Desde el año 2017 hasta el día de hoy, hemos estado navegando de una crisis a otra, sin un horizonte de tranquilidad a la vista. La angustia en la calle es palpable, y tanto los que detentan el gobierno como aquellos que lo cuestionan -especialmente quienes eran la oposición más destacada hasta hace poco- han demostrado una falta de respuestas y soluciones. Esta incertidumbre ha dado paso a un cóctel explosivo de enojo y descontento, una mezcla que está dando forma a una nueva dinámica política difícil de predecir. Pero aquí reside la paradoja: en medio de la penuria, surge la tendencia a abrazar alternativas cuyos resultados podrían ser aún más adversos.
¿Qué significa el tan mencionado artículo 14 bis que habla de la representación gremial, la seguridad social, la estabilidad laboral, el descanso… que más que un derecho se volvió un privilegio que una mitad del país no goza?
En el fragor de la desesperanza y el dolor, se dan las tristes conclusiones:
-¿Qué derechos voy a perder, Fosforito? Si laburo en negro y encima me pagan mal. Peor que ahora, difícil”
O incluso:
-«Que se pudra todo, total, ¿qué más da?»
Es la voz del que no tiene nada la que clama con más fuerza, pues en su despojo encuentra una suerte de liberación.
¿Por qué no habría de optar por alguien que le promete una sacudida completa del sistema? ¿Por qué no aventurarse por un sendero totalmente nuevo, al menos en lo discursivo, que supo capitalizar con maestría la desconfianza generalizada hacia la “casta” política, pintándola como un nicho de corruptos, privilegiados y ajenos a las penurias del pueblo.
(Por supuesto que es una visión sesgada de esa llamada “casta” que no cuestiona a los que se benefician con las crisis, a esas empresas monopólicas que sobreviven a cualquier gobierno, a esas mil familias de la oligarquía que le ponen el precio a la comida y que esta última semana aumentó en muchos rubros por encima de la devaluación, a esa “casta” empresarial que se sientan arriba de los dólares que esconden en el exterior para operar en el mercado interno a la espera que todo se derrumbe para comprar los restos. No, la única bronca que se palpa y expresa es la bronca contra los políticos gerentes y nunca contra los dueños de la Argentina.)
Pero, ¿cuál es el dilema? El dilema radica en que muchos no visualizan los riesgos que conlleva la alternativa de la “libertad libertaria”. En su lógica, la apuesta es «¿qué tengo que perder?».
Sin embargo, esta perspectiva subestima la profundidad de las implicancias que podrían desencadenarse.
Esta encrucijada nos lleva a un duelo de relatos: las advertencias de algunos frente a los gritos de guerra del candidato que ruge como una fiera hambrienta.
“Quiero probar otra cosa” me dijo un amigo antes del ballotage de 2015 haciéndome notar que todas mis advertencias eran en vano sobre quién había sido Macri, los Macri, hasta entonces.
Ciertamente, esta actualidad me recuerda el escenario previo a la elección de 2015, cuando las promesas seductoras de un entonces candidato presidencial también resonaban en el aire. Sin embargo, aquí se forja una disyuntiva fundamental: a diferencia del gato que mintió todo lo que puede mentir un político en campaña, el león no esconde sus intenciones.
Las urnas mostraron que tanto el peronismo como los conservadores (en lo político) y neoliberales (en lo económico) parecen haber agotado sus discursos y su vigencia. Las críticas se dirigen tanto al macrismo por su relación con el Fondo Monetario Internacional como al peronismo por su ineficacia en afrontar esta coyuntura. Las frustraciones son dirigidas al macrismo por detonar los salarios y al peronismo por no lograr su recuperación, pese a las promesas explícitas de volver a llenar la heladera y comer asado todas las semanas.
No es fácil para este gobierno decir ahora “vótenme, confíen, que yo los voy a defender” con una inflación como la actual y los bolsillos llenos de agujeros.
En este contexto, el voto hacia el espectro del liberal libertario actúa como un atrapasueños que capta las corrientes de descontento con una época caracterizada por la insatisfacción generalizada.
Entonces, la pregunta persiste: ¿Vamos a seguir buscando culpables por el voto a la bestia? ¿Seguiremos responsabilizando al almacenero que remarca en defensa propia y está tan asustado y ocupado actualizando precios? ¿Culparemos al que está lleno de bronca e impotencia, que vive el día a día como una lenta agonía y dice “por mí que se pudra todo”? ¿Vamos a pedir mesura y racionalidad cuando dejaron que se abrieran todas las jaulas del zoológico?
Las aguas turbulentas de la incertidumbre siguen su curso, desafiandonos a reflexionar sobre el futuro que deseamos construir.
La tarea no es simple: discernir entre el llamado del desencanto y la bronca que nos hace correr hacia un precipicio difícil de dimensionar o la necesidad de un rumbo firme y responsable.
Me pregunto si estamos a tiempo.