La ley base es, por definirla coloquialmente, una deleznable y peligrosísima ley que, de forma desembozada y realmente impúdica, coloca la República Argentina en la categoría infame de colonia o factoría. Acaso esta definición parezca exorbitante y hasta pre diluviana en términos de la modernidad que atravesamos. Pero entiendo que describir así a la ley de bases, es no sólo correcto sino necesario y acertado.
No me imagino, cuando este experimento social implosione, con qué cara mirarán al resto de sus compatriotas, los “radicales” que desde sus bancas, dieron su voto positivo a este engendro legislativo.
Es obvio de toda obviedad, que el ominoso papel que estos apóstatas de la UCR han desempeñado por estas horas, no serán gratuitos ni sus resultados neutros.
Podría decir diez, cien o miles de cosas más, pero sería aburrir innecesariamente al lector y hasta menospreciarlo, por lo cual, quizás a modo de colofón y de síntesis ideológica sólo exprese con ahínco, aunque no exento de un profundo cansancio moral en relación a este asunto, cuánta razón tiene aquello que alguna vez dijo el gran Moisés Lebensohn y que hoy se resignifica cargado de pletóricos motivos: “Doctrina para que nos entiendan, conducta para que nos crean”.
Está claro que doctrina hay de sobra y desde siempre se nos ha entendido, pero falta mucho, más bien muchísimo, para que se nos crea. Y de seguir en este lamentable declive moral, que parece profundizarse en el tiempo, nadie nos podrá creer y muchísimo menos respetar.