verdugos. Pirí solía presentarse como la nieta del poeta y la hija del torturador. Fue víctima de los vuelos de la muerte. Tabita siente que la elección de su madre fue suicida, pues tenía posibilidades de huir del horror y de la muerte segura, y eligió quedarse. De hecho, Tabita logró preservarse, sobre todo psicológicamente, auto exiliándose en España. Pero eso no alcanzó para elaborar tanta carga familiar, tanto traumatismo, tanto miedo a la repetición, no solo en ella, sino fundamentalmente por el terror a los legados familiares, al suicidio en sus hijos, que la atormentó toda su vida, o al menos hasta que pudo escribir, poner palabras para vivir.
Reconstruir su historia, ponerle palabras, darle sentido, compartirla, hacerla pública (porque ella también la fue incorporando estudiando a su abuelo poeta en la escuela, o enterándose por los diarios, de la perversidad de su padre, o en fin, por los libros de la participación política de su madre, etc.), para poder reescribirla. Este enorme esfuerzo ha representado, para los lectores, no solo un trabajo literario a la par que terapéutico sumamente interesante, sino además, una vía posible, un camino, una orientación, para lidiar con el dolor que sufren todos aquellos que han padecido, estos u otros infiernos.
(1) «Palabras para vivir: creatividad y salud mental» (está en el Kiosco de Peatonal y primero de mayo) editorial Panza Verde, fue escrita en 2019 y a pesar de haber sido tomado por la pandemia y el aislamiento, el A.S.P.O., tal vez por eso, agotó su primera edición, por lo que volveré a presentar su reedición en la primera feria del libro de la SADE CONCORDIA (1, 2 y 3 de agosto) en la U.T.N. La segunda parte del libro desarrolla experiencias de la palabra y la creatividad en diversos dispositivos y experiencias sociales y de salud mental del propio autor y de colegas locales.