Este conflicto en Siria tiene dos elementos que se entrecruzan: por un lado, el conflicto interno, un levantamiento pacífico que se tornó armado con el objetivo de derrocar al gobierno de Bashar al-Assad; y, por otro lado, un entramado de fuerzas regionales e internacionales con sus propios intereses, con o sin guerra civil. Además del ejército sirio, intervienen tropas de EE. UU., rusas, iraníes, turcas, libanesas, múltiples movimientos islámicos y varias facciones kurdas. La guerra civil que estalló en 2011 provocó divisiones profundas en todos los cuerpos sociales.
Varios grupos palestinos vinculados a la histórica OLP apoyaban a Assad, mientras que los seguidores de Hamas lo combatían. La ofensiva militar que culminó con el derrocamiento del régimen tuvo como principales actores a varios grupos islámicos que sumaron a sus filas combatientes de distintos orígenes, como turkmenos, chechenos, y los grupos terroristas del Daesh (acrónimo de Estado Islámico), conocido en inglés como ISIS. Estos grupos consideran que las fronteras trazadas en 1916 por británicos y franceses son artificiales y no deben existir más. Su objetivo es crear un Estado regido por la ley islámica, ya sea en Siria o en Irak. No hay que olvidar que Hezbolá y los iraníes son musulmanes chiitas y siempre combatieron a los sunitas de Daesh y Al Qaeda.
Uno de los ganadores de este conflicto es Turquía, que alberga en su territorio millones de refugiados sirios y posibilitará su regreso para tomar parte de Siria, donde los kurdos podrían formar su propio Estado. Turquía le disputa a Irán y Arabia Saudita la influencia en el mundo islámico. Como si esto fuera poco, hasta ayer, Rusia intervino. Desde la época de la Unión Soviética, Rusia apoyó a los nacionalistas árabes en Egipto, Siria e Irak, con su propia agenda, que incluye una base importante en Siria, en la ciudad de Latakia, y una base aérea en Tartus, ambas claves para tener presencia directa en el Mediterráneo.
Para EE. UU. e Israel, el debilitamiento de Hezbolá, junto a Irán, a causa de la caída de Siria, complica la influencia iraní en la ruta de transporte de armas al Líbano, afectando a los enemigos de Israel. Sin embargo, nadie puede asegurar que después de Assad no se constituya un régimen islámico radical e imprevisible con agenda propia y antiisraelí. Vale recordar el antecedente de Afganistán, cuando Reagan ayudó a los que llamó «combatientes por la libertad» contra los soviéticos tras la invasión de 1979. Pero aquellos «nobles combatientes», retratados en el cine por Rambo III, se transformaron en los talibanes y Al Qaeda.
El movimiento terrorista Hayat Tahrir al-Sham fue formado en 2017 a partir de restos de Al Qaeda, y reunió a varias fuerzas militares desde Turquía hasta los «uigures», acumulando fuerzas en Idlib durante la última década. Ha recibido apoyo de Turquía, pero también una forma encubierta de apoyo por parte de Israel.
No cabe duda de que, apenas se conozca la formación del nuevo gobierno, las potencias se disputarán como buitres los territorios más preciados de Siria, donde ya no rige el Derecho Internacional. La «balcanización» será inevitable.
Cuando hablo de cinismo en el título, es por la referencia al líder del movimiento que tomó el poder «al frente de los rebeldes democráticos» de HTS, que se hace llamar Al Golan. En 2017, tenía un pedido de captura con una recompensa de 10 millones de dólares por su liderazgo terrorista. Ahora, tras contactar con los servicios de inteligencia de EE. UU. e Israel, le hicieron cortar el largo cabello y mejorar su barba al estilo de Che Guevara, y lo llevaron a la televisión para presentarlo como el restaurador de la democracia en Siria. Si eso no es cinismo, ¿qué es?