Luego de las impactantes declaraciones del ex general Wesley Clark, ex comandante de la OTAN, nada menos, en una entrevista personal con un periodista famoso (con audio e imagen) a la cual pude acceder, en donde confiesa que fue llamado por el Pentágono, donde estaban reunidos nada menos que Paul Wolfowitz y otros funcionarios «straussianos» —discípulos de Leo Strauss, un nazi confeso— y otros «halcones» de la política exterior de EE. UU., le confirmaron que habían llegado a la conclusión de que había siete estados árabes que había que eliminar de sus paradigmas para que Oriente Medio quedara a merced de las decisiones de los sionistas anglófilos, más Israel. A todos les convenía esa decisión, ya sea desde el punto de vista estratégico como económico, debido a los enormes recursos que subyacen en sus suelos.
Esos países, que en un efecto dominó debían desaparecer, eran: Irak, Afganistán, Yemen, Libia, Líbano, Palestina, Siria e Irán. Como la historia es larga pero la memoria es corta, habrán visto que de todos esos países solo quedaban Siria, Palestina —en vías de desaparecer—, e Irán, el más peligroso.
Ahora bien, dicho esto, hay que observar quiénes han sido las fuerzas patrocinadoras de este infame golpe de Estado. Todo señala a Turquía, Estados Unidos, Ucrania e Israel, quien ya había anunciado descaradamente que, después del Líbano en la desestabilización regional, le tocaba el turno a Siria. Hay que recordar que Benjamín Netanyahu amenazó directamente al presidente sirio de que estaba «jugando con fuego».
Esta amenaza se profirió apenas horas antes del lanzamiento de las facciones terroristas asentadas en Idlib contra posiciones del ejército sirio. La operación terrorista, con soldados de Al Qaeda y Al-Nusra, es dirigida por el HTS (Hay’at Tahrir al-Sham), que es la «franquicia» de Al Qaeda, incluso con la participación de otras facciones terroristas internacionales, como el Partido Islámico de Turkestán. ¡Cuántos dólares en salarios tendrá que pagar en «negro» Washington!
Por otra parte, Israel necesita desestabilizar la zona, y Ucrania —que también provee armas a los «rebeldes»— desearía empantanar a Rusia en varios frentes. Pero Putin no es un líder que tomó la pastilla equivocada, y cuando en Doha se realizó la reunión de la Liga Árabe, donde se selló el destino de Bashar al-Assad, retiró su aviación y sus fuerzas que por años ayudaron a resistir los embates desde el 2011 contra Siria. No podía descuidar sus fronteras por una causa perdida.
En cuanto a EE. UU., Biden está complicando a conciencia el legado que dejará a Trump, y ordenó la salida de 900 efectivos, a pesar de seguir manteniendo la presión diplomática y mantener una zona de conflicto permanente en la región. Por eso financia el FDS, que es una alianza controlada por los kurdos. Pero sucede que el FDS tiene su propia independencia de acción.
Es evidente que tanto EE. UU., Ucrania e Israel manejaron el ataque por sorpresa. Porque:
La zona de Afrin, desde donde se planeó el ataque, está fuera de Turquía y ha sido bautizada como «pequeño Afganistán» por Turquía.
Estaba el proceso de normalización de las relaciones de Turquía y Siria, desde el encuentro de noviembre entre Assad y Erdogan el 11 de noviembre en Riad.
Está el proyecto muy importante de «Ruta de Desarrollo», que es una arteria vial y ferroviaria que va desde el Gran Puerto y Zona Económica cerca de Basora, en Irak, y pasaría por Turquía; finalmente llegaría a Europa, permitiendo a Irak vender su petróleo, algo que precisamente no quiere EE. UU. Esta arteria deberá pasar por la frontera entre Siria y Turquía para llegar a la provincia de Hatay y tener salida al Mediterráneo.
El proyecto es conocido como la «Ruta de la Seda de Irak», y transformaría a Irak en un centro importante de transporte masivo de bienes entre Asia y Europa. Pero estos proyectos chocan contra la invasión miserable que impide que cualquier país que pueda ser competitivo sea invadido a través de una revolución de «falsa bandera», como lo han sido las «primaveras árabes».
También estaba el proyecto de construir un canal alternativo al Canal de Suez. Pero, como ese proyecto puede ser utilizado por China como una vía de paso para sus mercancías a Europa, los sionistas-evangelistas de EE. UU. e Inglaterra y criminales de guerra instalados en Washington y Londres fabrican en un santiamén una rebelión en dichos países, como lo vienen haciendo desde hace 20 años.
Ahora, la guerra de Israel desplazó a las fuerzas iraníes de Siria hacia el frente sur. Fue así que el HTS terrorista vio esta brecha como una oportunidad e inició los preparativos para una vasta operación destinada a ampliar sus áreas de ocupación y consolidar su vacilante poder.
A tanto llegan las oportunidades de las fuerzas colindantes, que Ucrania llamó a la puerta del HTS para resolver la escasez de mano de obra militar contra Rusia. Ya han desertado cerca de cien mil soldados en el frente contra Rusia. Ucrania les ofreció armas y municiones a cambio de los militares chechenos retenidos en las prisiones de Idlib. Por eso el HTS ha adquirido numerosos drones, y expertos en Kiev llevan semanas entrenando a los guerrilleros en el manejo de los drones.
Es que en Ucrania todo se compra y todo se vende, desde armas, drogas, tráfico de órganos de soldados muertos, etc. Por supuesto que Israel vio la oportunidad para ocupar los Altos del Golán.
Los EE. UU. reunieron por primera vez al HTS y al PYD (Partido de la Unión Democrática Kurda). Los dos grupos llegaron a un consenso sobre gestión mutua. Para Israel se ha acelerado el tiempo para la división de Siria, o sea, la balcanización, como lo hizo la OTAN en Yugoslavia.
Hay que aclarar que la organización Para Liberación del Levante, el HTS, es una organización terrorista formada con la fusión de seis grupos yihadistas en 2017.
Por ahora, el destino de Siria es incierto. Lo único verdadero es que ha perdido soberanía política, territorial y económica porque las fuerzas ocupantes se encargarán de repartirse o pelearse como buitres por todos los restos de lo que fue una cuna de civilización, más allá de las entidades políticas de quienes fueron sus gobernantes.
¿Será la República de Irán el último eslabón de una cadena criminal de los gobernantes del mundo occidental y cristiano como ofrenda al globalismo mundial, patrocinador en las sombras de tanta infamia disfrazada de búsqueda de la democracia a costa de asesinar a millones de personas en las últimas décadas?
¿Y qué hacemos con el periodismo tóxico, mitómano y corrupto, salvo honrosas excepciones, al que no pueden tener acceso millones de personas víctimas de un relato que desnuda la inexorable caída de un imperio amoral y decadente?