Lo que no se menciona como objetivo final es un viejo sueño de Israel, EE. UU., Francia e Inglaterra: construir un canal alternativo al Canal de Suez, que tiene 193 km y controla el 15% del comercio marítimo mundial. Quizás el origen mismo de este conflicto sea una reedición de la «segunda Nakba» de 1948, cuando las milicias sionistas invadieron Palestina y expulsaron a más de 700 mil palestinos.
Está en los planes de la alianza entre Israel y EE. UU. exhumar un viejo plan del Estado hebreo: la construcción de un canal que conecte el Mar Rojo con el Mar Mediterráneo a través del Golfo de Aqaba. La ruta de este canal lleva el nombre de David Ben-Gurión, primer presidente de Israel. Según la escritora británica Yvonne Ridley, el territorio de Gaza se estaría interponiendo en el trayecto de esa ruta. La razón comercial y geopolítica de este proyecto podría alterar la dinámica del comercio mundial al romper el monopolio de Egipto sobre la ruta clave entre Europa y Asia. Este canal sería un tercio más largo que el Canal de Suez, que maneja una parte significativa del comercio global.
El proyecto del Canal Ben-Gurión se concibió en la década del 60 e, inclusive, gracias a archivos desclasificados por EE. UU., se propuso usar explosivos nucleares para abrir un paso a través del desierto del Néguev. La ruta del canal se planificó a través de la ciudad de Eilat y la frontera con Jordania, pasando por el valle de Aravá. Cuando los estados árabes bloquearon todas las rutas comerciales terrestres y marítimas, la capacidad de Israel para comerciar con África Oriental y Asia, principalmente para importar petróleo del Golfo Pérsico, se vio gravemente obstaculizada.
Recordemos que el Canal de Suez se inauguró el 17 de noviembre de 1869. Esto fue posible gracias a que el cónsul francés en El Cairo, Ferdinand de Lesseps, logró un acuerdo con el gobernador otomano de Egipto en 1854. La Compañía del Canal de Suez, una empresa franco-británica, recibió un contrato de arrendamiento de 99 años para operar el canal, que luego pasaría al gobierno egipcio. La génesis de un canal alternativo, como el de Ben-Gurión, se remonta a 1888, cuando las potencias marítimas de Europa firmaron la Convención de Constantinopla para garantizar que el Canal de Suez permaneciera abierto a todos los barcos de todas las naciones, incluso en tiempos de guerra. Sin embargo, Egipto impidió que Israel accediera al canal entre 1948 y 1950, tras el establecimiento del Estado judío, con la implementación de la Nakba y la forzada emigración de 750 mil palestinos. Esto llevó a la crisis de Suez, cuando Francia, Inglaterra e Israel intentaron sin éxito recuperar el control de la ruta marítima, lo que llevó a Egipto a cerrar el canal en una de las mayores interrupciones de la historia marítima.
Francia, Reino Unido y EE. UU. están a favor de la construcción de un nuevo canal porque les generaría grandes beneficios económicos, aunque, claro, a un costo de millones de vidas arruinadas. Sin embargo, el canal no es el único objetivo cuando se habla de Gaza. Se sabe que bajo su suelo existen reservas de gas por más de 500 mil millones de dólares. El gas y el petróleo representan energía, y sin energía no hay poder; sin poder, en el siglo XXI, las naciones no pueden desarrollarse (ni tampoco ir a la guerra). En este contexto histórico, en el que se desarrollan guerras híbridas entre Israel y sus vecinos musulmanes, es lógico que el desarrollo de estos recursos no figure entre las prioridades.
El problema de los líderes de las naciones involucradas es que sus temores a perder sus poderes hegemónicos los llevan a una trampa en la que pueden quedar como partícipes de un retroceso civilizatorio nunca visto.